4. el salón de la casa en la Rue de Rivoli

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Llevaban casi una hora y media andando, y aunque había visto a caballeros que ciertamente, de espaldas, podrían bien haber sido su amigo, no tuvieron la suerte de encontrárselo. Fueron a todos los sitios en los que una persona podría disfrutar una tarde de domingo, si es que no era en su casa, pero nada. Al final, se rindieron, y decidieron volver; quizá estaba ya allí.

Para ellos pasear por París en ese momento era algo muy extraño; es decir, sí, todo seguía más o menos igual, pero seguía sin ser su verdadero tiempo, y se sentían un poco como extraños.

-¿Cómo estás? -preguntó Courfeyrac de la nada.

-¿Yo? Agobiado, cómo voy a estar; tenía una cita.

-No me refiero a eso. Es la primera vez que vemos a Emma en cinco años.

-Ah. Pues no sé, es raro. Incómodo. -se rascó la nuca. -Lo hice muy mal entonces.

-Ya. Bueno, no sufras; cuando volvamos, todo volverá a la normalidad. A no ser, claro está, que tú quieras retomar el contacto.

-Ya. -Combeferre miró su reloj: llevaban allí ya casi tres horas. -En realidad, no creo que sea yo quien deba decidir eso.



Acababa de levantarse de delante de la Dama de París; llevaba toda la santa tarde dibujando la fachada, haciendo un estudio de la luz y las sombras dependiendo de la hora del día. En realidad, no sabía por qué había ido a hacer eso, pero como Enjolras había salido de casa, poco tenía que hacer.

Jean Deufraisse caminó en dirección a la calle Rivoli, donde vivía con Enjolras; tenía ganas de llegar, ponerse cómodo, y sentarse con el delante del fuego. Hacía un frío que mataba, y después de estar toda la tarde sin cambiar su posición, fue suficiente: aquella visión se le hizo más que apetitosa.

No había habido nadie en el mundo que amase a Enjolras tanto como lo amaba él; no le importaba qué pudiera haber tenido en el pasado o con quién, eso era una verdad indiscutible. Ocurría lo mismo hacia el otro sentido, pues Enjolras no concebía pasar su vida con otra persona. Pero la forma en la que él lo amaba, lo sabía, era más intensa; aún habiendo visto su peor parte, lo amaba.

Enjolras había tenido en el pasado muchas deudas heredadas, y él era un muchacho sin un renombre en el mundo del arte. Hizo unos cuantos cuadros, y los vendió: no era estúpido, se apegó a lo que entonces dictaban las Academias, pues era lo que los burgueses compraban sin mayor miramiento. Los vendió, y su nombre empezó a ser sonado entre las familias ricas de la ciudad, pues su trabajo en los retratos era muy bueno. Todo el dinero que hacía, se lo daba a Enjolras, y poco a poco, entre lo que aportaba él y lo que aportaba el endeudado, se deshicieron de ellas.

Una vez limpias las cuentas, mandó a paseo todo aquello del academicismo al olvido, y se apegó a la vertiente realista. Los salones de París tenían cada vez más y más de sus obras, y aunque en constante pulso con la Academia, el apoyo local, tanto nacional como incluso internacional, opacaron a la institución.

Siguió andando, y unos caballeros le saludaron con mucha educación: "Monsieur Deufraisse". A Enjolras siempre le hacía mucha gracia cuando esto le pasaba; se reía de él, diciendo que pronto tendría un nuevo parque con su nombre. La primera vez que le pasó, fue en el verano del 51; estaban volviendo a casa, después de haber estado tomando algo con unos amigos. Esa vez no es que le saludasen, es que le pararon para hablar con él. Le tomó el pelo toda la semana con aquello.

E P I F A N Í A   ||Les Miserables (enjoltaire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora