Capítulo seis.

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Aiden.

Estaba siendo torturado de la peor de las maneras, y ni siquiera quería que aquello terminara. La pelirroja que tenía arrodillada delante de mí, con la bolsa del maquillaje a su lado, estaba siendo una verdugo excelente.

Estaba sentado en el borde de la bañera, con la cabeza gacha para que ella pudiera maquillar mi herida con facilidad.

Me tuve que contener para no bufar al recordar la pelea que había tenido con Baruch. No sé que me había pasado, pero en cuanto había visto a esta pequeña pelirroja hablando con el imbécil de la grada, en lo único que había podido pensar era en golpear el rostro de aquel chico. Y por ello, me había llevado un buen golpe como lección por no haber estado atento a mi contrincante.

De pronto, ella suspiró y yo miré sus carnosos labios, apresados por esos dientes blancos, y me contuve para no besarla.

Desde que la había visto aquel día acostada boca abajo en el sofá, con únicamente una camiseta blanca y unos pantalones cortos, había estado pensando en ella casi con ansiedad.

Tragué saliva cuando ella levantó sus ojos negros y los clavó en los míos. A pesar de no estar maquillados, eran tan profundos y tan grandes que te dejaban sin respiración. Y ese pelo... Ah. Del color del vino, deseaba quitarle la coleta y pasar los dedos entre los largos y finos mechones.

-Creo que...-susurró ella, sonrojada-. Ya está, moreno. Aunque esto no va a ser bueno para la herida, lo sabes, ¿No?

Y tú no eres buena para mi cuerpo, nena.
Sonreí de lado ante mis pensamientos, y bajé la mirada hacia su pecho. Mi erección creció al ver la piel pálida de su cuello y la parte superior de sus senos envuelta en esa camiseta deportiva.
Agradecí tener las manos sobre mi regazo; la pelirroja se escandalizaría si supiese lo que me hacía.

-No importa eso, pelirroja, la herida sanará igualmente.

Ella puso los ojos en blanco y se puso de pie, apoyando sus manos en mis rodillas. Casi gruñí cuando sentí otra ola de placer insatisfecho.

A pesar de haberme tirado a una magnífica rubia hacía apenas una hora, ya sentía que iba a explotar de un momento a otro. ¿Qué es lo que tenía aquella chica, que me ponía a cien?

-Vivan los machos...-susurró ella con ironía, cruzándose de brazos y mirándome mal-. Mi trabajo ya está hecho, moreno. Iré en busca de mi hermano... No tardes.

Yo me reí entre dientes y pasé mi mirada por su esbelto cuerpo, deseándolo. Cuando ella cerró la puerta del baño, me levanté por fin del borde de la bañera y negué con la cabeza mirando hacia mi erección.

-Desde luego, en menudos problemas me metes -susurré con sorna mirando hacia la prueba de mi deseo.

Riéndome por lo bajo, me acerqué al espejo y tuve que aceptar su trabajo: ahora el labio simplemente tenía un brillo rojizo, nada comparado con la enorme herida de antes.

Suspiré y antes de salir del baño me aseguré de que mi erección no se notase. Caminé por la habitación hasta el sofá donde horas antes me había tirado a la rubia imaginando que era una sensual pelirroja, y cogí la sudadera negra. Cuando me la puse, me subí la capucha y agaché la cabeza antes de salir de mi habitación sin que nadie me viese.

Cuando llegué a la habitación de Dan, apreté la mandíbula al oír la voz de Sandra tras la puerta.

-¿Por qué no me dices quién es, Dan? Joder, aunque sea el jefe de una mafia, me gustaría saber con quién te has metido -su voz sonó triste, asustada, y yo maldije.

Cerré los ojos con fuerza y sentí la culpa recorriéndome. Aunque sabía que yo no era el culpable de nada, saber que mi padre era el causante de todo esto, me enfurecía y avergonzaba a partes iguales.

-Sandra, te he dicho que no. No te voy a meter más en esto de lo que ya te has metido tú, ¿entiendes?

Tragué saliva al oír la voz tensa de Dan. Sin querer que esta conversación siguiera, llamé a la puerta y la abrí de par en par, observando a aquel par de ojos negros e idénticos mirándome.

-Dan, ¿Estás listo? -pregunté con la voz tensa. Nuestros ojos colisionaron, y él asintió con la mandíbula apretada.

Mientras Dan caminaba hacia mí, miré a aquella pelirroja que estaba incendiando mi cuerpo y mi mente, y negué cuando la vi caminar hacia mí.

-No puedes venir, pelirroja -sus ojos brillaron de manera peligrosa, y antes de que pudiera saltar con aquella lengua afilada por arma, añadí-: si tu amigo se da cuenta de que he sido yo quien te ha avisado, y que luego sales con Dan y conmigo acompañándonos, se va a enterar de que soy su entrenador... Y todo se va a ir a la mierda.

Ella apretó los labios con furia y se cruzó de brazos. Su expresión colérica me encendió. ¿De verdad me ponía tanto cuando se cabreaba?

-¿Se supone que me tengo que quedar aquí? -Espetó mientras aquella bola peluda se acercaba a su dueña.

Yo puse los ojos en blanco y apreté los dientes antes de decir:

-Si no hubieses salido a hacer amigos por las gradas, ahora mismo podrías venir con nosotros en calidad de pareja -espeté con furia, recordando el rostro de aquel imbécil.

Ella abrió la boca, con los brazos cruzados y una expresión asesina en el rostro: estaba furiosa, al igual que yo. Sin embargo, a pesar de la enorme irritación que me provocaba aquella pelirroja, la mayor parte de mí estaba imaginando como sería al desnudarla. Ah, estaba enfermo.

-Espera, ¿Qué amigo? -Preguntó Dan curioso, interrumpiendo a su hermana. Ella apretó los labios ante el tono serio de su hermano.

-Un chico muy amable con el que he estado hablando antes, y con el que pienso salir mañana -espetó ella furiosa. Dan frunció el ceño, al igual que yo, y maldije. ¿En serio iba a salir con algún imbécil de este lugar?-. Y antes de que digas algo, hermanito, te recuerdo que no tengo por qué darte explicaciones de lo que haga... Ya que tú tampoco me las das a mí.

Dan se quedó callado, furioso y yo le imité. Clavé mis ojos en los de aquella irritante mujer y bufé con ira. Sin decirle nada más -realmente deseaba estrangularla por ser tan testaruda-, salí de la habitación seguido de Dan.

Mientras caminábamos hasta las puertas de metal, escuché a Dan maldecir por lo bajo. ¿Por qué su hermana tenía que ser tan problemática?
De pronto, escuché la voz del árbitro presentando al contrincante de Dan, y le miré a los ojos -que brillaban nerviosos-, antes de decir:

-Tranquilo Dan, tu contrincante es un novato -recordé los enormes fallos que cometió en las peleas anteriores y le hice un rápido resumen-: cuando se siente acorralado se pone nervioso y se protege únicamente el rostro, Dan. Lo que tienes que hacer es jugar con él, asustarlo, ponlo contra las cuerdas y la victoria será tuya.

Dan se relamió los labios mientras el árbitro le nombraba, y como último consejo le dije:

-Únicamente ten cuidado con su rapidez, se mueve más rápido de lo que parece.

Él asintió y abrió las puertas, saliendo varios pasos por delante de mí. Colocándome bien la capucha, miré con sorpresa hacia atrás y me encontré a Sandra con Poo entre sus brazos, observándome con miedo en los ojos.

-No dejes que le pase nada, por favor...-susurró ella, taladrandome con esos grandes ojos negros. Yo tragué saliva y sonreí levemente.

-Tranquila, pelirroja. Te dije que no iba a dejar que nada le pase, y pienso cumplirlo.

Y con una media sonrisa, salí detrás de Dan, con la cabeza gacha mientras oía los gritos que él recibía en forma de apoyo, y con la imagen de su hermana en la mente.

Ah, desde luego, estaba bien jodido.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora