Capítulo 1: Dioses sobre la tierra.

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Serra.

La Ville di Carosi está ubicada sobre tierra bendecida, tierra de dioses. Las colinas del norte de San vito di Negrar ofrecen los nutrientes al suelo para cultivar La Corvina Nera; la cepa dominante y autóctona que llevó los vinos de los Carosi a la cima. A pesar de sembrar otras especies de uvas, las distintas bodegas dispersas en toda la región responden ante este apellido. En nuestro caso, mi familia es la encargada de velar por el desarrollo de esta vid única en toda Italia y el mundo.

Camino entre los sembradíos de esta especie de aspecto negro y jugoso. El color verde intenso de las enredaderas y hojas parecen un mar de kilómetros sobre las llanuras, en el que fácilmente podrías perderte. El ambiente cálido y los cuidados desbordados han hecho que el campo de más de seis mil hectáreas prospere como hace años no se veía. Mi abuelo y sus agricultores están felices, pronto se hará la primera cosecha y dará inicio la producción del nuevo vino por el que el señor Massimo tanto trabajó hasta causarle la muerte.

Las gotas de sudor corren por mi cuello, aparto del hombro la trenza que ajusta mi cabello, dándole paso al aire para que refresque mi piel. El aroma dulce de la plantación no deja mis fosas nasales y a pesar de estar trabajando, se me hace relajante poder contemplar este bello escenario de la naturaleza.

—Prueba esta —mi abuelo me extiende una uva. La tomo degustando los jugos de la fruta que se escurren por mi paladar

—¿Qué opinas?

—Está bien, pero creo que todavía necesita más concentración de azúcar —él asiente complacido.

—Tienes razón, hija, aún no está lista para vendimiar. El secreto de un buen vino es el tiempo y estos sembrados necesitan el toque de Cronos para estar en su punto.

—No pierdes la costumbre de atribuirle todo a los dioses —ruedo los ojos y tomo otra uva—, no estamos en el siglo XII, abuelo.

—Ellos están en todas partes, Serra. Se nota su presencia divina en la tierra que pisas o el aire que respiras —inhala extendiendo sus brazos y la paz recorre su semblante—. Estos viñedos ya están aclamando la llegada de los suyos.

—Claro, cuando los Carosi lleguen su magia dorada tocará las humildes plantaciones y harán en ellas lo que tú llevas un año esperando —digo con ironía mientras él niega.

Las enseñanzas de Giorgio Vitale, mi abuelo, además de rondar todo lo relacionado con la vinicultura, trataban una religión antigua donde deidades romanas eran adoradas. Yo lo veía como mitos entretenidos, historias contadas para justificar la existencia de las cosas que los niños adoraban escuchar. Pero ya no soy un infante, tengo veintidós años, y el escepticismo hace mucho es parte de mi vida. Lo que me molesta es que le dé todo su esfuerzo y trabajo de sol a sol en estos campos a los millonarios arrogantes que no son capaces de ensuciar sus trajes de barro.

—No seas rebelde, hija mía, déjate llevar. Los milagros son la recompensa del que mantiene la buena fe.

Muerdo mi lengua para no reprocharle dónde estuvo ese milagro a mano de sus dioses cuando mis padres murieron en aquel accidente. La incomodidad ligada a los recuerdos se vuelve a instalar en mí y no logro dejar atrás la zozobra que me habita hace doce años. Giro el rostro para que él no note que todavía me afecta su pérdida.

Siento estruendosos pasos sobre la tierra. Miro en esa dirección y veo que Carlo se acerca a gran velocidad. Su respiración está agitada y las mejillas en los alzados pómulos tienen un color rosáceo.

—Señor Vitale, el señor Luca Carosi ya está aquí —dice jadeante quitando los rizos negros de su frente.

—¡Magnífico! —exclama mi abuelo con júbilo—. No veo la hora de echar a andar este imperio. Vamos a recibirlo todos —sentencia mirándome—, a partir de hoy seremos su mano derecha y punto de apoyo.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora