Capítulo treinta y dos.

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Tenía un mal presentimiento, un horrible y doloroso presentimiento de que algo iba a pasar, y no iba a ser nada bueno.

Miré sobre mi hombro, observando por el pasillo por donde María había salido corriendo. Me sentía cruel por obligarla a ir sola, pero yo tenía que hacer algo para conseguir tiempo... Aunque todavía no sabía el qué.

Sentí la pistola del rubio fría contra mi piel y me estremecí. Estaba segura de que Aiden y Dan necesitaban ayuda, eso sin pensar en Richard y en lo que le podría haber ocurrido.

Estaba segura de que Aiden no le había hecho nada malo, pero no sabía lo que Mikhail podría llegar a hacer si se enteraba de lo que Richard sabía.

Tragué saliva cuando abrí la puerta que había delante de mí. Llegué al pasillo por donde había venido y suspiré al ver por fin algo conocido.

Ahora, sólo tenía que encontrar la manera de que me encontraran. Genial. Caminé hasta las puertas de metal y salí hacia la multitud. La gente estaba gritando, aullando mientras veían a los boxeadores golpeándose. Pasando mi mirada por toda la sala, me di cuenta de que en el fondo había una pequeña puerta oscura. Esa fue por donde Aiden despareció cuando nos besamos por segunda vez... En el ring.

Suspirando de manera temblorosa ante los recuerdos, intenté caminar disimuladamente hacia allí, pero a medida que avanzaba mis nervios aumentaban, y estaba empezando a pensar que me iba a desmayar por culpa de la tensión. Era una completa locura, pero no podía evitarlo. El miedo de perder a Aiden y a Dan me estaba consumiendo, y por eso, cuando me coloqué delante de la puerta negra en la que se leía PRIVADO, suspiré intentando serenarme.

Cuando estaba a punto de decidirme a abrirla, mi mundo se desmoronó. Sentí una mano en mi hombro, apretando con fuerza y haciéndome gemir de dolor. Intenté gritar pero no lo conseguí porque una pálida y tatuada mano me tapó la boca, y cuando escuché su voz quise maldecir:

-¿Dónde está la periodista?

¡¿Cómo había podido escaparse de la habitación el maldito gorila rubio?!

Yo gimoteé y sentí como se me llenaban los ojos de lágrimas por la presión que su mano ejercía. Su brazo sobrante estaba ahora alrededor de mi cuello, y la falta de aire estaba empezando a asfixiarme.

El rubio abrió la puerta oscura con dificultad, y cuando entramos, me lanzó contra la pared y yo jadeé a la vez que él cerraba. Antes de que pudiera recuperarme, el rubio me había aprisionado de nuevo y, llevando su mano por mi espalda, cogió su pistola del borde de mi pantalón y me la colocó en la cabeza.

-No voy a repetírtelo, ¿qué has hecho con la periodista?

Yo parpadeé para no llorar y negué con la cabeza.

-¡Soltarla! Sois unos desgraciados, unos hijos de...

-Espera -dijo el rubio, frunciendo el ceño-. ¿Quieres decir que la has soltado? ¿Por qué?

Yo le miré anonadada. ¿Es que era tonto? ¡No iba a dejarla aquí para que la matasen!

-Para que no la maten -sonreí sin ganas-. Esta vez no os vais a librar... vais a acabar en la cárcel, todos.

El rubio frunció el ceño todavía más, y luego sonrió. Me quitó la pistola de la cabeza y miró hacia el fondo del pasillo, donde había una puerta.

-Esa es mi intención, también -dijo él, encogiéndose de hombros-. Soy policía, Sandra, y necesito que me ayudes -Yo me quedé boquiabierta. ¿El gorila rubio era policía? ¿Cómo? ¿Por qué?-No hay tiempo de explicaciones, pero tienes que creerme, soy policía y necesito que me ayudes. Llevo mucho tiempo trabajando en este caso e investigando a todas las personas que entran y salen de aquí... Realmente sé todo sobre esta gente, pero tu aparición me tenía algo confundido. Cuando empezamos a investigar esto, pensábamos que se trataba únicamente de tráfico de drogas, pero en cuanto me infiltré, empecé a darme cuenta de todo lo que ocurría aquí: las peleas ilegales, los asesinatos, la prostitución, las drogas... Llevo casi dos años trabajando en esto, y siento que estoy a punto de acabar con todos ellos... pero necesito tu ayuda. No puedo volver ahí adentro sin alguien, había pensado en llevar a la rehén pero... La has soltado, y tú eres la única opción que me queda para regresar ahí dentro y protegerlos hasta que llegen los refuerzos.

La cabeza empezó a latirme con fuerza y el corazón se me encogió. El rubio parecía sincero, pero si encarcelaba a todos los que aquí trabajaban...

-Pero hay gente que trabaja aquí obligada -intenté explicarle, llorosa-: Aiden y Daniel son ejemplos, y no sé a cuanta gente más Mikhail habrá coaccionado para que boxeen.

El rubio asintió, y me miró antes de volver su mirada hacia la puerta.

-Lo sé -él suspiró-, pero lo importante ahora es que consiga la manera de volver... ¿Me ayudarás?

Yo me mordí el labio y sentí el miedo clavándose hondo en mí. Sin embargo asentí. Lo haría... claro que sí.

* * * * * * * * *

No sé cuánto tiempo había pasado desde que estábamos aquí, pero mi padre estaba hecho una furia y Rodríguez estaba al punto del colapso por los nervios.

Al parecer mis súplicas habían sido escuchadas -por primera vez-, y Sandra había hecho algo sensato: huir.

Saber que aquella pelirroja de lengua viperina estaba alejada de Mikhail y de sus garras me estaba empezando a dar ganas de sonreír. Sin embargo, cuando la puerta sonó, mi estómago se encogió. Joder, no. Por favor... que no sea ella.

Dan se tensó como una cuerda al escuchar como se abría la puerta; yo le imité. Cuando observé como un hombre arrastraba a Sandra hacia el interior mientras le apuntaba en la cabeza, mi mundo se desmoronó. Ella miraba hacia todas partes, asustada y temerosa... hasta que se fijó en mí.

Sus grandes ojos negros parpadearon para contener las lágrimas y yo sentí unas terribles ganas de abrazarla y protegerla. Dan apretó la mandíbula, furioso, y taladró con la mirada a Mikhail.

-Déjala en paz -exigió- ¡Ella no ha hecho nada malo, ni siquiera sabe nada de esto!

Mikhail no respondió.

-Ah, por fin estás aquí -le reprendió Mikhail al rubio-. Has tardado demasiado.

-Lo siento, señor, se ha estado resistiendo -entonces, el rubio la soltó y ella cayó al suelo con un gemido de dolor. Estaba a punto de lanzarme sobre él, cuando mi padre habló:

-Quieto, Aiden -dijo sin mirarme. Apreté los dientes furioso y observé con dolor como Sandra se levantaba con dificultad.

Mikhail puso los ojos en blanco y nos miró a todos los que estábamos en esa sala: Richard, Dan, Sandra, el rubio, Rodríguez -que estaba en una esquina taladrando al rubio con la mirada-, y yo.

-Bueno, bueno, por fin estamos todos -dijo con burla, mirando a Sandra con ojos fríos-. Has hecho que pierda mucho tiempo, mocosa insolente.

Yo supliqué mentalmente para que Sandra se quedara en silencio, pero como siempre, acabó haciendo lo que no debía.

-Que lástima, Mikhail, lamento haberte hecho perder el tiempo... -dijo ella, irónica y furiosa-. Seguro que ha escapado a mucha gente a la que hubieses podido matar por la espalda.

Mikhail se levantó furioso, y caminó hasta Sandra con intención de golpearla. Antes de que pudiese darme cuenta, estaba delante de ella y agarraba con fuerza el brazo de mi padre, taladrándole con la mirada.

-No. La. Toques -gruñí con furia mientras él se soltaba de mi agarre.


CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora