Capítulo tres.

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Miré horrorizada a la multitud que tenía a ambos lados. Todos estaban eufóricos, gritando y saltando, animando a que mi hermano diera el golpe de gracia.

Miré boquiabierta el enorme cuadrilátero que tenía delante de mí y que apenas podía ver con claridad: mi hermano estaba sobre él, dando vueltas por toda la tarima con una cara de satisfacción, el brazo levantado y gritando para que el público aumentara sus gritos. A sus pies, había un chico de unos treinta años estaba bocabajo, con un charco de sangre alrededor de su boca. Un árbitro –al menos tenían la decencia de tener uno–, estaba arrodillado a su lado, impasible, mientras contaba una cuenta recesiva.

– ¡…Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres…! –gritaba la multitud, a la vez que el árbitro contaba. Cuando la cuenta acabó, miré horrorizada como el que parecía ser el entrenador del hombre subió a por el perdedor y la gente empezó a gritar extasiada.

¿Cómo era posible? ¿Por qué? ¡Mi hermano era un maldito gilipollas! ¡Acababa de romperle la cara a un hombre, y ahí estaba él, celebrándolo! Recuerdos fríos, dolorosos, volvieron de repente a mí. Parpadeé para no llorar.

Cuando Dan bajó del cuadrilátero, se acerco a un hombre vestido de negro que estaba de espaldas de mí. Yo miré enfurecida como aquel desconocido le daba varias palmadas en el hombro, y le entregaba una toalla y una botella de agua.

¿Así que ese era el que le ayudaba? ¡Cómo se atrevía, el muy imbécil, a hacerle eso! Mi pequeño y estúpido hermano, seguro que peleaba por una miseria, y todo se lo quedaba el imbécil aquel.

Estaba completamente espantada de lo que Dan hacía, pero ahora entendía su extraña obsesión con el boxeo, con salir de noche con una sospechosa bolsa y aquellos extraños golpes que parecía tener por las mañanas. Así que era por eso… Bufé, preferiría que fuese gigoló.

Observé furiosa como Dan guiñaba a las mujeres que había en las gradas, mientras caminaba distraído hacia mí. El desconocido le seguía, con la capucha de su sudadera negra subida.

Cuando por fin aquel retrasado que tenía por hermano se dio cuenta de que me tenía enfrente, maldijo de mala manera. Apreté los labios en una fina línea mientras observaba su rostro golpeado: tenía el labio partido, pero aún así sus ojos brillaban victoriosos… hasta que me vio.

– ¿Sandra? ¿Pero qué…? –preguntó él, inmóvil a varios pasos de mí. El desconocido, sin embargo, siguió caminando hasta posicionarse delante de mí.

–Vamos dentro, Sandra –dijo de pronto él, con la voz ronca. Yo miré sorprendida hacia el hombre-capucha y apreté con más fuerza a Poo, que le miraba con nerviosismo.

Yo miré con furia contenida a Dan, que tragó saliva, e hice –aunque realmente lo que quería era arrancarle la cabeza– lo que el desconocido me decía. Cuando las puertas de metal se cerraron a nuestras espaldas, caminamos hasta una de las salitas que tenía el nombre de DAN en ella. Maldije por no haberme dado cuenta.

El interior estaba pobremente decorado, con un par de sofás raídos y un cuarto de baño que realmente nunca querría usar. En cuanto oí la puerta de la sala cerrarse, me giré y atravesé con la mirada a mi hermano.

–Dan, realmente me estoy conteniendo para no matarte ahora mismo –le dije entre dientes mientras oía al desconocido reírse por lo bajo. Lo ignoré– ¿Cómo has acabado metido en esto?

–Puedo explicártelo –empezó él con nerviosismo mientras se pasaba las manos por la nuca, e intentó hablar un par de veces, sin éxito. Finalmente acabó suspirando y se acercó a mí–. Es mi decisión, Sandra… No soy un niño, y sé lo que está significando esto para ti pero a mí no me va a pasar lo mismo que a papá.

CONTRA LAS CUERDAS. [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora