Angelo.
Los gritos hacen un eco ahogado en la cámara de torturas. La rata se retuerce, los fuertes amarres lo anclan a la silla mientras saco con lentitud el cuchillo de su hombro. Los dientes afilados del arma rasgan sus músculos, por mis guantes chorrea el líquido con cadencia de melodía mortal. A pesar del calvario que sobreviene sus ojos negros desprenden odio «Estas escorias están bien entrenadas»
—Me aseguré de que tus articulaciones no vuelvan a funcionar. Tu brazo derecho no servirá para nada —vuelvo a encajar el acero hasta el mago y él grita—. Dime quién de los míos colaboró con Raffa Capola.
El sudor escuece por su frente pálida. La respiración se acelera, suelta lágrimas resignadas y no dice una maldita palabra.
—Tendré que hacerte lo mismo en el otro —le saco el cuchillo rápido arrancándole más lamentos—. No sé que va a ser de ti sin tus manos. Sabemos que quien no es útil para los tuyos lo desechan. Puedes olvidar tu rol de matón.
—No voy a caer en tus juegos de mierda, Verdugo —contesta con voz quebrantada—. No me vas a dejar vivir, todo el que entra al foso sale en bolsas negras.
—Podría hacer una excepción contigo, si colaboras.
—¿Tanto te jode que mi primo marcara a tu puta? —ríe mostrando sus dientes sucios de sangre—. La tenemos fichada, sabemos que la escondes en Rusia, pero tranquilo, te vamos a enviar lo que dejen los perros de ella.
Le hago añicos la nariz con tres puñetazos «Imbécil de mierda» Lo que persiguen con tanto afán es un señuelo que me costó medio millón. No obstante, estoy conforme con su respuesta, era lo que necesitaba saber.
—En realidad sí haré esa excepción contigo. Volverás con los tuyos y les serás útil en su mejor negocio; el tráfico de órganos.
Sus ojos mantienen el mismo brillo sombrío que los caracteriza. Ni se asusta, ni replica, sabe que sí lo enviaré a su abuelo en una nevera, que lo venderán y ni sabrán que se trata de él. Esto es lo que pasa por ser uno más en una colonia de alimañas repetitivas, todos son iguales, todos valen lo mismo; nada.
Salgo de la cámara dejándole el espacio libre a mis carniceros. Camino por los túneles conformados de ladrillos. El olor a humedad ya me es costumbre, conozco este laberinto subterráneo al punto de que puedo orientarme a oscuras. Aquí aprendí todo lo que sé, comencé como el peón que venía a saldar una deuda y en un año me gané el respeto de todos. En dos asesiné a uno de los más grandes enemigos del clan al que sirvo. En tres tomé el control del foso, donde soy el verdugo que contratan para desaparecer y eliminar gente poderosa. No voy a permitir que par de sádicos de pacotilla se atrevan a jugar con lo mío.
Llego al salón de descanso, Adalia reluce su vestido de cuero negro sentada en la barra del bar con un cigarrillo entre sus labios. Su hermano rueda los dados en una mesilla de cristal mientras habla por teléfono. Paso al baño, necesito refrescarme antes de volver a casa. Lavo mis guantes quitando la sangre que los mancha. Me miro al espejo, Luca dejó par de moratones en mi rostro. No sé qué hacer para mejorar nuestra relación, cada vez que chocamos la soga se tensa y temo que en cualquier momento reviente. Echo agua en mi cara y nuca intentando disipar mis ansias y el cansancio que a cada momento intenta derrumbarme.
—Aún no creo que tu hermano, "el esnob", te haya partido el mentón —se burla el alemán desde la puerta.
—Tiene un carácter de mierda parecido al mío. Era de esperarse que actuara así, me guarda rencor desde lo de su bodega.
—Yo diría que hace doce años, recuerdo como te enviaba cartas los primeros meses pidiendo que regresaras.
—Desconocía en lo que estaba; ahora sospecha de mí.
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Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).
Teen FictionAngelo Carosi regresa a Verona después de doce años para reclamar lo que le pertenece. Está dispuesto a llevar su apellido a la cima de vinicultura, creando el mejor vino de Italia. No le importa a quién deberá aplastar, sea enemigo o su propia fami...