Capítulo diecisiete.

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Llegué al bar con los nervios haciendo una fiesta en mi estómago. Agarraba con fuerza el paquete que tenía entre los brazos, pegándolo a mi pecho antes de guardarlo en la pequeña mochila que había traído para eso. Tenía el corazón latiendo desbocado mientras mi mente trabajaba en mil y una cosas. Caminando entre las mesas, me quedé parada a varios metros de aquel castaño que estaba sentado de espaldas a mí mientras veía su mano agarrando un vaso de cerveza.

Inspiré y solté el aire, intentando tranquilizarme. Nada tenía por qué salir mal, sólo iba a preguntarle varias cosas y me iría. Sin problemas.

Caminé lentamente hacia él, y le toqué el hombro avisándole de que había llegado. Él se giró con una sonrisa en los labios y se levantó de la silla para darme dos besos en las mejillas. Al parecer, él también estaba algo nervioso. Me reí intentando romper algo de tensión.

-Gracias por haber quedado conmigo de forma tan repentina -dije mientras me sentaba delante de él. ¡Dios que incómodo era esto! Él se rió entre dientes y le dio un trago a su vaso.

-No pasa nada, Sandra. Siempre es un placer quedar contigo.

Me sonrojé. ¡Que zalamero! Le miré fijamente, sorprendiéndome: a pesar de su rostro de ángel, con esos rizos que le caían hasta los hombros, los ojos castaños brillantes de amabilidad y esa sonrisa inocente, él era el hombre que había mandado una amenaza escrita a mi jefe. Tragué saliva y deseé que esta noche saliese completamente bien.

-Richard, yo...-bajé la mirada sin saber cómo empezar.

-¿De qué querías hablar, Sandra? -preguntó él mientras se reclinaba hacia delante.

Yo apreté con fuerza la mochila que había dejado sobre mis piernas. Mirando hacia ambos lados, saqué el paquete con disimulo y lo dejé sobre la mesa mientras observaba su rostro de estupefacción. Cuando clavó sus oscuros ojos en los míos, su expresión se descompuso.

-¿Qué es eso? -susurró, intentando disimular. Pero ya era tarde.

-Sabes perfectamente lo que es, Richard -dije severamente, mientras nuestros ojos colisionaban-, pero quiero saber por qué.

-No sé de qué estás hablando -dijo nervioso, intentando levantarse. Yo le cogí del brazo y lo impedí mientras fruncía el ceño.

-Lo sabes perfectamente, y puedes estar tranquilo. No diré nada si me cuentas por qué.

Entonces, su rostro se endureció. Sus ojos brillaron furiosos, cabreados. Yo tragué saliva y le solté el brazo, dejando mi mano sobre mis rodillas.

-No deberías haber abierto algo que no era tuyo, Sandra -me reprendió él con voz tensa, furiosa. Era la primera vez que le oía hablar así, y me di cuenta de que todo lo inocente que parecía ser, había desaparecido por completo. Su expresión era dura, fría y calculadora, pero sobre todo brillaba con furia contenida-. Y no tengo que contarte nada de lo que tengo en mente. Sé que eres una más en esa mierda, pero pienso acabar con esa gente y con todos aquellos con los que se relacionan...

Abrí los ojos, asustada y miré alrededor. Había varias mesas llenas de gente joven, de grupos de amigos y por supuesto, de parejas empalagosas. Mirando de nuevo a Richard, me crucé de brazos.

-No sé de qué estás hablando, Richard. Yo no tengo nada que ver con los asuntos de mi jefe.

Él sonrió de manera fría y chasqueó la lengua, traspasándome con esos ojos oscuros.

-¿Me estás diciendo que es una casualidad que tú seas su secretaria y que te haya conocido en el maldito local de tu jefe? -él se rió sin ganas y miró el paquete- ¿Cuánto tardará tu jefe en mandar a alguien a matarme?

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora