Capítulo 32: Juego vengativo.

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Angelo.

La noche se viste con un manto de sombras lúgubres que alimentan la desolación de mi hija y Serra que no se apartan de la tumba donde yace el cuerpo del animal. Fiore, una yegua noble que era el encanto de ambas. La tristeza las desarma; a Giuliana porque era su compañía, su amiga y la que la ayudó a integrarse a la villa después del brusco cambio; y a Serra porque era parte del legado de su madre. Es increíble hasta dónde llega el ser humano, desde amar a una bestia domesticada, hasta mancillar lo que otros adoran para causar daño. Lo que muchos ven como un fatídico desliz del destino a mí me queda claro como una advertencia hacia la mujer y la joven que tengo en frente. Fiore fue envenenada en mis propios dominios, aprovechando que no estaba. No hay dudas de que las ratas quieren bailar bajo mis narices, y que esto es una advertencia.

Me cuesta apartar la vista de ellas, por alguna razón me las imagino tendidas en el suelo destilando sangre por los labios y nariz; dando sus últimos alientos mientras el líquido carmesí las ahoga y revienta en sus venas, viendo como sus pupilas se contraen y la vida las abandona culpándome de lo sucedido. Es que temo lo que pueda ocurrirles, temo que las próximas víctimas de legado mortífero que me ata sean ellas.

-Ya es hora de irnos, Giuliana -comento y ella asiente.

Tiene el rostro tan hinchado a causa del llanto que parece adormilada, sin energías. Serra pasa su brazo por encima de ella; se ponen en marcha. Camino detrás, vigilando sus pasos como un guerrero fiel, dispuesto a todo por protegerlas. No conversan, simplemente se acogen en su propio dolor compartiéndolo con la otra, dejándose saber que no están solas; y no lo están, porque aunque permanezca impasible, en mis adentros solo aumenta la rabia y las ganas de atar el cuerpo del que hizo esto en el cadáver putrefacto de algún caballo.

Entramos a la cocina. Mi hija se conmociona al ver a la pelirroja que le da una mirada lastimera. Se lanza a sus brazos y esta la acoge con gesto protector.

-No es justo, Marie -vuelve a sollozar, siento que se me quiebra algo dentro.

-Lo sé, mi niña lo sé; pero los accidentes ocurren y te aseguro que está en un lugar bien lindo -le besa la cabellera rubia-. ¿Qué tal si tú, Serra, y yo cenamos una sopa deliciosa que preparé? Mi comida es mágica, ¿recuerdas?; estoy segura de que te levantará los ánimos.

Trata unos minutos en contestar, pero termina aceptando lo que la cocinera sugiere con tono maternal. Ambas van a la mesa, Serra aprovecha para acercarse, no lloró tanto como hija, pero su semblante está marchito.

-Lo que sucedió, ¿fueron ellos? -musita.

-No te preocupes por eso -rozo sus dedos con los míos con sutileza. Ella los aparta, recordándome que el peso de la charla que tuvimos al despertar aún sigue latente-. Te veré luego, cuida de mi hija, por favor.

Le doy la espalda, voy a mi oficina, donde encuentro a Luca rodeado de papeles y cuentas. Se ha encargado todo el día del proceso de vinificación, los moratones en su rostro se encuentran mejor, pero su carácter está agriado entre una mezcla de enojo y sombras.

-¿Cómo está mi sobrina?

-Devastada -me quito el saco, desabotono las mangas de mi camisa-. Está adaptada a vivir en un mundo ideal donde la realidad es como ella prefiere, esto la tomó desprevenida.

-Es inaceptable, Angelo -da un golpe en la mesa-. ¿Tendremos a la policía aquí otra vez por la muerte de un animal? ¿Qué pasará si van más a fondo y se dan cuanta de quién eres?

-Nadie vendrá, esto lo resuelvo yo con mis métodos.

-Algo me dice que son "tus métodos", los causantes de toda esta mierda -espeta-. Hoy fue la yegua, ¿mañana quién será? ¿Un empleado?, ¿tú? ¿yo? No te culpo de nada, pero me asusta que esto se convierta en una ola de desgracias por un motivo que te niegas a contar.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora