Capítulo 25: Insomnio.

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Serra.

El eco de los pasos retumba en el pasillo contra las paredes sucias y mohosas. Corro en la penumbra, mi pecho se ahoga ante la horrible sensación que me causa ser perseguida. Él está cerca, por más que avanzo su presencia enferma no desaparece. Escucho cómo clama mi nombre, cómo respira en mi nuca, cómo ríe al saber que no podré escapar. Mis pies se cansan, pero me niego a rendirme.

Un foco de luz parpadea sobre una puerta roja, es mi única salida, por lo que doblo mi esfuerzo para alcanzarla. Casi llego; la libertad está al alcance de mis dedos, estoy a punto rozar la madera cuando desaparece «no está». Estoy atrapada, todo lo que queda es un muro, lo golpeo desesperada; mis puños se manchan de una sustancia negra y pegajosa que destila el concreto.

—Ovejita...

Lo escucho y el terror se magnifica; cierne su antebrazo sobre mi cuello, estrangula mi garganta. La asfixia me toma, araño sus manos mientras me aleja de la pared. Lloro, suplico, pero él carcajea mientras me arrastra lejos del muro. Entonces, lo veo, está allí, en las sombras, su verde fiero resalta. Extiendo mis manos para alcanzarle, pedirle que me ayude, que haga algo, pero no se mueve. Mi respiración se apaga, voy a morir y él no se inmuta, no le importo, no soy nadie para él. No le creo, no le quiero creer. Mi último aliento con necesidad lo aclama:

—¡Angelo!

Despierto agitada y con su nombre entre mis labios. Sudo, en lágrimas destilan mis penas y miedos. Es la sexta noche que tengo la misma pesadilla. Desde que llegué a Verona mi subconsciente no ha dejado de reproducir ese tétrico escenario. No he descansado, no he parado de pensar cuando lo que más deseo es olvidar, «olvidarlo»
Aún no amanece, no quiero intentar dormir, temo revivir el mismo sueño errante, prefiero comenzar mi día. Tomo una ducha rápida, me visto y voy a la caseta de dibujos donde paso las próximas horas hasta que los rayos naranjas pintan el cielo colándose por las ventanas. La acción no es tan relajante, el resultado final del nuevo retrato me reprocha que estoy descargando mis sentimientos con los gastados pinceles. Hay terror en los ojos cafés de la niña a la que le retoco las sombras. Suspiro, no es el primero que hago con tal expresión. Me pregunto cuánto más tardaré hasta desechar lo que me está consumiendo el alma.

Limpio los materiales y me quito el mandil manchado, es hora de comenzar el día bajo la misma rutina. Salgo del lugar, paso seguro; antes de girarme a seguir el camino, tomo el aliento que necesito para no fijarme en su ventana. Llevo estos cuatro días ignorando si aún se mantiene allí como solía hacerlo. Si todavía observa el paisaje matutino y yo estoy incluida en este. No quiero saber nada de él, me demostró quién era, y su realidad; es un monstruo, no muy diferente al que me atacó; y los monstruos no quieren, no necesitan, no añoran; los monstruos no se enamoran.

Voy directo a la cocina, necesito de Marie y sus ocurrencias para levantar mi ánimo. Al entrar, la encuentro tarareando una canción mientras anuda un lazo rojo en una caja transparente llena de cruasanes. Lo hace con tanta dedicación que no nota mi presencia.

—Buenos días —saludo y ella se sobresalta.

—¡Dios, Serra, me quieres causar un infarto!

—Lo siento, estás muy distraída hoy; ¿para quién son? —señalo los dulces.

El rubor se extiende hasta sus orejas; entonces lo noto, hoy trae pequeños pendientes que simulan ser perlas blancas. Me sorprendo, ella no suele usarlos.

—Tu desayuno está en la encimera —evade mi pregunta.

—No tenías que molestarte.
Tomo la charola y la coloco sobre la mesa. De todo lo que hay en esta solo me apetece un poco de fruta.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora