Capítulo 2: Legado de tierra, sudor y tradiciones.

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Angelo.

Verona, una de las ciudades más famosas de Italia por su arquitectura antigua y rica historia. Territorio donde se han visto nacer los mejores vinos de Véneto que le han dado la vuelta al mundo. Para mí, es casa de tradiciones de una cultura tan antigua como mi apellido. Cultura que hoy vengo a rescatar.
Mi padre ha muerto, y lo que me retenía lejos de hacer lo que en verdad me apasiona, se ha ido con él. No puedo negar que regresar es difícil, y asumir una tarea que muchos creen no me corresponde, lo es más. Sinceramente, me importa una mierda, vengo a retomar el brillo de mi apellido, con ambiciones y exigencias para llevar la producción de los Carosi a lo alto de la vinicultura en todo el país.

Las luces de San Vito di Negrar se hacen presentes. Mi auto atraviesa el viejo pueblo que parece estar desolado. La antigüedad vigente en sus casas y edificios me hacen recordar lo feliz de mi niñez. Los deseos de ser un vinicultor de renombre y las tempranas enseñanzas de mi bisabuelo. El viejo sabía que le quedaba poco en esta vida, y dejó un legado de tradiciones en mis manos.

Sostengo el maletín de cuero con el ímpetu de su recuerdo. El ardor en el hombro se hace más fuerte, pero no me impide aferrarme a lo único de valor que nos queda a los Carosi.

—¿Deseas que yo sujete eso? —dice Bianca captando mi atención.

—No —respondo en tono seco y vuelvo a mirar a la ventanilla del auto.

—¿En serio esto es necesario, padre? —replica Giuliana por quinta vez en la noche—. Mira este lugar, parece que retrocedimos setenta años en el tiempo.

Respiro profundo y le dedico una mirada que ella conoce bien, interpreta mi silencio. Mi intención no era arrastrarlas conmigo, pero los últimos acontecimientos me obligaron.

—Debes ver esto como una nueva oportunidad, hija —segunda su madre con tono suave—. Tu padre nos necesita y la familia tiene que estar unida.

—¿Familia? Por favor, mamá, ni tú te crees esas palabras. Hace mucho no somos eso, o crees que no me he dado cuenta —Bianca contrae el semblante y sus ojos negros centellan hacia ella.

—No le hables así a tu madre, Giuliana —la regaño con tono firme, haciendo que de mala gana se recargue en su asiento y se concentre en su móvil.

Mi hija tiene los genes Carosi a flor de piel, está en una edad difícil donde sé que los cambios repentinos pueden ser perjudiciales. A veces atribuyo su rebeldía a la inexperiencia que Bianca y yo teníamos cuando la concebimos, éramos muy jóvenes y nos enfrentamos a situaciones para las cuales no estábamos preparados.

El resto del viaje lo adorna el silencio uno con el que mi esposa no se siente cómoda. Llegamos a la villa fundada por mis ancestros. El auto atraviesa la verja de metal rodeada de una cerca de piedra. Se estaciona y bajo de inmediato teniendo como primera vista la mansión iluminada. Nada ha cambiado en ella desde el día en que me fui. Mantiene su aire antiguo, imponente y tradicional. La rodeo para ir a donde me interesa.

—Angelo, ¿qué haces? —Bianca corre hacia mí con dificultad por los tacones que lleva—. Nos están esperando para recibirnos —me toma del brazo desencadenando que un latigazo de dolor me recorra la extremidad.

—Ve con Giuliana —la aparto incómodo.

Me encamino a la entrada del viñedo que está más cerca de la propiedad. Todo sigue igual como lo recuerdo, como debe de ser. Los Carosi fuimos bendecidos al tener en nuestras tierras una cepa única de uvas que no se puede concebir en ningún otro lugar del mundo. Aprendimos a cosecharla, a mezclarla con otras especies y sabores. Creamos un imperio del vino de la mejor calidad que se extendió por toda Europa, hasta que dejamos de seguir las tradiciones e intentamos producir en cantidades.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora