Capítulo treinta y uno.

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Me apoyé contra la pared, sintiendo el frío de esta traspasando la tela de mi camiseta. Miré con asco a Rodríguez, que había aprovechado que mi padre se había ido para sentarse en su lugar. Miré fijamente la pistola que tenía sobre la mesa, y luego a Dan, que tenía la mirada perdida... fija sobre Richard.

Aquel idiota estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared con los ojos cerrados. De vez en cuando hacía sonidos de molestia, por lo que supe que el golpe que había recibido estaba montándose una fiesta en su cabeza.

Sentí como mis propias heridas latían y maldije. Tenía la mejilla inflamada, y sentía como me latía la ceja de manera alarmante. Gruñí. Lo último que necesitaba ahora mismo es que se me infectara.

Miré a Daniel con el ceño fruncido al ver que se llevaba la mano al estómago. De pronto, alzó su mirada hacia mí y nos miramos silenciosamente. Sus oscuros ojos brillaban con dolor, tanto físico como emocional... Y lo entendía, porque me sentía exactamente igual.

Mikhail se había marchado del despacho tras dejar sobre mis hombros la peor elección de mi vida: mi familia... o ella. Cerré los ojos y sentí mi corazón estrujándose, sangrando y pidiendo que alguien lo arrancase. No iba a ser capaz de hacerlo, y lo sabía. Pero entonces... ¿qué iba a pasar? El miedo me estaba consumiendo, y ni siquiera podía hacer nada para evitarlo.

Deseé, recé, supliqué mentalmente para que Sandra huyese, para que saliese de la ciudad y se alejase de este maldito infierno en el que ella sola se había empeñado en entrar. ¿Por qué me había tenido que enamorar justamente ahora, y de la mujer más testaruda y explosiva del mundo?

Apoyé la cabeza en la pared mirando el oscuro techo y cerré los ojos recordando la última vez que la había visto: habían pasado un par de horas, pero su imagen seguía clara en mi mente. Había sido en la calle, cuando la había encontrado con Richard; con el pelo rojizo suelto y los grandes ojos negros abiertos de par en par mirándome como si fuera una aparición y, segundos después, cuando le había ordenado que se marchase, brillando con furia contenida... Sí, era una maldita bomba personificada, y me encantaba.

Entonces, mientras seguía recordando todas las veces que había estado con ella, la puerta se abrió. Mi padre entró como si fuese el rey y miró con una ceja alzada a Rodríguez, que se levantó de su sillón de un salto. Balbuceó varias disculpas a mi padre, pero este lo único que hizo fue apartarle de un empujón y sentarse.

-¿Esa maldita mocosa no aparece? Estoy perdiendo mi tiempo esperando, Rodríguez, y sabes lo mucho que odio esperar. Dile a ese inútil que tienes contratado que tiene diez minutos para traerla o está despedido... Y de la manera tradicional, ¿me has entendido?

Apreté la mandíbula ante la frialdad de mi padre. Mikhail odiaba la incompetencia, y para él cualquier persona que lo fuese no debería seguir respirando. Para él, la manera tradicional era metiéndole una bala en la cabeza a la gente. Me asqueaba.

-Por supuesto, señor -balbuceó Rodríguez-. Saldré ahora mismo a llamarle y le ordenaré que haga algo de una maldita vez.

Cuando la puerta se cerró, Richard gimió de dolor por el sonido y yo le miré fijamente, escuchando su voz rasposa:

-¿Cuándo vais a matarme, desgraciados?

Mikhail se rió de forma tétrica y le miró como si no fuera nada.

-Has estado dándome muchos problemas, niñato, llevas meses molestándome y la verdad es que creo que no tardaré mucho en contestar a esa pregunta...

-Eres un puto psicópata... -espetó Richard.

-Puede ser -añadió Mikhail, y luego señaló a Dan-. Pero no fui yo quien siguió a su hermana para saber donde vivías...

Miré sorprendido y furioso a Daniel. ¿Él sabía que su hermana había ido sola al apartamento de Richard y no me había dicho nada?

-Mikhail -gruñó Daniel, apretando los puños.

-Ah... es verdad -siguió Mikhail-, mejor espero a que esté presente tu hermanita para que pueda saber la verdad antes de que mi hijo elija... -me miró fijamente-. ¿Has decidido ya?

Me quedé en silencio. Él sabía que no podía elegir, que si lo hacía moriría con alguna de ellas... Y lo entendí. Ese era mi castigo. Quería castigarme eligiendo entre las personas más importantes de mi vida, sabiendo que mi conciencia no me dejaría vivir en paz y que jamás podría recuperarme si elegía.

Sin embargo, si no lo hacía lo haría él... y sabía como acababan sus elecciones: matando a ambas partes. Cerré los ojos con fuerza y aparté la mirada de él. Le odiaba a cada segundo que pasaba.

Él se rió con fuerza, notando divertida la situación y apoyó los codos en la mesa.

-Piensa rápido, hijo. Te queda poco tiempo.

* * * * * * * * *

Miré con el corazón desbocado al rubio. Se había parado delante de una puerta grisácea de metal, y parecía estar abriéndola con llave. Miré el enorme pasillo oscuro que había a mis espaldas y me estremecí de miedo. Jamás había podido pensar que un local tan pequeño pudiese ser tan grande en su interior... Mikhail debió gastarse mucho dinero en todo este infierno...

Agité la cabeza, intentando centrarme, y busqué por mi alrededor algo que pudiese usar para defenderme. Tenía que sacar a María de aquí, y aparte necesitaba su ayuda.

Me tensé cuando el rubio abrió la puerta metálica de golpe. Tragué saliva y cuando el rubio desapareció dentro mis nervios aumentaron. Cogiendo lo que parecía ser un trozo de madera rota, caminé lentamente hacia el borde de la sala y miré dentro. El rubio estaba arrodillado delante de mí, forcejeando con algo. Gemidos ahogados se escuchaban, y supe que eran de María.

Con el corazón acelerado y el miedo clavado en el pecho, entré silenciosamente en la pequeña y agobiante habitación. En ese instante, agradecí todas las veces que tuve que salir a escondidas de mi casa, pues me habían dado una agilidad increíble...

Cuando estuve a escasos metros del rubio, tragué saliva y, deseando que funcionara sin matarle, le golpeé en la cabeza. María soltó un grito ahogado y yo casi me eché a llorar cuando el gorila se desmayó sobre ella.

-María tranquila soy yo, por favor cállate -le susurré cuando conseguí quitarle el enorme peso del hombre. Ella se silenció al instante.

Miré horrorizada como estaba. Tenía sangre seca en la barbilla, y cuando le conseguí quitar la venda de la boca empezó a toser. Le quité la de los ojos y ella parpadeó, llorando y gimoteando.

-Gracias... gra-gracias...-gimoteó asustada y se me encogió el estómago, mirando nerviosa al rubio.

-Tranquila María -susurré cuando le conseguí quitar las cuerdas de las manos y los pies-. Nos tenemos que ir ya, no sé cuánto tiempo estará inconsciente pero no creo que tarde en despertar.

Le ayudé a levantarse y cuando me convencí de que no se caería me agaché y cacheé al hombre en busca de algo para defenderme y las llaves de la pequeña habitación. Y lo hice. La pequeña pistola era fácil de esconder y me alegré profundamente, segundos después encontré las llaves y saliendo, cerré la puerta y las dejé puestas.

María me abrazó y se echó a llorar, tensa como una cuerda.

-María, entiendo como estás pero... no hay tiempo. No sé qué está pasando, pero Mikhail está con Aiden, y creo que también con Dan. Necesito que salgas corriendo de aquí y busques ayuda; llama a la policía... por favor.

Ella me miró confusa y se apartó las lágrimas de los ojos, asintiendo con la cabeza.

-¿Y tú qué harás? -pregunta entre jadeos, fatigada por el llanto.

-Yo... intentaré ganar algo de tiempo.




CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora