Capítulo veinte.

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Escuché con el corazón latiendo a mil por hora el susurro tembloroso de Sandra. Me ardía la cara por el simple contacto de sus dedos contra mi mejilla, pero eran sus ojos negros y brillantes los que me estaban haciendo arder de verdad.

-...Yo te... te...-ella balbuceaba, parpadeando rápidamente. Sin embargo, cerró los ojos un momento y gimió, antes de negar con la cabeza de forma casi imperceptible. Cuando volvió a abrir sus preciosos ojos, se movió con rapidez, alzándose y pegando sus labios a los míos en un hambriento beso.

Yo gruñí y gemí, pensando que jamás me cansaría de sus labios. Esa carnosa boca que tenía esta pelirroja estaba hecha para la tortura. Pero una bienvenida tortura. Sus labios se movían sobre los míos con ansias, intentando controlar la situación. La lucha de nuestras lenguas fue intensa, húmeda y caliente. Sentía que estaba a punto de explotar mientras Sandra enrollaba sus brazos alrededor de mi cuello y profundizaba el beso.

Cuando nos separamos para coger aire, ambos jadeabamos. Ella estaba colgada de mí, con sus brazos envolviendo mi cuello y con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados mientras intentaba respirar. Miré hipnotizado aquella boca y supe que no aguantaría mucho más sin probarla de nuevo: me había vuelto adicto a ella.

Inspiré con fuerza contra sus labios, sintiendo un molesto tirón en mis pantalones. Maldita sea no podía aguantar mucho más con ella pegada a mí: sentía su pecho pegado al mío, su cadera encajando a la perfección con la mía. No supe en que momento mis manos habían rodeado su cintura pero, cuando nuestras bocas se juntaron de nuevo, no me importó nada más.

Subí mis manos por dentro de su camiseta, sintiendo la cálida y suave piel de su espalda. Ella se estremeció con fuerza y gimió levemente contra mis labios. Separándonos levemente, le quité la camiseta y me quedé sin respiración al observar por fin su pecho. Aún protegido por aquel sujetador blanco, se me secó la garganta y deseé besarlos. Y lo hice.

Agaché la cabeza y lamí la suave piel de sus pechos, mordiendo por encima de la molesta tela. Cuando sus manos se hundieron en mi pelo y la oi gemir, le solté el sujetador y lo dejé caer.

Me lamí los labios mientras observaba hambriento sus pechos. Eran justamente lo que había imaginado; no, realmente era muchísimo mejor. Jadeante, me llevé a la boca su pezón y los sonidos que hacía Sandra aumentaron. Sonreí cuando siseó y tiró de mi pelo, moviendo mi boca hacia la suya.

Después de un caliente beso, llevó sus manos temblorosas hasta mi camisa y me la quitó de un tirón. Estaba completamente hechizado por su mirada hambrienta y sus movimientos bruscos; cuando tiró de mí hacia la cama me reí de forma ronca y me dejé caer. Segundos después ella estaba sobre mí, lamiendo mi cuello y mordiéndolo con fuerza cuando apreté sus nalgas, que todavía estaban envueltas en aquel maldito pantalón.

Esto estaba siendo un maldito regalo, y sentirla tan dominante sobre mí me estaba poniendo a mil. Miré momentáneamente su rostro: tenía los ojos cerrados mientras intentaba respirar y la expresión placentera de su cara me enloquecía.

Me moví rápidamente, dejándola debajo de mí. Ella abrió sus ojos con sorpresa y yo sonreí cuando me miró fijamente, espectante. Le acaricié el rostro, paseando mis dedos por su labio inferior. Bajé lentamente por su cuello, observando como se estremecía. Cuando llegué a sus pechos, me mordí el labio para no gruñir: eran perfectos. Cogiéndolos con ambas manos, acaricié los pequeños y rosados pezones con mimo hasta que Sandra volvió a gemir. Observé divertido como apretaba las sábanas de la cama.
Volviendo a mi camino, paseé mis manos por su vientre hasta llegar a aquellos vaqueros. Mirándola, ella asintió y me dio permiso para quitárselos. Cuando lo hice y ella quedó desnuda delante de mí -me llevé las bragas junto a los pantalones-, gemí.

Cerré los ojos con fuerza mientras sentía un nuevo ramalazo de placer y cuando volví a abrirlos Sandra me miraba con la boca entreabierta. Sonreí ante su belleza.

Sin poder esperarlo más, llevé mis manos hasta su entrepierna y gemí al notarla tan húmeda y caliente. Tendiéndome sobre ella, le obligué a abrir más las piernas con mis rodillas a la vez que la besaba y acariciaba su clítoris con los dedos. Ella empezó a gemir descontrolada y casi me eché a reír ante lo ruidosa que era. Besándola sin parar con aquel tocamiento que parecía enloquecerla, sentí sus manos en mi espalda, clavando levemente las uñas cuando metí dos dedos en su interior. Gemí con los ojos cerrados, sintiendo como apretaba mis dedos con su calidez y deseé estar dentro de ella.

-Aiden... Ah...-susurró ella con los ojos acuosos por el placer. Sus caderas se movían contra mi mano y me enloquecía verla así de entregada-. Por... Por favor...

Y no necesité más. Su voz suplicante era demasiado, y realmente sabía que no iba a aguantar mucho más. Me aparté con esfuerzo y ella se quejó, hasta que vio lo que iba a hacer. Apoyándose en sus codos y alzándose levemente en la cama, observó con la respiración acelerada como me quitaba los pantalones. Cuando estuve desnudo ante ella, gimió y se mordió el labio, sonrojándose. Me reí entre dientes y agarré un condón de mi pantalón. En ese instante, agradecí llevar siempre encima.

Cuando me lo puse y retomé mi posición inicial, sobre ella, sentía todo mi cuerpo temblar por el deseo. A ella le parecía ocurrir lo mismo, pero cuando enrolló sus piernas alrededor de mi cadera y unió su sexo con el mío, cualquier temblor desapareció.

Besándola profundamente, empecé a introducirme en ella con cuidado, llenándola y sintiendo como su interior me acogía. Escuché maravillado sus palabras incoherentes y me sentí orgulloso de hacerla sentir así; cuando estuve profundamente clavado en ella, ambos gemimos a la vez, con fuerza.

Cerré los ojos con la respiración acelerada y maldije ante el calor que sentía. Ella me envolvía por entero, de manera firme y caliente, temblando y luchando para aceptarme. Besándole el hombro, empecé a moverme lentamente en su interior. A cada movimiento sentía que iba a explotar; ella era tan estrecha, tan suave y cálida que me estaba volviendo loco.

-Más... Más... -suplicó ella, intentando moverse para imprimir mayor velocidad. Gruñí levemente y apoyé mi frente en su hombro, obedeciendo.

Pronto, ambos estábamos perdidos en un mar de placer. Me hundía profundamente en ella, y a su vez Sandra respondía levantando su caderas hacia mí y aceptándome. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pero cuando ella gritó y me apretó con fuerza a causa del orgasmo, gruñí cuando me arrastró tras ella. Me quedé sin respiración durante unos segundos, todavía notando espasmos de sus músculos rodeándome. Jadeante, me dejé caer a su lado después de salir lentamente de ella y observé su rostro relajado. Sonreí y tragué saliva cuando me miró sorprendida y avergonzada.

-Increíble...-susurró con la voz ronca por los gritos. Me reí entre dientes y no me aguanté para besarla.

-Increíble -repetí, haciéndola sonreír y besándola de nuevo.

Después de separarnos, me quité el condón y me levanté para tirarlo, a la vez que ella abría la cama. Miré con placer su cuerpo desnudo, y me alegré de que no se avergonzara. Cuando entró en la cama y apartó la sábana para que me acostara, me reí entre dientes ante lo sensual que parecía. ¿Es que no me iba a saciar nunca de ella?

Y mientras caminaba hacia ella y me hundía en la cama, con ella abrazada a mí, lo supe. No, jamás podría cansarme de ella.

Porque aquella curiosa bruja pelirroja, de ojos negros y sonrisa brillante, me había hechizado por completo.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora