Capítulo dieciséis.

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Llegué a casa destrozada. Tenía heridas en los pies por culpa de todas las vueltas que había tenido que dar en la oficina, siguiendo las órdenes del mayor capullo de la historia. Al parecer hoy el Sr. Hunter estaba cabreado con la existencia en general y había decidido pagarlo conmigo, su secretaria.

Me había pasado la tarde entre gritos, insultos, maldiciones y portazos. Llevando ficheros y tachando reuniones sin ton ni son. ¡Ese hombre estaba loco! Me había tenido que morder la lengua para no decirle un par de cosas bien dichas a ese gruñón, cuando una joven periodista había salido casi llorando de su despacho.

Suspirando, me bajé de aquellos andamios que tenían por nombre tacones y caminé por toda la casa mientras intentaba desabrocharme el maldito vestido. Lo miré furiosa y bufé. Era bonito, de un gris claro, pero era la cosa más difícil de poner y de quitar, a menos que estuvieses con alguien.

-¡Daniel! ¡Necesito tu ayuda! -grité parándome delante de su puerta. Fruncí el ceño cuando nadie me respondió.

Miré mi teléfono para ver la hora y me di cuenta de que era demasiado pronto para que estuviese entrenando. ¿Qué estaría haciendo? Extendí la mano lentamente hasta el pomo de la puerta, pero cuando estaba a punto de tocarlo, la puerta se abrió con rapidez.

Miré boquiabierta a mi hermano pequeño. Tenía el pelo enredado, los labios hinchados y húmedos y... estaba sin camiseta. Miré su pantalón que estaba a medio abrochar y me mordí el labio para no reírme cuando se sonrojó profundamente.

-San... Sandra -dijo con nerviosismo. Poniéndome de puntillas, pude captar algo del interior de su habitación antes de que me empujara y cerrara la puerta- ¿Qué haces aquí?

Pero ya era demasiado tarde. Había visto un bonito sujetador azul tirado en el suelo y lo que parecía ser un pantalón vaquero de mujer sobre la cama. Sonreí y miré a mi hermano con una expresión pervertida. Él se sonrojó.

-Vivo aquí, pequeño moco -dije mientras él se abrochaba el pantalón. Me reí-. ¿Tu novia va a salir? Me gustaría conocerla.

-¡No es mi novia! -él se sonrojó y empezó a susurrar palabras incoherentes.

Yo empecé a picarle y a reírme mientras él intentaba alejarse de mí.

-¡Vamos, Dan! ¡Cuéntame! -grité mientras me tiraba encima de él. Al instante, la puerta de la habitación se abrió y sonreí victoriosa.

Me quité de encima de él y caminé descalza hasta la castaña de pelo corto que tenía delante de mí. La boca se me abrió por completo cuando me di cuenta de que era la chica joven que había salido corriendo y casi llorando del despacho de mi jefe. La observé con sorpresa al igual que ella a mí; tenía el pelo castaño rizado hasta los hombros. Sus grandes ojos azules brillaban con estupefacción, y tenía un rubor extenso por todo su rostro. Sonreí. Llevaba la misma ropa que esta mañana, con aquellos vaqueros y la camiseta de manga al codo de color blanco.

-Hola... -susurró ella, bajando la cabeza. Yo miré a Daniel, que tenía la mirada apartada de nosotras. ¡Estaba incómodo, que gracioso!

-Hola -saludé acercándome más a ella y extendiéndole la mano. Ella me miró con sorpresa y la aceptó-. Yo soy Sandra, la hermana de Daniel. ¿Tú eres la periodista de esta mañana? -ella asintió triste-. Lamento mucho lo que te haya dicho mi jefe, puede ser muy gruñón algunos días... Normalmente casi siempre, y sólo llevo una semana trabajando para él -yo suspiré y ella bajó la mirada derrotada, suspirando.

-Sabía que no iba a conseguir que publicaran mi artículo, ni siquiera lo leyó -dijo con pena. Me sentí mal por ella al instante ¡Mi jefe era un auténtico chimpancé!-. Hace poco que he acabado la carrera y sabía desde el principio que no sería fácil encontrar trabajo...

-Le dije que lo intentara en tu periódico -añadió Dan, poniéndose a un lado de nosotras. Miró a la chica que todavía no me había dicho su nombre y luego me miró a mí-. Pensé que podrías ayudarla a conseguirlo, pero...

Yo fruncí el ceño y me crucé de brazos. ¿Es que mi hermano era tonto?

-¿Y cómo pensaste que lo haría, si no la conocía de nada? -él abrió la boca, pero la cerró al instante que puse los ojos en blanco. Miré a la castaña y sonreí de una forma que pretendía ser cariñosa-. Puedo intentar ayudarte. Mañana pásate de nuevo y entrégame el artículo... Quizá consiga que al menos lo lea y me diga que le parece.

Sus grandes ojos azules oscuros brillaron en agradecimiento y asintió, sonriente. ¡Una buena obra de mi parte, sí señor!

Girándome, me quedé de espalda a ambos y miré por encima de mi hombro con una sonrisa inocente. Ellos me miraban confusos. Al parecer, la castaña pareció entenderlo porque empezó a bajar la cremallera del vestido con cuidado de no enganchar mi pelo. Sonreí de manera perversa. ¡La chica me caía bien, pero no iba a desaprovechar el momento de reírme de mi hermano!

-Espero no haber interrumpido nada... -Daniel tosió a mis espaldas y yo me mordí el labio para no reírme mientras notaba como el vestido iba abriéndose poco a poco-. En una hora me iré de nuevo y podréis seguir con lo que estabais haciendo, tengo cosas que hacer esta noche -casi pude ver como Dan fruncía el ceño pero cuando el vestido casi se cayó de mis hombros, me giré agarrándolo y sonreí a la chica, que estaba sonrojada-. Muchas gracias...

-María -añadió, con la mirada baja pero una pequeña sonrisa.

-María -completé riéndome. Daniel me estaba atravesando con aquellos ojos negros-. Que os lo paséis bien...

Me despedí de ambos con voz cantarina y caminé hasta mi habitación mientras agarraba el vestido. Pude sentir la mirada asesina de mi hermano viajando por mi espalda -que llevaba al descubierto- y me reí en cuanto cerré la puerta.

Poo me miró desde su pequeña cama, curioso y con un desdén impropio de él. Hice varios pucheros y dejé caer el vestido, quedándome en ropa interior delante de mi bebé.

-Ah, gordito -dije triste y acariciándolo-. Esta noche tengo muchas cosas que hacer... Espero que puedas perdonarme, pero nuestra sesión de películas tendrá que cancelarse -Poo lloriqueó y yo lo abracé-. Te prometo que te lo compensaré, peluche. Pero ahora... tengo cosas que hacer.

* * * * * * * * * *

Salí de la ducha quince minutos después de haberle enviado aquel mensaje a Richard.

Hola Richard... sé que este mensaje es muy inesperado pero me gustaría hablar contigo para poder comentarte algo. ¿Esta noche estás disponible? Si no es así, por favor, avísame... gracias.

Sentía unos nervios recorriendo mi estómago de mala manera, y cuando desbloqueé la pantalla con manos temblorosas, jadeé. Tenía un nuevo mensaje... De él.

Me encantaría volver a verte hoy. ¿Te ocurre algo? Espero que no sea nada importante... Aún así, dime la hora y el lugar, y allí estaré.

Inspiré con fuerza y tecleé con rapidez, mandándole la dirección de un bar bastante conocido. La verdad es que no quería quedarme a solas con él mientras le preguntaba sobre el maldito paquete que tenía bajo la cama.

Él volvió a enviarme otro mensaje, diciéndome que allí estaría. Suspiré. Bueno, ya estaba hecho... En una hora estaría sentada delante de él... preguntándole por qué.

¿Por qué quería vengarse del Sr. Hunter? Que no es que no lo entendiese, ese hombre era un cabrón, pero... ¿Por qué quería vengarse también de Aiden? El estómago se me encogió. No quería que nada le pasase, y sabía que si esas fotos salían a la luz, tanto Aiden como todas las personas que están relacionadas con ese maldito local, saldrían escaldadas. Incluido mi hermano.

Él parecía ilusionado con esa chica, y de verdad que él se merecía algo bueno. Y ella parecía serlo.

Suspiré y me abracé a mí misma, mirando fijamente la puerta del baño. No iba a permitir que nada malo ocurriera. Si Richard quería vengarse, encontraría el modo de que cambiase de opinión... o al menos, averiguaría el por qué.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora