Capítulo 7: Inmundo.

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Angelo.

La frialdad de la noche atraviesa la ventana del despacho. Releo una y otra vez los informes, lo tengo todo planeado y no veo posibilidad de falla, pero en lugar de estar complacido me siento irritado. Lo que ronda por mi cabeza va más allá de las finanzas, tiene piel trigueña y par de ojos que destilan odio al verme. No ha llegado y la espera es algo que harta la poca paciencia que tengo. Le doy la primera orden y la incumple. Necesito ponerla al día con todos los detalles del proyecto, el tiempo es nuestro peor enemigo y no puedo admitir retrasos.

Abren la puerta, enderezo la espalda de forma automática en mi puesto. Bianca entra, posa su mirada en mí y sé que no está contenta. Camina balanceando las caderas bajo el ajustado vestido, lo siento como una invitación a lo que entre ella y yo no volverá a pasar. Se postra frente a mí colocando las manos en su cintura. Es del tipo de mujer que cree merecer odas de todo el que le rodea. Eso fue lo primero que me llamó la atención cuando comenzamos nuestra relación. La vi a la altura de mi apellido, y no dudé en hacerla mía. Sin embargo todo se complicó con la llegada imprevista de Giuliana, el accidente de los padres de Serra y nuestra partida. Mi vida se volvió una mierda que comencé a disfrutar y con ella, mi matrimonio pasó a segundo plano.

—¿Qué deseas? —hablo porque sé que es lo que ella espera.

—Esta situación me tiene cansada, Angelo —empieza sentándose frente a mí—. Se suponía que iba a ser nuestro nuevo comienzo, sin embargo te la pasas encerrado en estas cuatro paredes y poco te importamos tu hija y yo.

—Esas ilusiones te las has hecho tú sola. Sabes que vine a trabajar, no a jugar al padre de familia.

—¡Ay, por favor! Esto es totalmente innecesario, estábamos bien en Roma —se queja y siento que esta escena se repite como dejavú—. Los ingresos de la empresa sobran para mantener nuestro estilo de vida. Pero no, tenías que regresar al lugar del que nos echaron y a querer ser el rey del vino.

La prepotencia no tarda en surgir en mí. Sus comentarios tienen bases de la ignorancia en la que la he hecho vivir. Bianca desconoce tantas cosas de lo que he sido en los últimos doce años. Los lujos que tanto exige están manchados, y el peso de esa suciedad la cargo yo en mis manos. Cosa que ya no me da remordimiento, es lo que me hicieron, mi conciencia está denigrada y los escrúpulos hace rato se marchitaron en mí.

—No sabes de qué hablas, Bianca, deja de suponer cosas de las cuales nunca te has preocupado ni por mover un dedo —le advierto—. He retomado lo que es mío y no lo voy a dejar por tus lloriqueos.

—¿Lloriqueos? ¡No seas sínico, Angelo! —espeta poniéndose de pie—. Bien que yo pude dejar todo por ti, mi casa, mi familia, mi apellido en ridículo por un embarazo a los dieciséis años —da un golpe con ambas manos sobre la mesa, detonando ese lado violento suyo que pocos conocen y que yo no sé por qué a estas alturas se lo aguanto junto a los melodramas e histeria.

—Lo acepté todo, ¿y así es como me pagas? —prosigue—. Con esa indiferencia total, manteniéndome al margen de ti y de tu vida —rodea el escritorio y se coloca frente a mí—, como si no fuéramos uno desde el día que nos casamos. ¿Es que no lo ves? —toma una de mis manos colocándola en su mejilla.

El tacto contra su piel es frío, desencadena recuerdos de lo mucho que disfrutaba poseer su cuerpo, morder la blancura, lamer la pureza que desprendía cada célula de su piel. Pero ese deseo fue en decadencia, llegó el momento en que la veía demasiado limpia para alguien como yo.

—¿Qué es lo que quieres, Bianca? —digo con cansancio.

—Quiero que me desees como antes, Angelo —desliza nuestras manos por su cuello—, que vuelvas a ser mío, que me quieras en tu cama —mis dedos siguen su silueta como ella lo incita, dejándolos reposar sobre su cadera—, quiero ser más en tu vida que un simple objeto de exhibición —se inclina acariciando mi rostro.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora