Capítulo treinta y cinco.

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Intenté abrir los ojos, pero se me volvieron a cerrar mientras sentía como el cansancio y el dolor se filtraban lentamente en mi cuerpo. Sentía mis músculos pesados, como si mi ropa estuviese hecha de piedra y estuviera intentando nadar en un mar helado. Gemí de forma ronca e intenté despejar mis sentidos.

No oía nada, a parte de un molesto y constante pitido.

¿Había muerto? ¿Así es como iba a pasar el resto de... mi muerte? Lo último que lograba recordar era el rostro desencajado y furioso de Mikhail mientras me apuntaba con una pistola con silenciador y disparaba. Al final, el muy desgraciado había tenido razón y su rostro había sido el último que vi antes de morir.

De pronto, sentí tanto dolor en el pecho que llegué a pensar que podía ser físico... hasta que me di cuenta de que, en realidad, lo era. Abriendo los ojos de golpe pero con esfuerzo, miré embobado la sábana blanca que me tapaba hasta la cintura. Estoy vivo, pensé sorprendido. ¿Cómo podía estarlo?

Mi mirada siguió subiendo y se detuvo a la altura de una enorme y blanca venda que me enredaba todo el pecho y el hombro izquierdo. Allí, cerca del corazón, había una mancha rojiza. Vaya una mierda.

Intenté incorporarme un poco, pero acabé gruñendo de dolor y dejándome caer. Suspiré y miré por toda la habitación, deteniéndome en el pequeño sillón azul que había en una apartada esquina. Allí, ovillada y tapada hasta el cuello con una sábana parecida a la mía estaba Sandra, durmiendo con una expresión relajada. Mi garganta se secó cuando ella suspiró levemente en sus sueños y se revolvió hasta conseguir una nueva y extraña posición. Sonreí al verla tan bonita como siempre, aunque odié ver las marcas del cansancio en ella: grandes ojeras se extendían por debajo de sus ojos, la palidez de su piel se había hecho extrema y juraría que había llegado a perder unos cuantos kilos desde que toda esta mierda empezó.

Fruncí el ceño de pronto, intentando recordar cómo había acabado aquí y qué era lo que había pasado con Mikhail y con todos los demás. ¿Por qué mierda no había muerto? Mi padre había estado apuntándome directamente al corazón cuando disparó, así que... ¿cómo era que seguía aquí?

Intenté incorporarme de nuevo, y a pesar del dolor que sentía, acabé consiguiéndolo... aunque un maldito cable se soltó de mi brazo y una molesta máquina empezó a pitar con energía. Maldije con fuerza y miré a Sandra, que se sobresaltó y abrió los ojos con el susto grabado en ellos.

Cuando me miró, su boca se entreabrió y su barbilla empezó a temblar a la vez que sus ojos se inundaban de lágrimas. Mi corazón se ablandó para ella cuando susurró con la voz llena de esperanza y miedo:

-¿Aiden?

Yo no pude responder. Cuando la vi levantarse del sillón con lentitud y caminar a hacia mí, simplemente me quedé en blanco. ¿Qué podía decirle, qué podía hacer para expresarle lo que sentía por ella después de todo lo que había pasado?

Sin embargo, cuando la tuve a varios centímetros de mí, no necesité más. Ni siquiera lo pensé. Agarré su mano con mi brazo derecho -el que podía mover sin dolor-, y tiré de ella hacia mí, sin que me importara lo que había pasado, ni mis heridas, ni el molesto pitido, ni siquiera la furiosa voz de la enfermera que acababa de entrar; la besé con fuerza, con ansia, con el miedo de perderla de nuevo, o de que hiciera una de esas locuras que me hacían enfurecer, como que se pusiera en peligro o que simplemente desafiara al mundo.

El mundo quedó reducido a la nada, y lo único en lo que podía y quería pensar era en ella, en la mano que tenía enredada con delicadeza en mi pelo y en la calidez y firmeza de sus dedos enlazados con los míos. Cuando nuestras bocas se separaron por la falta de aire, su frente quedó junto a la mía y fue entonces cuando al abrir los ojos me di cuenta de que ella lloraba, de que lo hacía en silencio y con los ojos cerrados, pero sin poder evitar que las lágrimas saliesen.

-Estás... estás... -susurraba ella entre sollozos.

No podía acabar la frase por culpa de las lágrimas, pero lo entendí a la perfección y... me enamoré -aunque fuese imposible- un poquito más; ella se había derrumbado después de todo, aunque sólo cuando todo acabó... como una guerrera después de la batalla. Sonreí. Sí, eso era justamente Sandra.

-Estoy vivo -aseguré acariciándole la mejilla con una sonrisa ladeada, y la besé de nuevo antes de susurrarle al oído, mientras miraba a la enfermera refunfuñar y toquetear la máquina que no dejaba de pitar-, aunque no sé por cuánto tiempo...

Mi broma no le hizo ninguna gracia, pues frunció el ceño.

-Imbécil -gruñó, haciendo adorables pucheros-. Como vuelvas a...

Sonreí levemente antes de besarla con lentitud, interrumpiéndola, callándola y disfrutando de esos labios que había llegado a pensar que jamás volvería a probar.

-Deja de aprovecharte de mi inocente hermana, enfermo -gruñó de pronto una ronca voz desde la puerta de la habitación.

Alcé una ceja lentamente cuando miré a Dan, y resoplé.

-Tú, idiota, tenemos que hablar -gruñí de forma seria.

* * * * * * * *

Miré como mi boxeador alzaba una ceja y atravesaba a Dan con aquellos ojos azules, tan profundos y claros que sólo podían ser únicos. Me entraron ganas de llorar otra vez, de abrazarle y de no soltarle nunca.

Miré la enorme venda que le envolvía todo el pecho y tapaba la enorme herida que tenía sobre el corazón. Había estado a punto de morir... A punto de morir por culpa de una bala que su padre se había atrevido a disparar. Quise gritar por la injusticia que había vivido Aiden, ¿cómo podía ser que una persona tan buena como él hubiese tenido una vida tan... perra? ¡Él no merecía nada de lo que le había sucedido!

Apreté su mano con fuerza, todavía sin creerme que después del tiempo que había pasado estuviese por fin despierto, y él me correspondió el apretón pero sin quitar la mirada de Daniel.

-Tú idiota, tenemos que hablar -dijo en un gruñido serio- ¿Se puede saber qué pasó anoche? ¿Dónde está mi padre? ¿Por qué estoy vivo?

Mi boca se secó ante sus preguntas. Daniel me miró en busca de ayuda, y después su mirada viajó hasta Aiden, que tenía el ceño fruncido y los ojos brillando de forma molesta.

-Anoche no pasó nada porque... joder, Aiden, llevas una semana durmiendo -le soltó de sopetón, y mi boxeador empalideció.

-Oh joder, vaya mierda -maldijo Aiden, pasándose la mano libre por la cara-. ¿Qué mierda ha pasado?

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora