Capítulo once.

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Me desperté sintiendo la cabeza más pesada que nunca. Eran las 6:30 de la mañana, y quedaba una maldita hora para que mi horario laboral empezase. Habíamos vuelto del maldito local de lucha hacía menos de dos horas, pero no podía quejarme de nada: había sido yo quien había insistido en ser parte de esto, y no pensaba dejar que ninguna queja saliese de mi boca. 

Gemí con cansancio y me arrastré fuera de la cama mientras observaba a Poo, que todavía disfrutaba de un maravilloso sueño. ¿Por qué yo no podía ser como él? ¡Con lo bien que se viviría siendo un animal de compañía...!

Sin embargo, para mi desgracia, había nacido en la raza equivocada, y como tal debía hacer cosas estúpidas como llevarle un café bien cargado a mi molesto y gruñón jefe para conseguir un maravilloso sueldo. Aunque sin duda, llevar cafés no era lo único que tenía que hacer: el muy idiota me había ordenado que llevase ropa más... elegante, por lo que había tenido que hacer una compra express y conseguir una falda de tubo negra, unas cuantas blusas y mis más odiados enemigos: tacones.

Los miré con asco mientras me quitaba el pijama y caminaba en ropa interior hasta el baño, sabiendo que mi hermano todavía estaría durmiendo. Después de una larga ducha -que me quitó todo el sueño de golpe-, salí envuelta en una toalla hasta mi habitación.

Me vestí con tranquilidad, sabiendo que por primera vez llegaría puntual. La verdad era que le había cogido el gusto a esto de llevar blusas, me hacían parecer más madura, pero las faldas... Eran algo incómodas, por no hablar de cuando me sentaba en la cafetería y tenía la sensación de que se me veía todo... Total, una sensación horrible.

Cuando estuve completamente vestida, me puse los tacones mientras hacía un puchero; el cambio de altura casi me desequilibró. Por suerte pude agarrarme a la pared antes de comerme el suelo. Sonreí.

Caminé lentamente hasta la cocina donde me preparé un maravilloso café. Bebiéndolo, caminé hasta el baño y me sequé el pelo para después recogerlo en un moño. Cuando acabé me maquillé levemente, delineando mis ojos y escondiendo mis ojeras. Cuando terminé, tuve que reírme ante mi imagen: si alguien me hubiese dicho hace un par de meses que iría así vestida a trabajar, me habría reído.

Negué con la cabeza y caminé por el silencioso pasillo mientras cogía todas mis cosas y las guardaba en un pequeño bolso que también tuve que comprarme. Suspiré y, echándole un rápido vistazo a Daniel -que estaba roncando como un pequeño cerdito-, salí con una pequeña sonrisa.

* * * * * * * * * * * * *

Llegué a mi mesa de la oficina casi con miedo. Dejando mis cosas allí, caminé hasta la puerta de mi jefe y la entreabrí para asegurarme de que no había venido. Sonreí victoriosa cuando me di cuenta de que todavía tendría unos cuantos minutos de descanso.

-¿Le ocurre algo, Srita. López? -dijo mi jefe con su frío tono de voz. Me estremecí levemente y negué con la cabeza, mientras me daba la vuelta y encaraba al serio hombre.

Llevaba un traje grisáceo que hacía resaltar el azul de sus ojos; momentáneamente recordé a Aiden y me sonrojé levemente.

-No, Señor -dije entre dientes, agachando la cabeza. Aiden había tenido razón al advertirme sobre él: era un jodido cascarrabias.

-¿Y puedo preguntar por qué estaba husmeando en mi despacho? -añadió con el tono todavía más frío que antes-. Espero que no hubiese tenido el atrevimiento de entrar.

Yo negué con la cabeza mientras apretaba los puños. ¡Pero quién se había creído que era!

-No Señor, simplemente me aseguraba que usted no había venido todavía...-dije entre dientes, sonriéndole de manera artificial. Mi respuesta pareció ofenderle, pero antes de que dijese nada añadí-: No quería que se quedase sin su café, por supuesto.

Él cerró la boca y puso una mueca fría. De pronto, un recuerdo resurgió del pasado pero pasó tan rápido por mi cabeza que no pude verlo con claridad. Fruncí el ceño, odiando la extraña sensación ¿Por qué había sentido que había visto a mi jefe en otro lugar?

-Tráemelo, Sandra -gruñó de nuevo, furioso. Porque desde luego lo estaba: sólo dejaba los formalismos cuando su ira resurgía, lo que a mi parecer era constantemente-. Y no te olvides de avisarme de mis próximas reuniones.

Yo asentí levemente confusa y me aparté de su lado mientras él entraba como un vendaval en su despacho. Cerró la puerta de un portazo y yo me encogí. ¡Pero qué carácter, joder! Desde luego, Aiden tenía a quién parecerse...

Bufando, caminé hasta el ascensor mientras veía como la oficina se llenaba poco a poco. 

Entré en el pequeño espacio deseando que no se llenase de gente. Por suerte, no sucedió. Solo un par de periodistas y fotógrafos que habían subido para entregar una noticia y que ahora volvían a la calle a por más cotilleos. Sonreí levemente.

Cuando llegué a la atestada cafetería, gimoteé y caminé hasta la barra donde pedí el café de mi jefe; como era la secretaria del dueño, tenía preferencias... aunque eso no quitaba que me ganase miradas reprochadoras de parte de gente que ni siquiera conocía. ¿Qué? ¡Como si fuera mi culpa que mi jefe fuera un abusón que no respeta las colas! 

Caminando con rapidez hacia la salida, me topé con la chica de pelo corto que me atendió el otro día en la recepción. Parecía ir con prisa, pero al verme se paró en seco y dio varias zancadas amenazantes hacia mí. Cuando la tuve delante, me tendió varias cartas y un paquete sin nombre.

-Es para el Sr. Hunter -dijo con una sonrisa falsa. Espera, ¿por qué tenía que hacer su trabajo?-. O eso supongo. El paquete no tiene nombre, así que lo mejor será que se encargue él. Por cierto, gracias por encargarte tú de entregarle el paquete y las cartas, ¡Adiós!

Me entregó todo lo que llevaba en las manos, y a mí casi se me cayó el café encima. Miré boquiabierta e indignada a la chica de pelo corto... que desapareció con rapidez de mi vista. ¿Qué acababa de ocurrir?

Parpadeé completamente indignada con la vida y caminé dando grandes zancadas hacia el ascensor. Dentro de él, ojeé con rapidez las cartas -cuidando de que no se cayese el café ardiente-, y miré con una insana curiosidad el paquete. No veía bien que el Sr. Hunter se quedara con algo que no tiene nombre... O eso creía. Cuando le di la vuelta al paquete, observé anonada las siglas que había sobre el papel marrón: B.X.

El corazón empezó a latirme con fuerza. ¿Por qué este paquete tenía las siglas del local donde Dan y Aiden peleaban? Me temblaron las manos mientras apretaba el paquete contra mí y recordaba el brillante cartel de neón que llevaba las mismas siglas. Mierda.

Temblorosa, llegué a mi mesa y lo dejé todo sobre ella, olvidándome completamente del café. Miré con los ojos abiertos como platos el paquete y tomé la peor pero a la vez mejor decisión que podría tomar nunca: lo guardé en mi bolso. Asustada como nunca antes, caminé con las cartas y el café hasta el despacho de mi jefe... que estaba junto enfrente de mí. Llamando levemente, abrí la puerta segundos después.

Mi jefe me miró con aquel par de ojos azules, brillando de manera molesta. Colgó el teléfono y supe que era el momento para acercarme.

-Aquí tiene el café, Señor -dije con la voz temblorosa. ¡Mierda! ¿Es que no sabía mentir? Vaya pregunta, Sandra...-. Y estas son unas cartas que han dejado en recepción para usted.

Deseé que mi voz no sonara tan aguda como parecía. Él levantó una ceja con una mueca burlona y me arrebató las cartas en silencio, sin decir nada. Me quedé momentáneamente paralizada, asustada. ¿Debía irme? ¿Debía insultarle por desagradecido? No, desde luego la última opción no era la buena, así que caminé lentamente hasta la puerta. Cuando agarré el pomo y casi saboreé la libertad, oí la pregunta que me dejó helada:

-Sandra... ¿No hay nada más para mí?

Yo tragué saliva y dándome la vuelta con el corazón a mil por hora, negué con la cabeza.

-No Señor -mentí-. Nada más.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora