Capítulo 23: Pesadilla.

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Angelo.

Intento acompasar mi respiración, inhalo y exhalo con la vista fija en las balas incrustadas en la pared del almacén donde se suponía que hoy compraría un nuevo cargamento de armas. El olor a sangre inunda el lugar, los cuerpos de los enemigos y parte de mis hombres yacen esparcidos sobre el suelo mohoso. Meyer está tendido en una esquina, hace presión sobre su abdomen, la herida es grave, puede que no sobreviva. Traqueo mis dedos por enésima vez, «¿Cómo fui tan ingenuo?» Caí en la maldita distracción del contrabando ¡Se la puse en bandeja de plata! Me tendieron una trampa, todo para joderme, y darme donde más me duele. Esas sucias ratas rompieron un convenio de años, y me las van a pagar. Nadie le escupe la cara a un Carosi.

—Encontraron el cuerpo a tres calles de su última ubicación, le reventaron la garganta —informa Adler corriendo hacia mí—. Ni se molestaron en limpiarlo.

—El traidor trabajaba para mí, poco les importa. Jugaron bien sus cartas.

—La policía ya está en el caso, Angelo. Solo pude recuperar la máscara y un zapato de Serra, espero que con eso no la ubiquen en la escena.

La cólera da latigazos en mi cuerpo. Lo menos que necesito ahora son agentes pisándome los talones.

—Por las pisadas llenas de sangre se estipula se la llevó a la orilla, como pensaste.

—Es lo más lógico, partirán en algún barco, solo me hace falta saber cuál.

Miro en dirección a Adalia, tortura a uno de los sobrevivientes del bando enemigo intentando sacarle información «¡Juro que si no se apresura voy a volarle la cabeza a ese malnacido y a ella!»

—Me cuesta decirlo, pero tenemos que pensar que ya puede estar muerta. Estamos hablando de los Cappola, en el mejor de los casos debe de estar bailando sobre su cadáver —me giro hacia él con aire endemoniado.

—En el mejor, Adler, y este es el peor, esa rata debe querer enviármela hecha trocitos, pero primero incendio cada muelle antes de que le toque un pelo. No sabes cuánto me arrepiento de no haberle arrancado la cabeza con aquel corquete.

—Debemos analizar bien la situación, no podemos tomar decisiones a la ligera.

—¿A la ligera? ¡A la ligera tomó tu hermana la identidad del proveedor de armas y por eso nos vieron la cara de estúpidos! ¡No me quieras pedir que me calme cuando se trata de ella! —mis gritos hacen eco en todo el lugar.

Nunca había sentido el miedo de perder a alguien.
Todo es mi maldita culpa, no me voy a perdonar si dañan a Serra. Esto es lo que pasa cada vez que me interesa algo, lo pudro. Marchité su confianza, la llevé a lo más nauseabundo de mi vida. No debí sucumbir ante ella, ante mis deseos. Fue otra falta y ahora lo estoy pagando.

—Ya cantó —informa Adalia limpiando su cuchillo—, tenemos la dirección del muelle y el tipo de lancha. Tardarán en zarpar, la policía se ha tomado parte de la costa.

No la miro, si lo hago, temo que terminaré estrangulándola. La rabia que me posee hace que muerda mi propia lengua con tanta fuerza que el sabor metálico inunda mi boca. Mi propia gente me ha traicionado, y no hablo del guardia que se vendió a los Cappola, no; la mierda se está paseando entre los míos y lo voy a descubrir ¡El que me jode la paga!.

—Adler, prepara a los hombres, seremos cautelosos. No alertaremos a las autoridades hasta el último momento —este asiente y corre donde los demás aguardan por órdenes—. Tú, limpia este desastre y deja a los Cappola expuestos, que toda Italia sepa que el clan de ratas anda formando revueltas —exijo aún sin verla—. Procura que salga bien, y que Meyer no se muera o las cuentas las arreglaré contigo.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora