Capítulo diez.

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Llevaba una hora sentada en aquel banco de madera, en el mismo lugar en el que había visto pelear a mi hermano -y a Aiden- por primera vez. El enorme salón, incluso con las gradas, parecía demasiado espacioso en comparación a la última vez. Supuse que la imagen de la horda de personas que se reunían para ver las peleas empequeñecía el lugar.

Cuando escuché de nuevo como Dan caía, sonreí levemente. Había que admitir que mi pequeño moco era bueno, pero no tenía nada que hacer contra su entrenador. A pesar de llevar desde que llegamos entrenando, Aiden sólo lucía una fina capa de sudor en la frente... Me lamí los labios. Dan por el contrario, jadeaba con de forma notable. Me reí cuando le oí refunfuñar mientras se levantaba del ya conocido suelo.

-Sandra, haz el favor de no reírte de mis desgracias -gruñó Dan mientras se sobaba el costado, lugar donde Aiden le golpeó-. Él no necesita que su ego crezca todavía más, o llegará un momento en el que no podrá con él y lo aplastará.

El nombrado no dijo nada, simplemente bufó y se acercó a la cuerda de la cual colgaba una toalla. Se la pasó por la frente, todavía aparentando que no estaba allí, y el dolor que sentía en el orgullo escoció. Apreté los labios y solté lo suficientemente alto:

-Si eso llegase a ocurrir, disfrutaría el momento como nada antes -aseguré levantándome del banco, sintiendo los músculos tensos de todo el tiempo que estuve sin hacer nada.

Dan me miró con una advertencia en la mirada -que ignoré-, y miré a Aiden, para intentar descifrar su expresión. Él simplemente se paseaba por el ring, mirando las gradas vacías con la mirada perdida. Parecía estar recordando algo, y por su expresión, nada bueno.

-Voy a ducharme -anunció Dan, bajando del ring con elegancia. Un rápido y olvidado recuerdo apareció de repente en mi memoria: papá. Se me encogió el estómago cuando mi hermano pequeño se acercó a mí y me besó la mejilla, aprovechando para susurrarme al oído-: Cuidado, hermanita.

Yo le miré con el ceño fruncido mientras él desaparecía detrás de aquellas familiares puertas metálicas. En cuanto nos quedamos a solas, el ambiente se espesó. Levanté la mirada hacia el ring, y subí con cierta dificultad. Gah, en las películas parecía mucho mas fácil.

Cuando conseguí mi objetivo, averigüé que Aiden me miraba fijamente, con aquel par de esferas azules brillantes como dos estrellas. Tenía el pelo revuelto a causa del entrenamiento, y aquellos pantalones que caían de forma sexy por las caderas... Ah, ¿Ese pecho era natural? ¡Por dios, si parecía piedra bronceada! Me lamí los labios, intentando recordar lo que tenía que decirle...

Ah, sí. ¡Que era un completo idiota!

-Idiota -le espeté, cruzándome de brazos y mirándole fijamente. ¡No iba a dejar que su cuerpo de ser divino me confundiera!

Él levantó una de sus oscuras cejas, creando un arco perfecto que denotaba cierta burla.

-Eres un maldito idiota -seguí hablando, mientras él imitaba mi posición y cruzaba aquel par de brazos definidos sobre su también definido y apetecible pecho... ¡Sandra, que te desvías!-, y... Un bocazas... Sí... ¡Un bocazas que habla sin saber, que se enfada sin razón y que actúa sin pensar!

-Sandra... -me advirtió él con la voz, tenso-. Cuidado con tus palabras, yo no soy tu hermano. No tenemos confianza para que me hables así, y aunque la tuviésemos tampoco te permitiría que lo hicieras.

Yo me sentí furiosa e indignada.

- ¿Ah... No puedo tener la confianza suficiente para que pueda insultarte, pero tú si puedes tenerla conmigo para meterme la lengua en la boca? -gruñí furiosa, clavándome las uñas en las palmas ¡¿Pero de qué iba este idiota?!-. Y no sólo eso... ¡Encima te atreves a juzgarme por salir con un amigo!

- No es lo mismo, pelirroja, lo que pasó en mi despacho no tiene nada que ver con lo que ese imbécil quiere hacer contigo -él respondió con las mismas palabras que le dije en la casa de Dan y solté una carcajada furiosa-. Y... ¿Un amigo? ¡Joder, pero si cuando te conoció le faltó entregarte un condón en señal de amistad!

Yo abrí la boca ya completamente fuera de mí. Me acerqué a él en tres zancadas y, en cierto modo lo odié. De esta forma tenía que levantar la mirada para enfrentarle.

-Escúchame bien, moreno -le dije entre dientes, golpeándole el duro pecho con el dedo -. ¡Tú no puedes decirme lo que hacer, o con quien puedo salir! Ni siquiera tienes el derecho a reprocharme nada, porque lo único que pasó en... ese despacho, fue un error. ¡Por dios eres el entrenador de mi hermano y el hijo de mi...!

No supe como reaccionar al segundo después, cuando sentí su boca sobre la mía. Sin darme cuenta de lo que hacía, ya estaba respondiéndole el beso con la misma intensidad y la furia con la que él me besaba. Era un beso dominante, más parecido a una batalla sensual que a un beso; su lengua invadió mi boca y jugueteó con la mía sin ningún pudor. Su mano se había hundido en mi pelo, y movió mi cabeza hacia atrás para tener un mejor acceso a mi boca. Jadeé contra sus labios por falta de aire y abrí los ojos, encontrándome con un par de rendijas azul eléctrico que brillaban de forma oscura. Cuando su mano restante unió nuestras caderas, tuve que desear con fuerza que no me sonrojara... Mi deseo no se cumplió. El sonrió levemente de forma tensa y orgullosa.

- ¿Un error, dices? -dijo él de forma divertida pero con seriedad en la voz, impidiendo que me alejara-. Pues te debe gustar cometer fallos, porque no te he visto resistirte mucho a este.

-Déjame en paz, imbécil -le gruñí, intentando empujarle. Él tiró levemente de mi pelo y yo gemí, furiosa- ¡Es imposible hablar contigo!

De su garganta salió un sonido molesto y me soltó de repente, haciendo que por poco me desequilibrara. ¡Y encima era un bruto insensible!

-¡Eso debería decirlo yo, pelirroja! -dijo él, pasándose las manos por el rostro- ¡En menos de una semana me estás volviendo loco, joder!

Yo jadeé indignada e inspiré con fuerza para no gritarle que era justamente al revés: él me estaba volviendo loca a mí.

-Yo no hago nada fuera de lo común -sentí mis labios húmedos por su saliva y no pude evitar lamerlos-, eres tú el que lo complica todo sin dar explicaciones.

-Ah, ¿Entonces estoy así por arte de magia? -se señaló la erección que intentaba disimular y yo me sonrojé- ¡No me jodas pelirroja!

Tragué saliva mientras sentía mi cuerpo encenderse como una bombilla. ¡Pero cómo se atrevía, el descarado! Yo no tenía culpa de que a su amiguito le gustase.

- Yo no hago nada... -me justifiqué, pero cuando intenté seguir con mis pobres argumentos, oi las puertas de metal abrirse.

Miré hacia Dan, que venía con el pelo mojado y todo rastro de sudor desaparecido. En cuanto mi hermano estaba a punto de acercarse a nosotros, Aiden caminó en dirección contraria.

- ¿A dónde vas? -preguntó Dan, confuso.

-A darme una maldita ducha fría -gruñó en un susurro él al pasar por mi lado y salir con elegancia felina del ring. Cuando sus pies tocaron el suelo, añadió en voz alta-: Tengo cosas que hacer, Dan. Lleva a tu hermana al vestuario antes de que esto empiece a llenarse de gente.

Anonadada, observé como desaparecía tras una de las puertas laterales. Oi como Dan se aclarara la garganta, y cuando clavé mi mirada en la suya, el dijo mientras se cruzaba de brazos con seriedad:

- ¿Se puede saber qué has hecho ya, Sandrita?

Yo bufé y sonreí nerviosa mientras salía del ring con torpeza. Casi me caí -dos veces-, y cuando llegué sana y salva hasta el maravilloso suelo, caminé hasta Dan mientras decía:

- ¿Yo? Nada... -dije con inocencia mientras pensaba: Nada que no fuese a escandalizarte, claro... Gah, que difícil se volvía todo... ¡Y que calor tenía! Estúpido y sensual Aiden, esa boca no podía ser legal.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora