-¿Cómo de malo? -Combeferre echó la mitad del sobre de azúcar en la taza de café, y dejó lo restante sobre la mesa.
-Malo. -contestó mientras movía la cuchara dentro del café.
Esa mañana se habían vuelto a encontrar, y habían decidido, justo al pasar frente a una cafetería, tomarse un café juntos; hacía un frío que se calaba hasta los huesos, pero su naturaleza de fumadores los obligó a sentarse en la terraza.
Combeferre le comentó a Emma que Enjolras estaba raro, de un humor muy malo. Estaba susceptible a todo lo que se le decía, y se pasaba el día contemplando la nada con aire reflexivo. No se hacían a la idea de que podía ser lo que le pasaba; sólo sabían que había empezado dos días atrás, cuando volvieron de 1927. Emma no dijo nada más allá de que tal vez era por el tiempo, pero eso no era posible según Ferre: a Enjolras le gustaba mucho el invierno.
Emma no se lo quería decir a Combeferre porque en verdad, no estaba segura de que nada hubiera pasado, pero quizás, si ella estaba en lo cierto, Enjolras estaba pasando por una crisis de la identidad desencadenada en el hotel de Sevilla.
Cuando llegó a la habitación de Lorca y tocó a la puerta, tardó un rato en abrir; Emma escuchó murmullos y unos ruidos extraños. Federico abrió la puerta.
-Ah. -dijo con alivio. -Eres tú.
-¿Qué haces? -preguntó Emma.
-Le enseñaba a tu buen amigo Enjolras algunos de mis poemas. -respondió señalando el interior de la habitación.
-Sí, pero ya me iba. -Enjolras salió de la habitación, con un aspecto que ponía en duda eso de haber estado leyendo poemas. Tenía el pelo algo revuelto, la camisa arrugada con los botones superiores desabotonados y estaba pobremente metida en sus pantalones, como si lo hubiese hecho con prisa. Además, sus mejillas estaban algo coloradas. -Buenas noches a los dos.
Emma no supo nada más; Federico no dijo nada, Enjolras no dijo nada, nadie dijo nada. Combeferre era el único lo suficientemente observador como para darse cuenta de que algo en Enjolras iba mal. Los demás lo veían como alguien que se pasaba la vida de malhumor (al menos desde que llegó al siglo XXI), aunque en realidad, él era por norma general una persona simpática, según las palabras de Courfeyrac.
Se tomaron el café con tranquilidad, evitando el tema del trabajo; hablar del trabajo conllevaría inevitablemente hablar sobre Zambrano, que estaba ya en la cárcel que supuestamente tenían en alguna de las puertas (Combeferre no sabía dónde estaba ni cómo era, y no creía querer saberlo.). El tema de Zambrano, pensó el doctor, era mejor dejarlo a un lado, porque temía la reacción de Emma. No hablaron de su actitud, cuando estuvo a punto de cortarle el cuello al hombre, y dudaban que fueran a hablar de ello en algún momento, por mucho que en realidad Combeferre quisiera.
Tras el café cada un se fue por su lado. Combeferre llegó a casa, y los otros dos parecían seguir dormidos; al menos las puertas de sus habitaciones seguían cerradas. Se duchó con calma. Al salir, miró su costado, donde descansaba la cicatriz de su operación; ya no tenía un riñón, pero su vida seguía con normalidad. El lugar de su cicatriz era el mismo que el de su ensartada. Podía recordar la sensación claramente: no se dio cuenta en realidad hasta que no vio como su camisa blanca empezaba a colorearse con su propia sangre. "me han apuñalado", fue lo primero que pensó, un pensamiento estúpido por lo evidente que era. Podía sentir como la sangre salía a borbotones de ahí, y tras un mareo, cayó al suelo. Justo antes de desplomarse por completo, escuchó una bala estallar muy cerca de su oreja derecha, tan cerca que de hecho le rozó. Después, el sol le quemaba en la cara, empezaba a sentir como se iba "estoy muriendo", pensó. Oía el ruido, pero no fue consciente de este hasta que cesó, y supo que se había acabado. Ahí acababa todo. Nunca antes había sentido tanto miedo. No vio toda su vida pasar ante sus ojos, pero sí recordó ciertos pasajes de esta, pasajes que no sabría decir cuales eran en ese momento. Entonces se desmayó, antes de la inevitable muerte que se cernía sobre él.
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E P I F A N Í A ||Les Miserables (enjoltaire)
Ficção Histórica1832, París guarda silencio tras el último disparo que resuena en el Corinto, marcando el fin de la revolución de junio. Cuatro amigos de la llamada sociedad del ABC despiertan en un entorno desconocido, y Emma Olivares, la responsable de su salvac...