Serra:
La luz de las velas se escurre por su rostro, realzando las facciones maduras que tanto me encienden. La piel dorada hace un contraste perfecto con la humedad que la viste en pequeñas gotas de agua. El verde en sus ojos es el reflejo del depredador que tiene la presa a su merced; yo soy esa presa. Mis piernas están enroscadas en su cintura, las manos grandes, callosas; mueven mis caderas a su antojo, haciéndolas seguir el ritmo del baile lascivo al que me he convertido adicta. Nuestros gemidos se mezclan con el vapor de la tina, el olor a incienso, rosas y fresas. Mis uñas se pasean por su espalda, dejo marcas junto a las otras cicatrices. Él baja los labios a mis pechos, los muerde, haciendo que me arquee sobre la dureza deliciosa que no quiero dejar escapar. Sincronizamos a la perfección, como los engranajes de un reloj, encajamos uno en la otro. Llegamos juntos entre jadeos impulsados a palabras prosaicas, calientes.
Angelo besa mis labios queriendo robarme hasta lo último del aliento, su sabor lo carga mi lengua. Nunca me había sentido tan extasiada de alguien como de él, como de la dicha que es tenerlo de amante, pareja, amigo. Así se siente el amor, uno que no es ciego, saturado de verdades, que acepta, y a pesar de todo, sigue amando.
—Eres hermosa.
Sus dedos me recorren el mentón, el cuello, perdiéndose en los senos que acaricia con ternura. Tomo jabón, y comienzo a lavarle el pecho, el abdomen, consintiendo con caricias la piel cargada de marcas de peleas antiguas. Las yemas encuentran la cicatriz más reciente en su costado izquierdo, la palpo con suavidad sintiendo la aspereza que dejó de regalo aquel balazo.
—Está sana.
—Hace dos meses y medio de ello, tendría que estarlo.
Pienso en el tiempo transcurrido; sí hace bastante, pero el paso del mismo me cuesta percibirlo, ya que las pesadillas sobre ese momento persiguen mi mente con frecuencia. En ellas Angelo muere, se desangra en mis manos y sus últimas palabras son: “es tu culpa, Serra”; despierto llorando, en medio de ataques de pánico, pero él siempre ha estado a mi lado para aliviar el dolor y recordarme que está allí, conmigo, que es un sueño, que hace meses somos amantes, que soy su mujer y que daría todo por mí. Solo me pasa cuando dormimos juntos, no sé si es una premonición al futuro incierto que nos espera, si él es el causante por el miedo que tengo a perderlo; lo que es seguro es que él es mi dios oscuro, me da paz, alivia mis penas.
—¿Duele? —él niega—. Aún lo lamento, fue mi culpa.
—No digas tonterías —maneja mi cuerpo para quedar de espaldas a él; comienza a lavarme la piel—. Son huellas llenas de aprendizajes, unos más duros que otros. Recuerdan cómo llegué a donde estoy. Cada una es lección de vida; a pesar del tiempo siguen allí, vivas.
—Aunque intento imaginar por lo que has pasado, sé que me quedo corta. ¿Cómo has podido sobrellevar tanto sufrimiento?
—No todas estas cicatrices son malas, Serra; algunas son lo mejor que tengo.
—¿Sí? —giro mi cabeza para verle el rostro—. ¿Cuál de ellas lo es?
—Tú, tú eres la marca más limpia que tengo —sonríe.
—¿Y dónde estoy ubicada? —comento siguiéndole el juego.
—En el mismo medio de mi alma, pequeña salvaje.
El brillo de esos iris verdes me lo dicen todo, gritan: te amo. Pego la espalda a su pecho rogando que acepte los labios alzados hacia su boca como respuesta; lo hace, y al son de un beso lento están todas las frases mimosas que una pareja pueda decir, en cada movimiento hay secretos, pasión, miedos. En cada roce estamos los dos como uno solo. He empezado a creer en los dioses, en la misión divina de cada ser sobre esta tierra, en el legado que nos corresponde defender; yo nací para él; él para hacerme la primera Vitale libre.
Volvemos a hacer el amor en la tina y luego en la cama, el hambre cuando estamos juntos, en la intimidad, es insaciable. Solamente nos podemos permitir estos momentos mientras voy a la universidad. En las tardes, nos vemos en la habitación de uno de los hoteles que conservan la fachada rústica, honrando los tiempos de Romeo y Julieta, de lazos entre familias; amor y muerte. A veces nos quedamos toda la noche, o partimos después de cenar. No podemos hacer lo mismo en casa, donde yo me escabullo cuando todos duermen y regreso antes de que despierten. Fue un acuerdo que a él le costó aceptar, pero llegamos al término medio del entendimiento, lo nuestro únicamente va a ser oficial y ojos de todos cuando su esposa acepte el divorcio; mientras tanto, no me pienso arriesgar a que mis abuelos se enteren de que soy la amante del patrón al que ellos idolatran tanto.
Hoy, nos disfrutaremos uno del otro hasta el amanecer.
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Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).
Teen FictionAngelo Carosi regresa a Verona después de doce años para reclamar lo que le pertenece. Está dispuesto a llevar su apellido a la cima de vinicultura, creando el mejor vino de Italia. No le importa a quién deberá aplastar, sea enemigo o su propia fami...