Angelo.
La caja envuelta en papel blanco yace abierta. Los presentes rodeamos la mesa como si presenciáramos algo insólito; como si nunca hubiéramos visto este tipo de actos, como si no lo practicáramos. El olor a su perfume me hace rememorar estos doce años juntos; los malos momentos y los peores; las noches de ocio junto a su cuerpo desnudo, cigarrillos, y penas. La tarde en la que dijo que me quería, pero que se casaría con otro porque no dedicaría su vida a recibir mis desprecios. La consideré muchas cosas, una amiga, una compañera, una amante; mas nunca una traidora, aunque lo sospechase, la posibilidad evadía el estado racional en mi mente. Sin embargo, esta escena desmiente, en un colchón de cabellos rojos reposan las manos de Adalia Graff, los dedos se encuentran entrelazados, su anillo de compromiso con Meyer reluce, es lo único que no está manchado de sangre.
Junto con el presente vino un sobre; uno que deja evidencia de los tratos que estuvo haciendo con los Capola para joderme; hay mensajes, llamadas, y facturas a su nombre donde delata mi posición, negocios y socios. Este fue su último golpe, Mariano se ha burlado de nosotros, de nuestro dominio en el foso; todo por hacerme caer.
—Le dejó de ser útil y la mató. La traidora resultó la traicionada.
Las palabras de Moritz hacen que Adler y Meyer lo miren mal. Este último se limpia las lágrimas. Fue quien recibió el paquete en su propia casa. Todo ocurrió muy rápido según cuentan. Él y Adler fueron a comprar las armas a los polacos, preparados para una emboscada, pero transcurrió con normalidad. Adalia dejó de ser vista desde esa noche hasta dos días después cuando se topa con esto. Entiendo su dolor, su furia, él la amaba, siempre lo hizo, aunque por un tiempo ella prefirió estar conmigo, Meyer siempre estuvo allí. La resignación le mancha el rostro, la derrota de perder aquello por lo que hubiese dado la vida.
—Iré tras su cabeza —dice Adler tomando un mechón de cabello del interior de la caja.
—¿Por qué vengarías a quién te vendió con un Cappola? —le reclama Moritz y este lo encara.
—Porque es mi hermana, es mi sangre y porque no me trago esta payasada. La conozco bien, Adalia nunca nos traicionaría. Angelo, tú también lo sabes.
Su mirada se cruza con la mía, noto el monstruo que vive en él a flor de piel, ese que oculta con facilidad de sonrisas y gestos, el que pocos conocemos.
—Vivía enamorada de Angelo, lo hizo para joderlo porque él prefirió a otra.
—¿Pero de qué partes estás tú, hijo de perra? —grita Adler a Morits después de escuchar lo que dijo.
—¡De la razón! También me duele su perdida, pero si esta es la verdad, lo merecía.
—¡Mentira! ¡Te duele una mierda porque nunca quisiste que ella se casara con tu hermano!
Ambos comienzan a discutir, yo sigo en silencio. Estoy acostumbrado a sus peleas desde que son pareja, un policía corrupto y un sádico. Meyer está perdido en sus pensamientos. Tomo mi saco, salgo de la habitación dejando el bullicio detrás, se terminarán golpeando.
Los pasos hacen eco contra la superficie cóncava del foso, respiro, el olor a humedad sobresale, aunque a veces trae consigo oleadas metálicas de hierro y sangre. Este fue mi hogar por doce años, donde pasaba la mayor parte del tiempo, entre torturas y súplicas; de una forma u otra ella siempre estuvo allí, con la madurez emocional que a muchos de nosotros nos faltaba, me quiso, sí; pero una mujer nacida en las sombras como Adalia Graff nunca se dejó doblegar por ese detalle. Supo afrontar el rechazo con la cara en alto y la mirada tan dura como el corazón.
Una de las puertas a la derecha se abre, Mikael sale de ella, hago un gesto de respeto con la cabeza, él lo corresponde al instante. La amargura en su rostro no pasa desapercibida.
—Tenías razón, el traidor estaba bajo nuestras narices —comenta.
—¿La tenía?
Nos miramos fijamente. El parche esconde la cavidad vacía del ojo, resalta su aire sombrío. Fueron varios años bajo su tutela, con la muerte acariciándome la espalda y la factura de una deuda que los Carosi no pagarían aunque muriera. Nos enseñó que por la familia se da todo, aunque haya sido la propia familia quien nos puso a su merced.
—Los muertos dicen más que los vivos, pues en ese punto ya no tienen mucho que ocultar —arrastra su bastón y comienza a andar—. Saldré por unas horas, iré a buscar su cadáver.
—¿Lo entregarán?
—Ese hijo de puta no perdió la oportunidad de burlarse, cree que estamos en decadencia, y él pasa de una victoria a otra. Llamó hace un rato, no quiero que Adler pase por el duro golpe de ver en qué estado la dejaron.
—Voy contigo.
—No, no le serviré a mi heredero en bandeja de plata. Regresa a casa, Angelo, resguarda a los tuyos; tengo el presentimiento de que esta guerra solo acaba de empezar.
Tomamos caminos diferentes. Siento la conmoción en el pecho, el peso de los últimos acontecimientos, y los que dictarán el futuro. Pensé que al tener el nombre del traidor podría llevar a cabo la venganza, el escarmiento que los clanes necesitan para saber que con el verdugo no se juega, pero hasta eso se encargaron de arrebatarme. Mikael tiene razón, ellos siguen en el juego, uno en el que Adalia se creyó reina, pero fue un simple peón.
Al llegar a la villa la brisa con olor a lluvia me recibe, el cielo comienza a teñirse de gris. Debo ir a las bodegas, sin embargo, no puedo controlar el impulso de dirigirme a casa de los Vitale. La planta baja está vacía, la decoración colorida permanece hoy con un aura lúgubre. Subo las escaleras, en la pared cuelgan retratos de la familia, uno en particular hace que detenga mis pasos. Es Bruno junto a Rosi, cargan a su bebé recién nacida en brazos, se ven felices, recuerdo esa sensación cuando tuve a Giuliana en los míos, es como si se iluminara la vida, todo cambia, y a la vez sigue siendo igual, con la diferencia de confirmar que cada sacrificio, cada sufrimiento, valió la pena. La promesa al difunto Giorgio resuena en mi cabeza; suspiro y sigo avanzando.
Empujo la puerta semiabierta de su habitación. Está sentada junto a la ventana, trae el cabello suelto; absorta en el paisaje que le brinda el viñedo. Me acerco, no se inmuta, deja que le acaricie las hebras color chocolate. Observo cómo la tempestad avanza sobre las parras; un relámpago destella a lo lejos.
—¿Cómo te has sentido?
—Igual que ayer, igual que hace tres días.
—Serra…
—No dejo de culparme, Angelo, si no hubiera tenido la estupidez de ir a buscar lo que se estaba tragando el fuego, él estaría vivo.
—El destino es un hijo de perra, juega a jodernos; prueba cuánto dolor podemos aguantar. Es ahí cuando sacamos la fuerza y nos levantamos —tomo su rostro, necesito que me mire—. Tienes que hacerlo, tienes que entender que no fue tu culpa.
—Ni siquiera pude despedirme —vuelve a llorar.
—Él hubiera odiado verte así. Le prometí varias cosas ese día; una de ellas, hacerte feliz. Te amaba más que a nada, su única preocupación era tu bienestar.
—En estos momentos no sé cómo estar bien, Angelo, no sé cómo deshacer tanto dolor.
—Yo te ayudaré —me arrodillo, apoyo mi frente a la de ella—; estoy aquí para ti, Serra.
Ella busca mis labios, deja besos húmedos y salados que no rechazo, nunca lo haría, aunque la culpa dicte que soy el hijo de perra que no la merece. Leves gotas de lluvia golpean el cristal de la ventana cuando la ayudo a acomodarse en la cama. Hace una mueca debido a las quemaduras, van mejorando, pero aún falta un tiempo para sanar completamente.
—Se avecina una tormenta, deberías quedarte.
—Tengo trabajo pendiente en las bodegas.
—Sí, y yo aquí sin poder ayudar —el dolor que había aliviado en sus ojos se incrementa.
—Tranquila; son los últimos detalles, Luca y yo nos encargaremos.
—¿Vendrás esta noche?
Asiento, ella hace el esfuerzo de abrazarme; correspondo, el éxtasis surge al tenerla en mis brazos, parece irreal, desprende necesidad, se aferra a mí como si fuera el bote salvavidas que nunca soltará aunque tenga la orilla cerca. Yo siento lástima, el destino me empuja a hacerle daño cuando haya sanado parte del sufrimiento. Vuelvo a besar su frente, le acaricio la mejilla antes de dirigirme a la puerta.
—Angelo, ¿qué otras promesas hiciste a mi abuelo? —mi espalda se tensa.
—Cosas sobre la villa. Ahora descansa.
Llevo el sabor de la mentira hasta las bodegas, trabajo junto a Luca sin poder apartar esa amargura, está allí, en cada gesto, en cada palabra, está en mi mirada. Entrada la noche terminamos, no puedo creer que estemos tan cerca de la inauguración del vino, en menos de dos meses podré mostrarme al mundo como Angelo Carosi, el salvador de un legado que estaba a punto de convertirse cenizas. Fue mi principal objetivo al volver, gritar que recuperé quinientos años de gloria e historia. No esperaba más de la vida, no tenía más por lo que preocuparme, alguien como yo no merecía más; ahora está ella, quien menos pensé, haciéndome débil al anhelar lo que no debería tener.
No tengo apetito, voy directo a la habitación. Los problemas son un huracán que baila en mi cabeza. El nudo no hace más que tensarse, temo que reviente por el lado más débil. Al principio del corredor distingo la figura de Giuliana quien espera frente a la puerta. Al verme sonríe, aún porta su uniforme escolar, lo que me hace pensar en mantenerla en casa por unos días, hasta que todo se tranquilice. Beso su frente, antes de tomar las llaves y abrir la puerta. Su silencio es extraño, si algo caracteriza a mi hija es esa habilidad nata para no mantener la boca cerrada.
—¿Te encuentras bien, cariño?
—Honestamente, no, papá. Quería hablar contigo —se sienta en mi cama—. Es sobre ti y mamá.
Cierro los ojos, todo con Bianca ocurrió deprisa, junto a la muerte de Giorgo, no tuve oportunidad de conversar con Giuliana.
—Me dijo que la habías obligado a divorciarse. ¿Es cierto?
—Sí, lamento no haberte mantenido al tanto, cariño, pero nuestro matrimonio hace mucho estaba roto.
—También dijo que la dejaste por tu nueva amante… por Serra.
—Es cierto, solo que Serra no es mi amante, nunca la quise con tal fin, es mi mujer, Giuliana. Bianca y yo hemos hecho cosas muy malas en toda nuestra relación, la principal fue fingir que éramos una familia únicamente por las apariencias. Tú sabías la verdad, nunca fuiste ajena a la realidad de que no éramos marido y mujer.
—Sí, papá, no era secreto que su matrimonio era fachada.
—Estarás de acuerdo en que esto es lo mejor, te considero lo suficientemente madura para entenderlo —ella asiente—. ¿Entonces cuál es la preocupación y la molestia que veo en tus ojos, Giuliana?
—Es por Serra, mamá me dijo la clase de mujer que es… ¿Sabías que se acuesta con Carlo? Está enamorada de él, siguen juntos, por eso él fue a salvarla sin pensarlo en el incendio ¡Por ella, él salió herido! —percibo la rabia en su voz—. No quiero que tú también salgas lastimado, papá; ella no es mujer para ti.
—Me parece estar escuchando a la bruja de tu madre, Giuliana. Todo lo que me has dicho son palabras de ella. Entiendo que te sientas afectada por lo ocurrido con ese muchacho —desvía la mirada, sé que le gusta el fantoche—, y estoy seguro de que Bianca lo entiende también y por ello te manipula. Nunca te mentiría hija, eres lo más importante en mi vida, créeme, Serra no está con Carlo, y ni él, ni tu madre, son tan inocentes o víctimas como crees
La seriedad en mis palabras hace que ella asienta y luego me abrace. No pienso decirle lo que fueron capaz de hacer, o la posible relación entre ellos; le partiría el corazón. Bianca sigue siendo un problema, uno que quería hoy mismo sacar de mi casa, pero los últimos acontecimientos me obligan a convivir con ella, sigue siendo la madre de mi hija, otro cadáver relacionado con los Carosi y sería imposible escapar ilesos de la policía. Respecto a Carlo, ya veré cómo sacarlo del medio sin que afecte a Giuliana.
—Te amo mucho —reitero besando su frente—. Eres lo más hermoso que tengo. Lamento todo el dolor que esta decisión cause en ti, mi niña.
—Entiendo, papá; aunque es difícil, es lo mejor. Prometo aceptar todos los cambios. Yo también te amo mucho.
Por un momento siento paz mientras abrazo a mi hija, y charlo con ella. Aunque su semblante y su voz siguen un poco apagados no se limita a llenarme de historias sobre el colegio y sus amistades. Logra que sonría varias veces con esa forma fresca que tiene para gesticular. El momento es interrumpido por el sonido de mi móvil. Es Mikael, tomo la llamada.
—Ya tengo el cuerpo. Adler está fuera de sí, no desea que se le haga un velorio. El entierro comienza en dos horas.
—¿Qué hay de Meyer?
—No se opuso, en estos momentos tiene menos voluntad que de costumbre.
—Entiendo. Dentro de unos minutos salgo para allá.
Me disculpo con Giuliana. Cuando estoy solo preparo mis armas. Estamos en guerra aunque los hechos demuestren lo contrario.°°°°
Gracias por leer ♥️♥️♥️
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Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).
Teen FictionAngelo Carosi regresa a Verona después de doce años para reclamar lo que le pertenece. Está dispuesto a llevar su apellido a la cima de vinicultura, creando el mejor vino de Italia. No le importa a quién deberá aplastar, sea enemigo o su propia fami...