Prólogo.

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Había llegado por fin a casa. Con la maleta a cuestas y a Poo tirando de la correa, había sentido ganas de tirarlo todo a la basura y comprarme ropa nueva... Luego recordé que tenía que encontrar un trabajo nuevo, y los cuatro pisos que tenía que subir no me parecieron tanto... Hasta que tuve que subirlos. Suspiré.

Miré el papel en el que tenía anotada la dirección de mi hermano. Luego miré la puerta que tenía delante de mí y sonreí al darme cuenta que era correcta. Puse mi mejor sonrisa antes de tocar varias veces. Me quedé esperando durante un buen rato, hasta que por fin la puerta se abrió.

Sonreí de oreja a oreja al ver a mi pequeño Daniel en la puerta. Con los ojos entrecerrados, grandes ojeras debajo de los ojos negros y el pelo rojizo revuelto de mala manera... Sí, aquel pordiosero era mi querido hermano pequeño.

- ¿Sandra? ¿Qué haces tú aquí...? ¿Qué es eso? -Preguntó señalando a mi amado Poo.

Ignoré su tono asqueado.

-Hola insecto -le saludé mientras le apartaba y entraba. Poo me siguió con alegría- ¿Qué, no me esperabas?

Entré en el piso con dificultad... O más bien con asco. Sin poder llegar a llamarse piso, era más parecido a una pocilga.

-Dime Daniel, ¿Sufres síndrome de Diógenes, verdad? -Miré por el enorme salón, en el que reinaba ropa sucia, revistas porno, latas de cerveza y... ¿eso que había encima de la mesa era un trozo de pizza?-. Por favor, dime que eso verde que hay ahí no es pizza.

Cogí a Poo en brazos mientras impedía que se acercara a olisquearlo.

-La tengo guardada -dijo Dani encogiéndose de hombros. Yo le miré horrorizada y negué con la cabeza-. Ahora responde, ¿qué haces tú aquí? ¿Cuándo te has mudado? ¿Y... por qué estás mirando en mi habitación?

Yo me paseaba por la casa buscando la que sería mi nueva habitación. Cuando abrí la puerta de la que era la suya, casi grité al ver aquel desorden. Desde luego, aquel desastre andante al que apodaba hermano necesitaba una ayuda femenina urgente.

-He venido a estar contigo, hermanito -le dije con voz melosa mientras me acercaba a él-. Mamá me ha dicho que acabas de cortar con tu quinta novia y que te ve un poquito...-no me venían palabras dulces a la cabeza, así que le solté lo que pensaba-: vamos, que eres un inmaduro que necesita la supervisión de alguien con una capacidad mayor a la tuya, es decir: yo.

Él me miró con los ojos en blanco y después me señaló.

- ¿Tú? ¿Estás hablando en serio? Eres una chica de veinticuatro años que todavía va en busca del príncipe azul, a pesar de que eres como la bruja del cuento -él se rió de su propia gracia y yo puse los ojos en blanco-. En serio, ¿qué haces aquí?

Fruncí los labios y me senté -o al menos lo intenté-, en el sofá que tenía quemaduras de cigarrillo.

-Necesito un trabajo -revelé la verdad, a la vez que le hacía pucheros. Daniel empezó a reírse como un mono y yo me deprimí todavía más.

A parte de tener que aguantar los sermones de mi madre, ahora tenía que aguantar que mi hermano de veintidós años, que se había emancipado antes que yo y que tenía un piso para él solo, se riera de mí en mi propia cara.

-Deja de reírte, mandril -le espeté mientras apretaba a Poo contra mi pecho-. He tenido que dejar el trabajo porque el baboso de mi jefe se ha atrevido a tocarme el culo. ¡A mí! Ese idiota con más barriga que inteligencia... ¿Quién se había pensado que era?

Dani se sentó a mi lado y me miró con una media sonrisa mientras pasaba su brazo por mis hombros.

- ¿Y le has dado una buena tunda, hermanita? -Me preguntó él con sus ojos brillando con diversión. Yo sonreí de forma leve y clavé mis ojos en los suyos antes de asentir.

-Le he dejado las huellas dactilares en la cara -le dije orgullosa, él se rió-. A mamá no le ha hecho mucha gracia que me echaran, así que me ha echado de casa y me ha dicho que me busque la vida -hice varios pucheros y miré a mi hermano con los ojos llorosos, porque sabía que funcionaría-. ¿Puedo quedarme contigo, pequeño moco?

Él me miró con los ojos entrecerrados, sopesando la respuesta. Aunque yo ya sabía cuál era: mi pequeño hermano era demasiado bueno como para dejarme en la calle. Segundos después, él suspiró y pegó su cabeza al respaldo del sofá.

-De acuerdo, Sandra, pero ésta sigue siendo mi casa y no vas a cambiar nada, ¿entendido? -Al instante, me lancé sobre él y me agarré de su cuello mientras le abrazaba con fuerza y le besaba la mejilla de forma húmeda-. ¡Ah, Sandra para, asquerosa! -Yo me reí mientras seguía dándole besos en sus mejillas-. ¡Para, para! ¡Joder Sandra, que tu chucho se está comiendo mi pizza!

Segundos después, estaba sentada sobre Dani y miraba con horror como mi pequeño peluche de pelo empezaba a lamer aquel desecho de comida.

- ¡Poo, no! ¡Suelta eso!

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora