22. El tren de las cuatro

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Una pequeña aclaración, la traducción de lo que está en francés la dejaré en un comentario en esos párrafos. ¡Disfrutad del capítulo!


Emma se levantaba todas las mañanas a las siete de la mañana; se lavaba los dientes, se vestía y salía a correr hasta las ocho por el parque Lorca; cuando llegaba a casa, se duchaba, le lavaba la cara y se vestía para ir a clase; se tomaba el café que le hacía Grantaire, hablaban un rato y se fumaban un cigarro juntos hasta el punto del camino en el que se separaban.

Las rutinas no le parecían algo que evadir; ella no era una persona cuadriculada, pero se sentía bien por las mañanas cuando hacía todas esas cosas. Sin embargo, desde hacía unas semanas, el camino hasta la facultad se le hacía un tanto lúgubre, cuando se acordaba del mensaje que mandó al grupo que tenía con sus amigas de toda la vida. Decía básicamente que lo mejor era cortar lazos definitivamente, aunque en realidad ya ni siquiera eran amigas, hacerlo oficial les quitaría un peso de encima a todas. En realidad lo hizo porque una de sus amigas de la facultad le contó que las escuchó en la puerta de una discoteca hablando mal de ella, diciendo que era una antipática, una estúpida y una mala amiga.

No se lo había comentado a nadie, no lo veía como algo importante. Simplemente pensaba en ello a menudo; era casi peor que dejarlo con una pareja. Hace un año aquello le había parecido impensable, pero ahora le parecía lo mejor; apenas dedicaba dos días de la semana en reparar en su existencia. Quizá si que tenían razón en eso de que era una mala amiga.

Se sentía más en sintonía con Les Amis; Courfeyrac tenía un sentido del humor inmune al tiempo, y al igual que Combeferre, se podía hablar de cualquier cosa con ellos. Eran ambos muy divertidos, y juntos formaban una dinámica que encandilaba a todo el mundo. Con Enjolras no hablaba tanto como le gustaría, pero el corazón de oro que poseía, puro y noble, se podía ver a kilómetros. Y Grantaire.

Grantaire era un caso aparte: cualquiera diría que se conocen de toda la vida. Grantaire tenía mucho amor que dar en su interior, pero hasta ese punto de su vida, nadie a quien dárselo, por ello le entregó buena parte a Emma. Emma era como la hermana que nunca tuvo, como la persona que siempre necesitó. Tenían tantas cosas en común, y las cosas en las que diferían se complementaban perfectamente. Se lo contaban todo, se querían de la forma en la que se quieren los hermanos que han crecido en el mismo útero; cualquiera podría decir que eran gemelos. Emma encontró en Grantaire la persona en la que confiar todos sus pensamientos más secretos, aunque no todos; Emma siempre tenía secretos que apenas compartía consigo misma.

Por la tarde, todos tenían que reunirse en el Pineda, pues tras los acontecimientos de su anterior misión, se decidió de que era hora del entrenamiento físico en los revolucionarios. Ninguno se veía preparado.

-No debe ser para tanto. -comentó Courfeyrac.

Emma se carcajeó con ganas.

-Sí, sí. Intenta convencerte a ti mismo de que no será complicado.

Cuando llegaron, algo que no había pasado hasta entonces ocurrió.

-Bueno, nos vemos en dos horas o así. -dijo Emma.

-¿Cómo, cómo? -inquirió Grantaire. -¿No vienes con nosotros?

-¿Yo? Ni hablar. Tengo algo más de experiencia, diría yo. Nos vemos.

La vieron alejarse con un cierto de sentimiento de abandono.

-Bueno, estaremos bien sin ella. -intentó convencer Enjolras. -Ya veréis.

No estuvieron nada bien sin ella.

E P I F A N Í A   ||Les Miserables (enjoltaire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora