Capítulo 17: Fiesta en la viña I: Visita de ratas.

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Angelo.

Desde la ventana de mi despacho veo los autos aparcando en la villa. Empleados reciben a los invitados quienes reparan con disimulo todo a su alrededor. Los entiendo, la supremacía de los Carosi baña el aire de estas propiedades. Lo exclusivo nos caracteriza, muchos desean conocer los secretos cargados de misticismo que envuelven a los míos en el éxito. Piensan que es una fórmula la que nos hace inigualables, pero se equivocan, esto se lleva en la sangre. Hay quienes construyen su grandeza, pero nunca se podrán comparar a los que nacen con ella. Hoy es nuestro día; el día de recordarle al mundo que los Carosi siguen de pie, y que los que reinan en la viticultura deben abandonar el trono que nos pertenece.

Arreglo el cuello de mi camisa antes de salir al jardín. El panorama es mejor de lo que imaginaba. Las diferentes secciones están distribuidas por toda el área. Las mesas de madera desbordan con frutas, carnes, panes y postres; son un banquete memorable a la ocasión. En el espacio destinado a las catas de vino sobresalen relucientes copas, botellas y barriles de cosechas pasadas. El pequeño escenario para la subasta del Espumoso Blanco resalta en colores níveos y tintos.
La atracción principal del evento, el estrujado, rodea el lugar. La Corvina ha sido vertida en enormes tinas de madera que se encuentran debajo de tiendas abiertas hechas de tela. Las mujeres que las pisarán visten de blanco, portan pañuelos estampados en su cabeza como la tradición manda. Esperan a que la banda comience a tocar. Los músicos preparan los instrumentos, su vestimenta alegórica resalta el toque de folclor que la actividad busca impregnar en los presentes.

Sonrío satisfecho, mi pecho se llena de suficiencia; con la que tengo que pasearme entre todos si quiero dejar claro quiénes son los emperadores del vino. Saludo, escucho cumplidos y lleno sus cabezas ignorantes de futuras expectativas respecto a la producción.

Veo a Luca en la distancia, sopeso que hace lo mismo que yo, ya que conversa con varios invitados. Bianca resalta entre todos, se encuentra con la señora Vitale dando órdenes a los empleados. Pero a quien no diviso es a Serra, se suponía que debía estar conmigo. Pensé que fui lo suficientemente claro con ella hace semanas. No soy del tipo de hombre que le guste repetir las cosas, pero parece que a esa pequeña salvaje hay que recordárselo cada cierto tiempo. Odio que me desobedezcan. Esto no es un juego, menos ahora que estamos en la mira. Voy donde Giorgio, necesito saber por qué se tarda tanto.

—La última vez que la vi estaba hablando con su esposa, señor Carosi.

Instintivamente giro donde ella. Su satisfacción se extiende al tratar con los invitados. Está como pez en el agua, pero lo de piraña caprichosa a mí no me pasa desapercibido. Me le acerco y no tarda en tomarme del brazo, haciéndome recorrer la estancia juntos.

—¿Qué te pareció?

—Espléndido, Bianca —contesto sonriendo y saludando igual que ella.

—Me regocija que aún te guste cómo lo hago —se detiene a arreglar mi corbata—. Me lo puedes agradecer, sabes que estoy dispuesta cuando desees.

Mantengo una expresión seria, su mano se pasea por mi pecho y el brillo en sus ojos deja explícito lo que quiere. La aparto con sutileza cuando la música comienza a escucharse captando la atención de todos.

Las mujeres entran a las tinas en grupos de tres o cuatro, traen la falda de los vestidos anudados. Comienzan a moverse al ritmo de la música, entrelazan sus brazos, giran practicando la danza típica de esta región italiana. Los invitados aplauden, no es para menos, parecen ninfas moviendo sus piernas para liberar el mosto.

—No son la gran cosa —injuria Bianca—. La mayoría son campesinas, sirvientas, o pobretonas. Algunas accedieron sin aceptar paga a cambio, ¿puedes creerlo?

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora