Capítulo 26: Desahogo.

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Luca.

Si creía que mi día había comenzado de maravillas, ahora la idea se desmorona ante mis ojos. La mierda se escurre en La Ville di Carosi, trae trajes negros, baratos, ¡y cómo no!, preguntan por mi hermano. Juro que la sien me palpita, siempre imaginé que este momento llegaría. Desconozco el motivo por el que están citándolo, supongo que no sea algo bueno. Desde que vi a Angelo, después de doce años, supe que no había nada bueno en él.

Espero sentado frente a los agentes que reparan con disimulo su alrededor, no los culpo, los objetos y muebles que adornan esta habitación, recrean un escenario de época victoriana.
Escuchamos pasos acercarse, todos giramos, esperando que sean mi hermano y su asistente, pero lo que asoma es una cabellera rojiza. Sonríe, trae una charola con tazas llenas de café y postres. El aroma del líquido inunda el lugar, sin embargo, el que avasalla mi nariz es el de ella, dulce y especiado.

—Señor Luca, el señor Giorgio fue a buscarlos a la bodega. Me pidió que brindara esto a los agentes.

Asiento, ella se inclina a preparar todo en la mesa de centro. Sus dedos se mueven con delicadeza. Tiene un perfil aceptable, la nariz pequeña y cargada de pecas rojizas parece la de una muñeca. Idea que desecho cuando mis ojos se pasean por la curva entre su espalda y trasero. La falda azul se le pega a las dos corazas cargadas de carne que tiene como nalgas. Nunca las había contemplado en esa posición. No soy el único que se percata de las exuberantes curvas de la cocinera, ya que uno de los agentes, el menos robusto y de pelos negros, también se está fijando en ellas.

—Deja eso, Marie, los señores son capaces de hacerlo.

La regaño hosco. Se endereza al instante mirándome avergonzada, tal vez utilicé el tono inadecuado, pero fue imposible evitarlo al notar el morbo goloso que se extendía en los ojos del sujeto.

—¿Marie Accardi? —pregunta el mismo policía.

—Sí, señor.

—¿No te acuerdas de mí? Estuve presente en el caso de tu hermana. Soy el detective Roddrigo Monti.

Su rostro se descompone al escuchar lo que este dice. «¿El caso de su hermana?», me causa curiosidad. Lo que sea, no parece ser agradable, ya que ha reemplazado esa aura limpia que la caracteriza por una gris y apagada.

—Disculpe señor, fue hace mucho tiempo, no lo recordaba.

—Sí, han pasado alrededor de cinco años. Yo era recién graduado de la academia y tú una adolescente —sus ojos la escanean. Me remuevo incómodo—. Te has convertido en una hermosa mujer.

«¿Le está coqueteando?» Ella no emite palabra, pero el rubor en sus mejillas me da la respuesta ¡Lo que faltaba!; el tipejo irrumpe en mi casa y además liga con la servidumbre. Pensándolo bien, harían buena pareja, por su clase social y todo eso... pero bajo mi techo ¡no!, que se lleve sus babosadas a otra parte.

—Puedes retirarte, Marie —ordeno sin mirarla.

Abandona el lugar con los ojos del agente pegados en ella, me imagino lo que le repara. Dirijo mi atención al otro; es de tez morena y lleva barba. Desde que llegó se ha mantenido inexpresivo. No prueba nada de lo que trajo la cocinera, mientras que el otro no duda en servirse. Hay algo en ellos que no me agrada. Nos mantenemos en silencio. Mi hermano asoma, y Serra viene detrás. Sin ser un experto en análisis psicométrico puedo deducir que está preocupada. Cosa que no pasa con Angelo, quien se mantiene fresco e imponente.

—Ustedes dirán — toma asiento junto a la chica.

—Hemos de hacerles unas preguntas, Señor Carosi y señorita Vitale —habla el moreno—. Hace unos días estuvieron en Venecia, específicamente en Giudecca ¿no es así? En el mismo lugar donde ocurrieron una serie de asesinatos y sabotajes.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora