Capítulo 51: Serenidad.

60 13 4
                                    

Capítulo 51: Serenidad.
Angelo.

La reunión en casa de los Herzog transcurre en total tranquilidad. Los presentes beben, hablan de negocios o murmuran sobre lo ocurrido. Yo no puedo sacar su imagen de mi mente. Parecía dormida, la expresión en su rostro era de serenidad pura. Le colocaron una peluca y la maquillaron como ella solía hacerlo, los labios rojos resaltaban la tez pálida. El vestido negro de mangas largas escondió las manos cocidas a las muñecas, no llevaba el anillo de matrimonio. Cuando cerraron el ataúd fue el despertar a la realidad; Adalia está muerta y fue ella quien me traicionó. Miembros del clan estuvieron en desacuerdo por el entierro tan digno. De haber seguido las reglas su cadáver hubiera sido mutilado hasta quedarse en los huesos ante los ojos de sus familiares. Nunca podría hacerle eso a Adler, o a Meyer.
En momentos como estos el estatus se olvida, son las emociones las que reinan. A Adler lo domina el odio, es una bomba de tiempo a punto de estallar, no ha querido hablar o dejar de beber. Meyer sufre en silencio ante la mirada cruda de su padre y hermano. En mi caso es la incredulidad la que reina, por más que quiero convencerme de que obtuvo su merecido, no dejo de verla como víctima, pero ¿de quién?
Meyer se acerca, enciende un cigarrillo y me ofrece fuego. Lo acompaño, doy varias caladas hasta que habla.
—Era la mujer perfecta, hermosa, con carácter fuerte, capaz de cualquier cosa. Siempre la amé, y juro que acabaré con el culpable de su muerte —saca el anillo de su bolsillo—. Me las va a pagar.
El odio le hace temblar la voz. Comprendo la impotencia, asiento y sigo fumando. Adler nos observa desde lejos, estrella el vaso contra la mesa, el estruendo atrae la atención de los presentes.
—¡A mi hermana le dispararon por la espalda, le dieron tres tiros a quema ropa! —grita—. Se llenan la boca de mierda al decir que confió en las ratas, que la traidora fue la traicionada, pero tanto ustedes como yo sabemos que la rata sigue aquí dentro —sus ojos hacen un recorrido por todos los presentes hasta llegar a mí—. Tengan cuidado a quién dan la espalda.
Se va tambaleándose, Moritz lo sigue a pesar de que no están en los mejores términos.
—También deberías marcharte —aconseja Meyer—. Tienes una familia que cuidar y problemas por resolver. No te preocupes, yo me haré cargo de lo que haga falta en el foso, ayudará a despejar mi mente.
Tiro la colilla por la ventana. Me alejo de él, sigue observando el anillo. Es verídico, la ruina de los mafiosos siempre ha sido una mujer. Pienso en Serra, en el cúmulo de problemas que le he ocasionado; en su estado actual, en la conversación pendiente, en esa promesa, por más que la posponga no significa que se esfume. Ahora mismo deberíamos estar juntos, pero siempre algo me arrastra a este bajo mundo lleno de sombras y sangre, me aleja de la villa, de los Carosi, del vino, de ella; como si esta fuera mi verdadera identidad como si no quedara más en la vida que hacer el trabajo sucio de alguien más.
Las primeras luces del alba me toman cuando llego a la villa. Estoy agotado, lo siento en mis ojos, en el andar por inercia que me hace arribar a la casa de los Vitale. La puerta yace sin seguro, el recibidor está iluminado tenuemente. Un aroma a café y panecillos es perceptible. Subo las escaleras hasta su cuarto. Entro con cautela, se encuentra dormida, serena, la respiración pausada apenas es perceptible. El recuerdo de Adalia en el ataúd araña mi mente, la posibilidad de que Serra termine así me remueve el estómago; alborota el temor, la certeza de que tal vez no pueda protegerla. Salgo de la habitación a paso rápido bajo la tortura de pensamientos invasivos, voy directo al despacho donde no dudo en ingerir más licor.
Concentro la mente en le trabajo, cada día estoy más cerca de ese sueño por el que regresé, por el que sobreviví doce años y no me olvidé de quién era. El lanzamiento se hará en nuestras cavas. Las invitaciones han sido aceptadas en su mayoría por personas influyentes, comerciantes de grandes empresas y negocios gourmet. Será un éxito, lo sé, porque lleva el sudor de dos Vitale y la magia de los Carosi; para eso nacimos, el destino juntó nuestros apellidos para crear grandeza deleitando paladares. La vida que me impusieron no puede llevarse mi legado al infierno, no voy a permitirlo.
Mi móvil suena, es un mensaje de Adler:
"Me alejaré por un tiempo. Volveré cuando tenga la cabeza de la escoria de Mariano."
No puedo detenerlo, tampoco quiero, ya que si alguien arrebatara lo que más amo en la vida movería cielo y tierra por hacer pagar al culpable. Nos dividieron, los pilares que sostenían el Foso en estos momentos son manchas difusas. Este era uno de los objetivos de los Cappola, debilitarnos. Todo el peso recae en mis hombros. Paseo mi lengua por los colmillos, hace mucho no sentía este nivel de estrés, la necesidad de saciar uno de mis instintos primarios. Vuelvo a beber, sigo con el papeleo hasta el mediodía, salgo de mi despacho.
Al llegar a la cocina encuentro a Luca observando desde la puerta. Su semblante serio, la mirada con un brillo filoso. No nota cuánto me acerco, su atención está perdida en las despampanantes nalgas a la cocinera mientras bate algo. Hace ese gesto con la garganta cuando se tiene sed, solo que él no debe imaginarse bebiendo de un simple vaso con agua.
—Apestas a adolescente hormonal —critico pasando por su lado.
—Y tú a alcohol —disimula el sobresalto y me sigue.
—Buenas tardes, señor Angelo, señor Luca.
Saluda ella recién enterada de nuestra presencia. La sonrisa amplia es como una luz hipnótica para mi hermano, quien intenta disimular lo mucho que le cuesta no mirarle el escote mientras esta sigue batiendo.
—¿Desean algo de tomar?
—Sí, una limonada bien fría para Luca, necesita refrescar —ella asiente, él me mira mal—. También quería pedir tu opinión. Voy a reconstruir la caseta de Serra, llenarla de materiales y lienzos; pero no sé si este sea el momento adecuado.
—Entiendo, señor; ella está pasando por un gran duelo. Perdió a su abuelo, el trabajo de años, además de los cuadros de su madre. No quiere volver a pintar, pero si usted le da la oportunidad sé que aceptaría. ¿Quién se resistiría a cumplir su sueño?
—Le daré más que una oportunidad.
—Pues ponga en marcha el proyecto —sirve limonada a Luca—. Será una linda sorpresa para ella.
—Eso haré, gracias. Si me disculpan, tengo que marcharme.
Antes de salir noto cómo él atrapa su muñeca y la acerca a su lado. Ese es el problema con los Carosi, cuando nos gusta algo somos criaturas impulsivas, no medimos fuerza, o consecuencias. Espero que Luca tenga la madurez suficiente para llevar tal situación. Él tiene novia, una muchacha de buena cuna y familia muy influyente en el mundo gourmet italiano. Su padre es uno de los principales compradores de nuestras bodegas. Una alianza que sin dudas favorecería a los Carosi al máximo; en realidad poco me importa en las piernas de quién se mete; si quiere a Marie, no me opondría, a pesar de su procedencia humilde. El problema; él ama las apariencias, pero nunca ha mirado a Joanne como a la cocinera. Detestaría que hiciera una tontería solo por mantener el nombre de los Carosi en alto. Ya hemos sacrificado bastante por esta familia.
Subo las escaleras hasta la segunda planta. Los retratos de mis antepasados cuelgan en la pared; faltamos nosotros. Después de mi partida, el abuelo consideró que ningún otro Carosi era digno de ser pintado. Eso cambiará en pocas semanas, también estoy pensando en hacer un espacio para Giorgio Vitale. La puerta de la habitación de Bianca se abre, veo a la sirvienta sacando par de maletas. Luego sale ella, sin dudas está preparada para viajar. Nunca deja de ser un maldito dolor de cabeza. Me aproximo, nuestras miradas se cruzan. Alza el mentón con gesto desafiante.
—Déjanos solos —exijo a la muchacha. Bianca rueda los ojos—. ¿Dónde crees que vas?
—Me largo de tu vida, te doy lo que querías.
—Por más que deseo no verte la cara, ahora no es el mejor momento.
—¿Y cuál será el momento? ¿Cuándo tengas otra oportunidad para quemarme viva?
Susurra las últimas palabras acercándose más a mí. La rabia se desliza en su voz mientras aprieta los dientes.
—Es lo que mereces. Por tu culpa Serra está herida y Giorgio muerto. No irás a ningún lado. Es eso, o le muestro a la policía que el incendio no fue tan "accidental" como se les hizo creer.
—¡Eres una escoria, Angelo!. Juro que no te entiendo.
—No tienes porqué; estoy evitando que causes más daño. Vuelve a tu habitación.
—Con una condición.
—¿Te consideras en el derecho de pedir algo, Bianca?
—Es por Giuliana. Deja que Carlo regrese a trabajar. Ella quiere verlo, son buenos amigos.
—¿Es por mi hija? ¿O para que tengas con quien revolcarte?
Su mirada denota asombro, pensaba que nadie se daría cuenta de su aventura con el fantoche. La desprecio, nunca imaginé cuán bajo podría caer esta mujer; sabiendo los sentimientos de su propia hija, no reparó en acostarse con él. Tendría que pegarle un tiro a los dos, aunque Giuliana nunca me lo perdone. Mi lengua se pasea por uno de mis colmillos. Sí, después de la inauguración, los desapareceré a ambos. Me la deben; por ahora dejaré que se piensen a salvo.
—¿Celoso? —sonríe—. ¿Te molesta saber que un joven me caliente la cama? —aproxima el rostro a centímetros del mío, fija la vista en mis labios—. Si sirve de consuelo, el único que en verdad quiero que me coja eres tú.
—Ni es tus más delirantes, sueños, Bianca.
Una tos a nuestras espaldas nos hace que giremos. Anna Vitale está a pocos pasos. Su semblante pálido sin expresión aparente repara en nuestra cercanía.
—Disculpen la interrupción; pero el taxi de la señora espera.
—Otro día será —sonríe—, mi exesposo exige que me quede —pone la mano en mi pecho, se la retiro de inmediato—. ¿Quién sabe? Tal vez pronto tengamos otra boda.
Ella entra a su cuarto con andar triunfante. Suelto un suspiro impotente, mi sangre hierve por tener que aguantarle el juego; y lo peor es la mirada cargada de desconfianza que me brinda Ana. Camino hacia ella, endereza la espalda, su seriedad se descompone en una mueca.
—¿Cómo está Serra?
—Con la esperanza de que cada vez que su puerta se abra sea usted quien entre.
—Anoche estuve ocupado... no pude ir.
—Sí. Ya sé que es usted un hombre con muchos deberes, señor Angelo —mira las maletas en el suelo.
—Entre Bianca y yo no hay nada, Anna.
—Esa mujer es la causante del estado de mi nieta, del descenso de mi esposo —sus ojos se cristalizan—. ¿Y usted que profesa amar a Serra no es capaz de echarla de la villa? No tendremos paz mientras esa víbora esté por aquí.
—Sabes que Bianca es el menor de los problemas que me persiguen, Anna —ella asiente, está al tanto de la verdad, de lo sucedido hace doce años—. No quiero causarle sufrimiento a Giuliana.
—Entiendo, vi a mi nieta sufrir por la muerte de sus padres. Estoy totalmente de acuerdo, proteges a tu hija, y espero que entiendas que yo también quiero proteger lo mío. He decidido marcharnos después del lanzamiento del vino.
—¿Qué dices, Anna?
Mi pecho se acelera, como si un avispero se apoderara de cada latido. Su sonrisa es falsa, cargada de satisfacción. Trae el coraje a flor de piel. El rencor se esparce en cada una de sus palabras.
—Me la voy a llevar lejos de ti y este mundo en el que nació presa.
—Giorgio nunca aprobaría algo así. Son Vitale, ¡los Vitale y los Carosi permanecen juntos!.
—¡Yo no soy una Vitale, y hace mucho dejé de creerte un dios!.
Ambos estamos exaltados. Las manos me cosquillean, el instinto hace que vuelva a pasar la lengua por mis colmillos. Ella no flaquea, se mantiene firme; me sorprende. Nunca imaginé tener a Anna en mi contra; siempre nos idolatró; ahora muestra ese carácter fuerte, capaz de llevar el funcionamiento de esta villa sin que nadie replique. Es una mujer digna de respeto, no teme, tiene esa esencia salvaje, la misma de Serra. Le debo mucho, pero en este preciso momento mis instintos gritan deshacerme de ella.
—La decisión tiene que ser también de ella, no es una niña a la que puedes manipular —hablo más bajo intentando calmarme.
—¿Y tú sí? Ella va a decidir y va a escoger bien; porque después de que cumplas la promesa que hiciste a Giorgio dudo que quede algo de amor en el corazón de Serra —doy un paso atrás, los dedos me cosquillean—. Con su permiso, debo despedir el taxi, y pedir que entren las maletas de la señora.
Echa a andar dejando mi cabeza cargada de inseguridades e instintos deplorables.
—¿Y si lo hace? ¿Si me elige? —cuestiono; ella se detiene, gira su rostro.
—Entonces lo aceptaré y la cuidaré aquí. Es lo único que me queda, Angelo, y le dedicaré la vida.
Es demasiado, estoy sudando, la ropa me estorba. El pecho no para de dar latigazos nublando mi razón. Tengo que salir de aquí, o terminaré haciendo una locura. No puedo derramar más sangre en estas tierras.

Gracias por leer ♥️♥️♥️

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora