Prólogo.

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Serra.

La mansión de los Carosi siempre me ha dado miedo. Es de este tipo de estructura antigua que impone su majestuosidad ante la vista de cualquier persona. Lo mismo sucede con sus dueños. Provienen de un linaje puro y dominante, capaces de arrasar todo el mundo con tal de obtener lo que desean.

Se dice que fueron descendientes de los dioses Martes y Venus, frutos de una pasión prohibida, que les proporcionó el espíritu guerrero y la belleza hipnótica que los hicieron llegar a la cima. Su apellido es de renombre en Italia, y en Verona son admirados como los auténticos monarcas del vino, ya que mantuvieron la tradición de viticultura por siglos en la región.

Las cosechas autóctonas en sus propiedades, los ayudaron a crear un patrimonio único que, a saber de pocos, se les está derrumbando. En el negocio del vino; la tradición y el compromiso por generaciones no puede faltar. Sin embargo, Massimo Carosi, le dio demasiadas libertades a sus hijos, fue víctima de las malas decisiones de su padre y el abandono de sus primogénitos. El señor se propuso levantar su empresa con una nueva marca que lo pondría al mismo nivel de los mejores vinos de Piamonte, para ello se apoyó únicamente en mi familia, que ha servido a los suyos por generaciones.

A desdicha de todos, el señor Massimo ha muerto, dejó miles de hectáreas de cultivos a punto de procesar y a los míos en un ciclo de esclavitud moderna a espera de que alguien ocupe su lugar.

-El polvo no se retirará solo, Serra -la voz de mi abuela hace eco en el corredor-. Debemos tener todo listo antes que los señores lleguen.

-Sabes que no me gusta este lugar, es sombrío -continúo limpiando los muebles de la sala principal.

-Tonterías, hija, ya verás que pronto se llenará de vida. Los Carosi son un sol, capaz de iluminar todo a su paso.

-Son solo millonarios, abuela -ruedo los ojos-. No sé como no te cansas de vanaglorearlos como si fueran dioses.

-¡Deja de decir esas cosas, Serra! -espeta mirándome a los ojos-. Le debemos demasiado a esta familia.

-Abuela, seguimos pagando una deuda de hace más de quinientos años, por puro placer. Ya no es nuestro deber servirles ¡No tenemos por qué ser sus esclavos!

Ella niega al instante, puedo notar la soberbia recorrer sus facciones. La devoción que mi abuela siente hacia esos dictadores no la va a disipar par de palabras de una soñadora con otro punto de vista y ganas de ser libre.

-No voy a tolerar una ofensa más -alza el mentón-. Conoces muy bien tus obligaciones, Serra. Te hemos preparado toda una vida para esto, serás la sustituta de tu abuelo, y espero que por ser mujer el papel no te quede grande -asiento avergonzada-. Ve a la segunda planta y encárgate de ventilar las alcobas -dejo los utensilios de limpieza y me dirijo a las escaleras-. ¡Ya le decía yo a Rossi que quería un nieto!

Escucharla mencionar a mi madre hace que mi corazón se encoja. Es una pérdida que nunca superaré. Ese accidente automovilístico me dejó sola y sin oportunidad de elegir lo que quería para mi vida. Mi existencia está expensas a los caprichos de los "grandes dioses" del vino.

Termino mi tarea cuando anochece. El servicio doméstico de la mansión se esmeró en dejar el lugar a gusto de sus futuros habitantes. Ya no se ve tan tétrica, pero el aire frío e imponente que ronda la atmósfera no me hace cambiar de opinión, este lugar es la réplica en concreto de sus dueños. Me fijo en unos cuadros con borde dorado que decoran la pared del frente. Deben estar recién colocados, ya que nunca los había visto. Son retratos de los antepasados de los Carosi, como si de una tradición se tratase plasmar el aura imponente que emanaban.

Todos rondan los mismos rasgos físicos, piel que simula ser dorada; haciendo loas a su descendencia divina, y unos ojos de un tono de verde tan llamativos que en mi vocabulario no encuentro palabras para describirlos, así como no soy capaz de apartar la vista de ellos. Hipnotizan, envuelven al punto de crear debilidad y sumisión a quien los mira.

-Cariño, ¿estás bien? -la suave voz de mi abuelo me saca del trance.

-Sí -respondo sintiendo como mis mejillas arden.

-He venido a buscarte, Anna me comentó que hoy te has pasado un poco.

-No es para tanto, abuelo -le resto importancia-. Le dije lo que siempre he creído.

-Lo sé, hija -toma mi mano y me invita a caminar con él-, pero debes entender que la tradición no se puede aplastar. Los Carosi necesitan nuestra ayuda -su paso lento me recuerda que los años de trabajo en los viñedos le han pasado factura-. Un Vitale siempre ha acompañado el camino de cada generación. Somos los que mejor conocemos estas tierras, y por ello imprescindibles en los cultivos y fabricación del vino.

Yo me limito a asentir, mi abuelo habla con tanto entusiasmo sobre los deberes que carga nuestro apellido, que nunca piensa en su falta de derechos. Es lo que ama, y lo único que él conoce, pero no es mi caso. A pesar de estar estudiando Enología y ser buena en ello, no es lo que me apasiona.

-Tampoco tienes que estar preocupada -prosigue-. Podrás continuar tus estudios y tareas domésticas en la mansión. Yo me encargaré de todo junto al más joven de los Carosi.

-De acuerdo, abuelo, prometo no hacer nada que comprometa a nuestra familia -digo para tranquilizarlo-. Seré una buena esclava moderna.

-¡Serra! -me regaña al instante.

Yo le doy un beso en su mejilla y salgo corriendo. Me dirijo a nuestra casa que está detrás de la mansión. La brisa se siente cálida, trae consigo la esencia de las uvas que están madurando en el viñedo. La noche me brinda el frescor que disipa mis dudas y refresca mi mente. Espero tener la fuerza a la hora de aceptar lo que depara el futuro.

Advertencia:
Novela +18, con contenido que puede herir la sensibilidad de algunos lectores. Contiene escenas eróticas, y violentas.
Gracias por leer ❤❤❤

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora