Capítulo diecinueve.

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Miré el rostro de aquel hombre que se había metido bajo mi piel y había conseguido un lugar en mi corazón, y deseé golpearle. Con sus ojos azules tan brillantes y preciosos como siempre, pero ahora con un toque de dolor y tristeza... Me dolía. Me dolía muchísimo el pecho, y no era por las lágrimas que ya no podía contener.

Era por él, porque ese idiota moreno que era el hijo del maldito asesino de mi padre, había conseguido enamorarme y decepcionarme al mismo tiempo, porque no había sido capaz de decirme la verdad, de enfrentarse a mí.

Sentí unas lágrimas corriendo por mis mejillas mientras veía su perfil, tenso por ver mi llanto y mi dolor. ¿Pero qué esperaba? Me había enterado de algo que había hecho tambalear todo mi mundo, y ni siquiera había sido él quien me lo había contado. Cerré los ojos y negué con la cabeza, oyendo su súplica dentro de mis oídos.

Me había pedido perdón, pero ni siquiera estaba segura de por qué. ¿Por no habérmelo dicho? ¿Por haberme mentido? ¿Por haberse metido en mi maldito corazón sin permiso?

Me mordí mi labio inferior que temblaba y negué en silencio, lamentándome. No quería su perdón, quería que me hablara. Bueno, realmente quería... ¡Quería gritarle, pegarle e insultarle! Inspiré con fuerza e intenté tranquilizarme.

-Aiden, necesito que me lo cuentes, yo... -yo estaba demasiado confusa por las palabras de Richard. Necesitaba que él me hablara, que confirmara lo que ya sabía que era cierto-. Quiero que... me lo cuentes. Todo... Sin mentiras, por favor...

Él me miró con aquel par de gemas brillando adoloridas, y con una mueca asintió levemente. Segundos después de un silencio incómodo y doloroso, caminamos hasta mi habitación, donde nos recibió un adormecido Poo.

Deseé cogerlo en brazos, pero sabía que en cuanto tocara a aquel peluche viviente me echaría a llorar, y no podía permitírmelo. No por ahora.

Dejé que saliese fuera de la habitación, y cerré la puerta para que Dan no se despertara. En otra ocasión me habría sentido intimidada por tener a aquel hombre dentro de mi habitación y sentado en el borde de mi cama, pero sin embargo lo único que me embargaba ahora era un duro y frío dolor en el pecho.

Cruzándome de brazos, me limpié los ojos y lo miré fijamente.

-¿Mi hermano también lo sabe, verdad?

Él asintió de manera incómoda y yo me sentí todavía peor. ¿Cómo había podido Dan ocultarme algo así?

-¿Por qué no me lo dijisteis, Aiden? -susurré sintiendo un ramalazo de furia. Dios, me sentía como un maldito volcán de emociones y encima no podía controlar ninguna de ellas, porque eran demasiado fuertes- ¿Por qué? ¡He estado llevándole cafés al hijo de puta que atacó por la espalda a mi padre! -grité furiosa, dolida por las imágenes que ahora renacían de mi memoria.

Había tenido ocho, quizá nueve años cuando pasó. Aquella noche iba a ser la final de ese maldito campeonato ilegal de boxeo, y mi padre tenía todas las de ganar. El premio era demasiado alto, pero con él podríamos haber vivido como reyes durante el resto de nuestra vida; y lo habríamos hecho de no ser por su contrincante: aquel hombre moreno, con aquellos ojos fríos y tan azules que parecían irreales. Había observado los movimientos de mi padre, emocionada mientras aplaudía sentada en las piernas de mi madre.

Pero ella no animaba. Ella había estado tensa en su asiento, siguiendo los movimientos del contricante de mi padre, como si notase que algo iba a pasar y que no iba a ser bueno. Y tuvo razón.

Cuando mi padre golpeó al otro en el rostro, partiéndole la ceja y tirándolo al suelo, me había sentido eufórica. Había gritado y aplaudido como la que más, y cuando el árbitro le dio por fin la victoria a mi padre y este bajó la guardia, ocurrió. El oponente se levantó, furioso, y golpeó a mi padre en la cabeza con fuerza, haciendo que su cuello se moviese en un ángulo extraño.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora