Akiko era de aquellas personas que recordaban cada cosa, por más estúpida que pueda ser, ella lo hacía, y no es que sea tonto e inmaduro solo por el hecho de que haya salido de la boca del chico de pelo gris, no, sino que tomaba en cuenta todo a su alrededor para ponerlo en uso en futuros eventos. Podría decirse una especie de quisquillosa de burlas verbales, y es que era su naturaleza el ser sarcástica y con humor pesado.
Así como los humanos no pueden vivir sin oxígeno, ella no podía pasar ni una hora sin pensar algo por el estilo.
Pero aquello que escuchó salir de los labios de Bokuto no era una cosa que podía hacerlo, más bien es como si el chico hubiera tomado su rol y tirandoselo en unas cuantas palabras tan amargas y significantes a la vez, hizo que sobrepiense todo.
El hecho que piense que juntos se veían tierno era estúpido, ¿Que decía? Ellos eran totalmente lo contrario a aquello. Akiko no es capaz de verlo de tal forma, ni en millones de años, ni aunque lo tenga que admitir y su vida esté en riesgo, bueno, tal vez no a tal extremo, tenía algo de cerebro aún.
Todo esto es ridículo. Yo soy ridícula.
Es lo que murmuraba a la vez que sostenía su cabeza, pero lo pensó, un tejado no era el mejor lugar para perder la cordura. Tenía ese hilo atado en su dedo entre la moral y la perdición, dónde atacaba con salir de una manera diferente, con sus reacciones comunes, con su frustración de todos estos años, y hasta con el peso de su padre que aunque no se pueda llamar así, las veces que hacía el intento de gritar al cielo que lo odiaba, sus palabras de quedaban atoradas tal y como una pastilla en su garganta.
¿Pero es que no es normal perder ese equilibrio de vez en cuando para luego volver a la vida normal? Aquella que la sociedad te sostiene desde la garganta con un cuchillo de doble filo.
No era el lugar para pensarlo, y aún así soltó aquella pastilla fuera de su garganta, y con una sonrisa gritó como si nadie la escuchara, como si ella fuera el único ser que existiera en el planeta y galaxia.
La adrenalina recorría por completo todo su cuerpo yendo a cada rincón como si fuera un virus, uno muy bueno. No le importaba haber quedado casi sin aire al despegar la última letra de su lengua, tampoco el hecho que esté de pie y las probabilidades de caer sean altas, no le importaba.
- Sé que estás ahí. - pronuncia obvia. - Sé que te encantaría destruirme la vida de nuevo, pero ya no tienes ese poder. -
Pudo escucahíharse como una carcajada de burla salió de sus labios, tan cargadas de dolor y burla a la vez que era difícil de distinguir.
Silencio.
Todo estaba en total silencio luego de aquello.
- ¿En serio te importó más un culo que tu familia?. - murmura cabizbaja. Su espalda tomaba apoyo de la pequeña chimenea rara que sobresalía del techo, sus brazos a un costado con sus rodillas levantadas sin llegar a su pecho. - ¿En serio eras la misma persona que me saludaba todas las mañanas con una sonrisa diciendo y jurando que me quería?. -
Su tono de voz subía cada vez más, tal y como su vista la acompañaba.
- Eras tan falso. Patético. -
- ¿Cómo es que puedes hacer tanto ruido?. -
Tal vez haya sido una buena idea ir al lugar de siempre, pero no, simplemente no quería caminar.
- Maldita sea, disfrutas arruinar cada rincón donde voy, ¿No?. -
- ¿Crees que me importas? Los vecinos te escucharán y tú no vives acá, ¿O si, Chibi?. -
Esas palabras hicieron que su dignidad baje algunos números. Suspiró, sonrió de lado y con una mano en el pecho se recostó de nuevo en la chimenea.