Serra.
Los rayos de sol resplandecen sobre la hoja en la que dibujo, los trazos a colores cálidos se hacen más vivos. Sonrío, es mi mejor obra, ansío tanto que mamá la vea. Ella se encuentra a unos metros, acomoda el equipaje con papá, harán un viaje. Se ven vibrantes, ella lleva un vestido blanco con flores rojas y él esa camisa celeste que tanto le gusta. Me pongo de pie, tomo el dibujo para mostrárselo; ellos echan a andar. Los llamo, pero no giran, se dirigen a afuera, hacia el auto que espera por ellos. También salgo de la casa, mi mano está en alto sosteniendo el papel que ondea en el aire. De pronto el ambiente cambia, el sol se esfuma, y son ráfagas de viento las que pelean con el dibujo para arrancarlo de mis manos. Grito sus nombres, ya no quiero que vayan, dicen que será por poco tiempo, pero tengo la certeza que no regresarán.
El desespero abarca mi pecho, lloro, con la súplica en mis labios. Corro más fuerte, pero siento que no avanzo, no logro alcanzarlos. Están sumiendo al auto, no pueden ir, no volverán, me dejarán, quiero ir con ellos. No quiero quedarme aquí, sola.
—No estás sola, cariño.
La voz de mi abuelo detiene mis pasos, él está aquí, viste de blanco, resplandece entre tanto gris. Sus brazos me alzan, deja que lo abrace mientras él, pasa las manos por mi trenza.
—Quienes te aman, te esperan, tienes que regresar —murmura.
—¿Qué hay de ti?
—Acompañaré a tus padres, también los extraño.
—¿Prometes cuidarlos?
—Lo prometo, juntos velaremos por ti.
Aunque las palabras me tranquilizan no dejo de derramar lágrimas, acomodo la cabeza en su hombro, disfruto su tibieza, su presencia. Siento que el sueño me invade, junto a un arrullo, ese rezo disfrazado de canción que tanto dedica a los dioses, me dejo ir…El zumbido en los oídos es incesante. Los párpados pesan, la garganta me arde como si un objeto estuviera atravesándola. Lucho por abrir los ojos, siento espasmos en los dedos. Entonces escucho un murmullo, uno que cada vez se hace más claro, conozco la voz, es ella, es Marie. Intento murmurar su nombre, alzar los brazos a pesar del desplome que hay en ellos. Busco fuerzas, necesito salir de esta sombra, ver luz. Abro los ojos con un impulso que acelera mi respiración. Las sensaciones en mi cuerpo son desagradables, gimo, intento hablar. Busco a mi amiga con la mirada, ella corre hacia mí exaltada.
—¡Serra, est… despi…ta!
Me cuesta entenderla, reconocer el ambiente no es difícil, estoy en una sala de hospital. Un hombre la aparta, revisa mis pupilas con una linterna. Percibo varias personas atendiendo mi estado. Los recuerdos de cómo llegué aquí usurpan mi mente. Sí, la caseta no existe, el fuego se llevó los últimos recuerdos que tenía de mi madre y casi arrasa conmigo también cuando quedé atrapada entre las llamas y el humo que contrajo mi garganta. Es abrumadora la tristeza que me abarca, apenas puedo reaccionar en mis cinco sentidos. Los médicos manipulan cada espacio de mí, explican lo que ocurrió con mi cuerpo y que es una suerte que ya esté despierta. Estuve en coma, en un limbo, fui afortunada en regresar, o eso dicen ellos. La realidad es que mi estado es deplorable, no siento fuerzas, las quemaduras en mi pierna, brazos y manos arden en demasía.
Cuando la revisión termina Marie entra, su sonrisa débil y los ojos hinchados me indican que estuvo llorando, odio haber causado tantas molestias. Ella se sienta a mi lado, nos miramos por un rato en silencio, como si escogiera las palabras adecuadas antes de hablar.
—¿Cómo te sientes?
—Como si hubiera dormido por siglos.
—Solo fueron dos días…
—Mis abuelos, ¿cómo están?. La caseta, ¿pudieron recuperar algo?
La última pregunta suena absurda al mismo momento que deja mis labios. Aún tengo la esperanza de que siga allí, que algún recuerdo de mamá, de mi trabajo por todos estos años quede en pie. Ella niega, mira hacia el techo, en sus pupilas se refleja un brillo que asecha a la súplica. La conozco, todas mis alarmas se encienden; algo pasó, algo grave «¡Angelo!»
—¿Cómo está Angelo? ¿Le sucedió algo?
El corazón derrama miedo contra mi pecho. El incendio debió ser provocado, si él fue tras el culpable, si bajó sus defensas por mí, si cayó en una trampa. Si está…
—El señor Angelo está bien —dice, su tono tiembla. La sigo viendo esperando a que continúe—. Estuvo aquí por mucho tiempo, junto a ti. Ahora mismo está en la villa, todos lo están. Serra —ella traga en seco—, ha ocurrido algo, detesto ser yo quien te dé esta noticia. Girogio sufrió un infarto, no pudo rebasarlo, lo siento mucho, Serra.
El mundo deja de girar, todo se detiene, juro que hasta mi pulso lo hace. Las lágrimas comienzan a correr, Marie también llora. En la habitación se escucha el eco de mis sollozos cuando van en aumento. Ella me abraza, pero este dolor horrible no puede ser compartido, es mío, únicamente mío, ya lo viví una vez; me tomó desprevenida; debería saber cómo luchar contra él, cómo enfrentarlo, pero en estos momentos no puedo.
No sé cuánto tiempo transcurre, la agonía que ahoga mi alma únicamente permite tener una idea clara en la mente, y es ir a su entierro. Poco importan mis condiciones, lo menos que puedo hacer es despedirme del hombre que fue padre y madre cuando perdí los míos. Marie se encarga de todo, a pesar de la negativa de los doctores, los cuales cambian de opinión cuando Luca viene por nosotras y expone los hechos y responsabilidades que serán tomados conmigo. Después de curar las quemaduras, cambiar las vendas y mi ropa, partimos.
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Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).
Teen FictionAngelo Carosi regresa a Verona después de doce años para reclamar lo que le pertenece. Está dispuesto a llevar su apellido a la cima de vinicultura, creando el mejor vino de Italia. No le importa a quién deberá aplastar, sea enemigo o su propia fami...