Capítulo treinta.

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La puerta del despacho se cerró, y mi expresión se endureció cuando vi como Rodríguez dejaba caer el peso muerto de Richard. Le había golpeado en la cabeza, dejándolo inconsciente; luego lo habían llevado -entre Rodríguez y Dan- hasta este maldito despacho en el cual sólo ocurrían desgracias.

Miré al que suponía mi amigo, pero este apartó la mirada con la mandíbula apretada. Yo suspiré y clavé la mirada en mi padre, que caminaba hacia el sillón que había tras el escritorio.

-Estoy muy disgustado contigo, Aiden -dijo mi padre, con una expresión fría en el rostro. Me contuve para no bufar-. No solo te atreves a mentirme, a intentar ocultarme información, sino que además te atreves a follarte a la hijita de Robert. ¿Es que quieres que la mate, chico?

Me tensé al instante, al igual que Daniel.

-No te atrevas a...

-¿Me estás amenazando, idiota? -dijo tras una fría carcajada-. Debería matarte a ti también por esto. ¿En serio creíste que no los había reconocido? -preguntó con una ceja alzada-. La insolencia de la niñata y el vivo rostro de Robert en Daniel -señaló con desdén a Dan y alzó una ceja-. Es normal que no le recuerdes, pero yo pasé años odiándole... Jamás olvidaría el rostro de Robert y el gran parecido de su hijo me asquea.

Yo apreté la mandíbula furioso.

-¿Y por qué me dejaste seguir mintiendote?

-Porque esperaba el momento en que pasase esto... Cuando entré en tu despacho y vi a Sandra, esa pelirroja insolente y atrevida, pidiendo un lugar en el periódico, y luego tu rostro desencajado... Fue lo más divertido que pudo pasarme... Hasta ahora -miró a Daniel y sonrió-. ¿Prefieres contarle a mi hijo lo que pasa, o prefieres que sea yo el que le cuente lo que ha pasado con esa bonita chica castaña?

Dan se quedó en silencio, bajando la mirada y cerrando los ojos. Yo le miré sorprendido. ¿Qué había pasado con la periodista...? ¿Qué le había hecho mi padre a ella?

-¿No dices nada? -se burló mi padre, haciendo que Rodríguez se riese. Mikhail me miró, alzando una ceja y dijo con diversión-: Al parecer una chica castaña, muy bonita, apareció ayer por un pequeño periódico, que afortunadamente era... amigo, con una noticia falsa sobre unos inexistentes locales ilegales, alegando que tenía pruebas y testigos de lo que decía, y que quería informar a la sociedad de esto... ¿Te lo puedes creer?

Su burlón monólogo me revolvió el estómago, pero fue la cara pálida de Dan lo que me preocupó. ¿Qué había pasado con María...?

-¿Dónde está ella, Mikhail? -susurré aterrado.

Los fríos ojos de mi padre se entrecerraron y su expresión se volvió momentáneamente furiosa.

-Está viva, si es eso lo que preguntas..., y antes de que lo digas Aiden, el tiempo de que siga así depende únicamente de Daniel. ¿No es fantástico? Ahora tengo a otro boxeador recibiendo beneficios para mí. Perfecto.

-Eres la persona más ruin que he conocido jamás, padre -espeté furioso, sintiendo ganas de abalanzarme sobre él y matarle a golpes.

Mikhail se levantó lentamente y caminó hacia mí. Cuando se paró, nuestros rostros se enfrentaban y odié el parecido que compartíamos. Lo odiaba todo de él.

-Quizá deba preguntarle a tu madre sobre eso, Aiden -dijo de pronto, haciéndome apretar los dientes-. Hace mucho que no veo a Anne, tampoco. Seguro que está... Muy guapa.

Y me descontrolé. Oírle hablar así, con ese odio y ese asco hacia la única persona que todavía preguntaba por él... Me descontroló. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía, mi puño volaba hacia su rostro, aunque no podía olvidar quien era mi padre y lo que había hecho durante toda su vida: atacar por la espalda.

Esquivando mi golpe, sentí su rodilla hundiéndose en mi estómago y su mano libre hundiéndose en mi pelo.

-Demasiado lento, estúpido -gruñó tirando de mi cabeza hacia atrás, haciendo que le mirase. El dolor se expandía por mi estomago y sentí que me faltaba el aire. Tosí-. Sólo por esto tu putita pelirroja sufrirá.

Apreté los dientes y le miré con odio deseando soltarle a la cara el asco que me daba.

-Todavía no la ha encontrado, señor -dijo Rodríguez de pronto, guardándose el teléfono-. Pero pronto lo hará y todos estarán aquí.

-Bien -respondió Mikhail mirándole. Luego traslado su mirada a mí y me soltó bruscamente. Gruñí furioso cuando sonrió-. Tenía pensado dejarte ver como Rodríguez la mataba, pero creo que tengo otra idea mejor... Tendrás que elegir, imbécil: o ella, o tu familia.

Y con esas palabras, mi mundo se desmoronó.

* * * * * * * *

Miré el ring, y luego hacia las puertas de metal. Había estado esperando durante media hora en la sala de Aiden, pero la incertidumbre me estaba matando y había decidido fundirme con la multitud para intentar distraerme; no había funcionado.

Ya no me quedaban uñas que morderme, y el labio lo tenía hinchado de tanto mordermelo. ¿Dónde se había metido Aiden, y por qué tardaba tanto?

Suspiré con pesar y me bajé de las gradas con dificultad. Caminé disimuladamente hacia las puertas metálicas y aprovechando que uno de los contricantes acababa de caer, me infiltré dentro.

Suspiré cuando el sonido quedó amortiguado y caminé con rapidez hacia la sala de Aiden. Me tensé cuando encontré la puerta entreabierta.

Tuve un mal presentimiento y, acercándome lentamente a la puerta, miré al interior:

Un enorme hombre rubio estaba de espaldas a mí, con el teléfono al oído y la grave voz resonando por toda la sala.

-No, señor, todavía no la he encontrado, pero lo haré -se quedó en silencio varios segundos y asintió-. De acuerdo, revisaré a la periodista y vuelvo a la búsqueda enseguida, señor.

Me quedé sin aire cuando colgó. Mordiéndome el labio aterrada, corrí lo más silenciosamente posible hasta la sala de Dan y me escondí dentro, cerrando con cuidado y deseando que ya hubiese revisado esta sala.

Cuando escuché pasos acercándose y más tarde alejándose, suspiré. Tenía el corazón acelerado por el miedo, pero tenía que pensar con rapidez. Estaba segura que la periodista de la que hablaba ese hombre era María, la novia de Dan...

Sabía que lo que estaba pensando era una estupidez y una locura, sin embargo cuando abrí la puerta y me asomé buscando señales de aquel hombre, la adrenalina me inundó y cualquier pensamiento racional se perdió.

Tenía que ayudarla costara lo que costase... Y ningún gorila rubio iba a interponerse en mi camino.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora