Ya no había mucho más que pudiesen hacer para pasar el rato; todo el repertorio de canciones que ambos conocían se había acabado, y el veo veo no daba para mucho cuando el paisaje era todo el rato lo mismo, por tanto llegaron al conceso de permanecer en silencio y punto.
Grantaire estaba en bastante calma, pues sabía que Enjolras estaba probablemente en Guernsey, a salvo, y eso era todo lo que necesitaba para no entrar en pánico. Pronto estarían juntos, lo sabía, y eso no quedaría en nada más que anécdota. Tenía ya ganas de descansar a su lado, intentar reconfortarle como le fuese posible, robarle besos escondidos, y molestarle.
Emma se pasaba las horas recordando a Combeferre, y entre pensamientos dulces y deseos de sus caricias, dejaba atrás sus dudas sobre si en realidad había sido correcto perdonárselo todo tan deprisa. Si era cierto que existía una persona para cada uno, a Emma no le cabía duda de que no existía alguien más en cualquier marco temporal con el que quisiera pasar el resto de su vida. En aquellos cinco años, Combeferre había danzado por su mente día tras día.
-¿En que piensas? -preguntó Grantaire, al ver la expresión lánguida en el rostro de Emma.
-En nada, cosas mías.
-Ya, en Combeferre, entonces.
-Cállate. -dijo sonriendo. -Supongo que Enjolras es la única palabra que sabes pronunciar a día de hoy.
-Es la única palabra que sé pronunciar desde que le conocí.
-¿Lo echas mucho de menos? Hacía años que no estabais separados.
-Sí, pero me alegra saber que está bien. Eso es todo lo que me importa; además, se tranquilizará cuando reciba la carta.
-Sí... -Emma miró si observar nada en específico. Grantaire aceptó el silencio, no teniendo más que aportar. -Creo que Combeferre es el amor de mi vida.
Con una sonrisa ladeada, Grantaire miró a su amiga. No era aquello algo que esperase escuchar, pero le pareció tierno por parte de ella. Sonaba un comentario, de primeras, algo estúpido, pero R no podría decirle que estaba equivocada, pues no tenía ni idea ni era su asunto. Emma miraba sus uñas como si el comentario fuese algo así como una observación meteorológica, restando importancia al peso que semejante comentario tenía.
-Me alegro de oírlo. -comentó simplemente.
Una vez ya en Guernsey, Monsieur Hugo había sido lo suficientemente amable con el grupillo como para dejar que la primera noche la pasaran en su hogar, hasta que al día siguiente encontrasen alguna casa en alquiler.
Cuando vio al grupo con dos personas menos de las esperadas, evidentemente fue llevado por la curiosidad y preguntó por los desaparecidos. La respuesta no fue muy grata, y el ambiente de miseria general se agravó un poco más.
Enjolras se encerró en si mismo los primeros días, y se puso a escribir como si la vida se le fuera en eso; era mucho mejor mantenerse ocupado que pensar en los escenarios más catastróficos que se le podían venir a la mente. Por desgracia para él, hay reacciones del cuerpo que son involuntarias, y estos pensamientos saltaban a su cabeza en ocasiones bastante aleatorias. Eran las noches lo que sin duda llevaba peor; la soledad en el lecho le provocaba en él frío físicamente, y se sentía tan solo como se sentía cuando su revolución fracasó.
Combeferre trataba de mantenerse, como Enjolras, ocupado; para su desgracia, nada parecía funcionarle de la misma forma. Lo único que Ferre quería era acostarse en la cama y esperar a noticias de Emma. No podía leer más de dos palabras de un libro, ni estar más de diez minutos dando un paseo; no se sentía con las fuerzas suficientes como para hacer nada, y le estaba empezando a costar, incluso, abrir la boca. La única cosa que lo mantería ocupado, fue la recuperación de su antiguo vicio.
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E P I F A N Í A ||Les Miserables (enjoltaire)
Historische Romane1832, París guarda silencio tras el último disparo que resuena en el Corinto, marcando el fin de la revolución de junio. Cuatro amigos de la llamada sociedad del ABC despiertan en un entorno desconocido, y Emma Olivares, la responsable de su salvac...