6. La Leyenda del Tiempo

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Digamos que la mañana no fue tan plácida como de normal.

Había un frenético rumor de voces en el salón donde hacía horas corrían lágrimas de alegría; Grantaire intentaba tranquilizar a Emma, Parker estaba de muy malhumor discutiendo con Combeferre sobre que iban a hacer ahora y lo poco importante que era que hubiese faltado a una cita, y Courfeyrac se posicionaba, poco a poco, en el lado de Parker en la discusión. Combeferre sabía que lo de la cita era lo que menos importaba, pero tampoco sabía que hacer, y el malhumor de la pelirroja le puso nervioso, y cuando Combeferre está nervioso, bien es sabido, su bien estar y su actitud calmada desaparecen, siendo su vocabulario reemplazado por uno más similar al de un hombre que discute con otro en un bar.

Enjolras recibió la visita de los trabajadores ferroviarios por la mañana, que un tanto distraídos por las voces que se escuchaban en el piso de abajo, le comentaron su situación. Enjolras, incapaz de concentrarse en todo a la vez, aceptó el caso sin pensarlo mucho, y se disculpó por todo el ruido desde tan temprano.

Bajó las escaleras e irrumpió en la estancia.

-Todo el mundo al comedor. A desayunar y a callar. -fue lo único que dijo, pero su voz era tan autoritaria, que hicieron caso. Mientras pasaban en silencio frente a él, tomó el brazo de Grantaire.

Mientras desayunaban, Enjolras escribía una nota que selló y entregó a Pierre, el hijo de Madame Leroy, la cocinera.

-Entrégale esto a Monsieur Berry.

El niño asintió, y se fue corriendo; había hecho ya alguna vez algún recado a ese hombre y conocía el camino.

-¿Quién es ese? -cuestionó Courfeyrac.

-Es el hombre que hace cinco años nos arregló el papeleo. Espero que nos vuelva a hacer el favor.

La verdad era que no se encontraron en tanto estrés como el tiempo en el que los cuatro amigos tuvieron que quedarse con ellos en su casa. No era pequeña precisamente, pero se les estaba asimilando a un zulo más que a otra cosa. Siempre estaban discutiendo entre todos; se echaban cosas en cara, se insultaban, estaban de los nervios, y le ponían nervioso a él. Grantaire notaba que Enjolras se estaba llenando de enfado cada vez más, a medida que pasaban los días. Él intentaba estar más calmado, pero era difícil decir cuál de los dos estaba teniendo menos paciencia.

Una mañana, el día en el que se iban a reunir con Berry para aclarar lo que necesitaba cada uno, Enjolras no fue a desayunar. Sophie, la doncella, le preguntó a Grantaire si debía subirle algo de desayunar, y le dijo que sí, que era precedente. Subió con ella, y se encontró a Enjolras en la cama aún.

Le quitó las mantas de un tirón.

-Arriba, venga. -Enjolras le lanzó una mirada asesina. -Te he traído el desayuno.

Enjolras se levantó y se frotó los ojos, y aún sentado en la cama, miraba como Grantaire le sacaba la ropa.

-No puedo más, te lo juro. -soltó. Grantaire paró un momento, le miró, y siguió decidiendo qué chaleco quería que Enjolras llevase ese día. -Me supera esto, de verdad. Yo antes no era así, y son nuestros amigos y los tenemos que ayudar con esto, pero es que no puedo más. Estoy de los nervios.

Grantaire le lanzó unos pantalones, y Enjolras, con pereza, empezó a ponérselos.

-R, de verdad que yo estaba muy tranquilo con mi vida. -Grantaire se decantó por el azul, a ver si así le daba un aire de paz. Lo dudaba, pero le quedaba muy bien.

E P I F A N Í A   ||Les Miserables (enjoltaire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora