Capítulo 46: Arder.

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Bianca.

Lo miro con el mismo fuego que corroe mi cuerpo. Quemo de frustración, de odio por el hombre que no se ha movido un centímetro desde que su puta lo dejó. «Tan sínico, tan sucio, tan inhumano» Nunca pensé que me dejaría expuesta, que sus acciones podrían decidir lo que valgo. ¡Soy más que ella!, pero no lo ve, así como no valoró nunca lo mucho que me sacrifiqué por darle una familia, por construir una vida juntos; vida que él se encargó de destruir.
—¡Deja de verme así! ¡Como si la maldita culpa fuera mía! 
—Bájale al teatro de una vez, Bianca; mira el desastre que has hecho.
—Hice lo que cualquier esposa, expuse a tu perra; solo espero que la echen de la villa que la envíen bien lejos donde nunca más puedas verla.
—¿Crees que esta encerrona va a separarme de ella?; ¿qué nuestro matrimonio se va a arreglar por arte de magia?, ¿qué de este modo sentiría algo por ti nuevamente? No seas ilusa, ¡acaba de firmar el jodido divorcio de una vez!.
—¡Eso nunca, Angelo! ¡Nunca!, y el día que lo haga será bajo mis condiciones, en las que Giuliana se viene conmigo y una de tus bodegas pasa a mi nombre —su rostro se ensombrece mientras se acerca.
—En tus sueños desquiciados; no te dejaré nada de mi legado. Mi hija se queda, no actúes como si te importara, porque has sido todo menos buena madre. Y no amenaces, Bianca —dice entre dientes—; no tienes idea de lo que soy capaz para sacarme la basura del camino.
Doy un paso atrás, mis zapatos aplastan los pedazos de porcelana que hay en el suelo. Nunca me había hablado así, con tanta frialdad; al punto de encender en mí las alarmas que gritan peligro. Imposible, Angelo no es ese tipo de persona, no haría daño a nadie. Sus ojos viajan hacia el collar que una vez me dio. Suspira, como si armara la paciencia que carece, afloja las manos echa puños; se vuelve a alejar.
—No pudras más el recuerdo de lo que fuimos, Bianca; hace mucho dejé de ser el capricho por el que estabas dispuesta a darlo todo.
Se marcha dejándome sola, en el área contaminada por esa maldita; por el rechazo de él. Mi alrededor es un desastre, yo; soy un desastre. Voy directo al espejo en mi tocador; los arañazos en el cuello escuecen. Las lágrimas vuelven a caer, esta vez en una mezcla de sentimientos que escupen que la batalla está perdida, pero no, no pienso escuchar, ninguno podrá conmigo. El reflejo muestra a la incompetente de la criada a mis espaldas, me observa como alimaña asustada.
—Limpia este desastre, y dile que a Vece que quiero verlo.
—Sí, señora.
Seco el rostro con las manos, sonrío; no; ninguno me bajará del trono. «Todavía estoy dispuesta a darlo todo».

La voz de James Blunt inunda la habitación; he mandado a prender velas aromáticas con la esperanza de que la esencia a jazmín se trague el hedor que dejó la campesina en el ambiente. Atardece, las luces naranjas se cuelan por las ventanas del balcón. Anudo la bata de seda roja sobre la cintura; el satén acaricia mi cuerpo, consiente cada curva a su antojo. Aplico perfume de fragancia dulce detrás de las orejas, y bálsamo de fresa sobre los labios. He refregado toda la piel, cada parte que tocó esa zorra está desinfectada; aunque todavía quedan las marcas de sus uñas en mi cuello y mentón, «salvaje mugrosa», tardarán en desaparecer; no más de lo que debe demorar ella. 
La puerta se abre con sigilo dejando pasar al hombre que espero. Cruzo los brazos contra mi pecho mientras él se acerca. Trae la piel perlada por el sudor, los rizos le cuelgan por la frente; la camisa semiabierta me deja verle parte del pecho fibroso. Se para frente a mí, sus zapatos sucios han manchado la alfombra.
—Usted dirá, señora —sonríe de lado.
—Sabes lo que quiero, Carlo.
—Una mujer como usted es de desear muchas cosas, sea más específica, para qué necesita hoy la señora a este humilde mozo.
—Deja de hacer el tonto que de eso no tienes ni un pelo; quiero que me ayudes en lo que hablamos.
—Eres muy radical, Bianca. No quedamos en nada.
Cambia a una postura seria, no aprueba mis métodos, pero hace mucho que es un aliado al cual pago por sus servicios. Me le acerco, él vacila mi cuerpo con descaro. Alzo el mentón, giro el rostro mostrándole el cuello.
—¡Mira lo que me hizo esa puta, al fin admitieron que estaban juntos!
—Eso era obvio, y sí, a Serra le encanta arañar —le golpeo el pecho a puños cerrados, la sorna con la que me ha hablado no hace otra cosa que avivar el odio que siento por ella. Él aprisiona mis muñecas, con un tirón fuerte me pega a él—. No se maltrate las manos, señora; sé cómo puede relajar esa frustración.
Roza su nariz y labios en mi piel, como un sabueso que quiere aspirar todo mi olor. Pasa la lengua por la herida en el mentón, arde, intento apartarme, pero ejerce más presión, sigue el recorrido por los arañazos del cuello, baja y vuelve a subir hasta mi boca, la cual besa sin permiso; se la toma con salvajismo, sin delicadeza alguna. Me muerde los labios, sus manos comienzan a apretarme los pechos, haciendo que me prenda en ganas.
—Creo que es esto lo que desea mi señora —dice cuando uno de sus dedos entra en mí.
—No me vas a hacer cambiar de opinión —mi respuesta hace que lo mueva más fuerte, más preciso.
—Lo que pides es jugar sucio, y por mucho que la odie me parece exagerado. Piénsalo mejor.
—¿Qué quieres a cambio? —susurro tomándolo del cabello y guiando su boca a mis senos.
—Algo más que esto; por siempre.
Se separa dejándome en ese punto de ardor del que no se desea salir. Sé a qué se refiere, «chico astuto», siempre he sido consiente de que no puedo manejar a Carlo a mi antojo, creo que nadie puede. Le sonrío, desato la bata dejando mi cuerpo desnudo ante él, una señal, mi última carta, se lo sirvo en bandeja de plata. Él lo recorre detallando cada rincón que salta a la vista; su respiración se agita.
—Acepto, pero promete que valorarás lo que pido.
—No me hables como si tuvieras mejores opciones, Vece
—Y tú no me chantajees como si tuvieras a alguien más, Bianca.
No hay más que hablar, nos lanzamos uno encima del otro. El desenfreno es abrumador, la forma tosca en la que me maneja, en la que hace que lo saboree por todos lados. Hacía mucho no me sentía deseada, él ha llegado para cambiarlo, y me encanta, no quería admitirlo, pero la idea de que me monte un macho como él, tan rústico, tan joven, tan viril; es fascinante. 
—En la cama no —lo detengo cuando intenta acostarme en ella.
—Como la señora mande —me lleva hasta la pared, gira mi cuerpo de espaldas a él pegándome contra ella—. Hoy vas a saber cómo nos gusta follar a los mozos de cuadra —susurra antes de hundirse en mí sin aviso.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora