12. Tierra de Nadie

60 7 6
                                    

-Vaya pesadilla de misión. -llevaban más de diez horas en una trinchera en Luxemburgo. -Nos van a dar pies de trinchera.

            No les gustaba nada eso de tener que pasar diez horas metidos en hueco en la tierra, húmedo y frío, con la incesable tensión de que en cualquier momento iba a saltar una bomba cerca. Era tremendamente aburrido y agobiante, sobre todo cuando lo más interesante era mirar a la tierra de nadie, a ver si algún valiente del lado contrario se atrevía a asomar la cabeza más de lo necesario.

            Se habían quedado ahí por un contratiempo ajeno a la misión; ellos sólo tenían que llevar medicamentos que habían sido robados en una estación de tren, y eso ya lo habían hecho. No obstante, parecía que necesitaban refuerzos porque en cualquier momento iban a empezar una emboscada.

            Era de locos, y Parker no iba a hacerlo en absoluto; tenía que volver pronto, quería terminar unos trabajos y acostarse temprano. Ella y su patrulla habían acordado moverse despacio y salir tan rápido como les fuera posible, pero estaban rodeados. Si alguno de los soldados de esa trinchera sospechaba que eran desertores, acabarían muy mal parados.

            -Parker, vete tú. -le dijo Quevedo -Estás solo como enfermera, te dejarán irte.

            -Venga, no me voy a ir y dejaros solos. -Se envolvió más, si es que era posible, en el cárdigan que llevaba. -si alguno dejase de mirar, podría sacar el teléfono y pedir refuerzos.

            -Tú vuelve, pide refuerzos y ya está. -respondió Josema -Total, dudo que el ataque vaya a empezar pronto; estos no se van a mover hasta que los otros se muevan.

            Al final, parecía no haber otra solución posible, y a regañadientes, Parker se fue acompañada de uno de los soldados.

            Cuando ya estaba lejos, andando sola hasta la puerta, escuchó algo parecido a un mueble que se cae en seco y suena de manera estruendosa. Cuando se dio la vuelta, mirando a la trinchera, disipó humo que se levantaba. Esperó a algo.

            Esperó.

            Primero fue un murmullo, leve, muy suave. Después, una ola de gritos y sonidos de batalla.

            Quevedo y Josema seguían ahí.


            Emma se sentó de nuevo en la mesa de la cocina. Se frotó los ojos, que estaban escocidos por culpa de las horas que llevaba frente al portátil.

            -R., abre la ventana por Dios. -Grantaire estaba también con trabajos, pero Emma no aguantaba el olor de la pintura.

            -Ya está abierta. -respondió, sin sacar los ojos del cuadro. -Y nos vamos a quedar helados aquí.

            -Me marea el olor, joder. -enterró la cabeza en sus manos, disfrutando de la oscuridad que proveían sus palmas. Cerró el portátil, después de asegurarse de guardar correctamente el documento, y echó la cabeza atrás. -Me rindo, lo acabo mañana.

            Estaban ya en pleno noviembre, y se notaba; anochecía cada vez más temprano, y los cuerpos iban añadiendo cada vez más capas de ropa. Por las mañanas, el vaho asomaba por sus labios de camino a la universidad, el té y el café estaban cada vez más calientes, y el Corte Inglés ya estaba anunciando productos navideños.

            Grantaire se estaba tomando un descanso del trabajo, porque aquella borrachera que se pegó en 1912 le sentó muy mal; pasó todo el mes de octubre con malestares, los cuales limitaban mucho su actividad. Emma habría querido que R. entrara más en detalle con los que pasó. No le servía solo saber que fue Enjolras el que le invitó a la primera copa. Sabía que tenía que haber algo más, algún trasfondo. No obstante, él le pidió no volver a mencionar el tema, y como estaba algo delicado en esos días, no lo hizo.

E P I F A N Í A   ||Les Miserables (enjoltaire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora