Capítulo 22: Máscaras deshechas.

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Serra.

Me remuevo entre las sábanas, mis párpados pesan y la claridad que golpea contra ellos es tortuosa. Abro los ojos, por instantes no reconozco el lugar donde estoy. Las sienes me palpitan como si estuvieran martillando en ellas. El mundo se mueve lento a mi alrededor mientras mi mente recrea los recuerdos de todo lo sucedido ayer «¡Por los dioses!», el corazón se estremece ante el miedo y la vergüenza que arremeten imágenes de lo que hice, «de lo que hicimos» Paso las manos por mi rostro, suspiro y miro debajo de la suave tela que me cubre para encontrar, como temía, mi desnudez.

¡Angelo Carosi me dio el mejor orgasmo de mi vida! Fue un arrebato de mis ganas, me dejé llevar por lo que me provoca «Creo que forcé las cosas al prenderme de su... ¡Dios! Ese hombre no decepciona en ningún ámbito de su magnitud» De solo evocarlo, la sed vuelve a atacar. Quisiera arrepentirme, pero es imposible cuando él dejó mi placer jadeante grabado en el firmamento.

Salgo de la cama dispuesta a tomar una ducha. Al pasar frente al espejo quedo atónita con la revelación del reflejo. Marcas rojizas se extienden en los pechos y la cara interna de mis muslos, también restos de lo que parecen ser mordidas. Sonrío, ¿qué más puedo hacer?, si la situación es una completa mierda teniendo en cuenta que el hombre que me hace vibrar es casado, con una hija y además mi patrón.

Dejo que le agua fría se lleve su olor, pero la sensación electrizante de sus besos no se remueve de la piel. Todo de él prevalece en mí, quiera o no, sacar ese falso dios de mi mente y deseos se convertirá en el peor de los calvarios. Me coloco el albornoz reprochando el no estar preparada para enfrentarlo.
Vuelvo a la habitación y el sobresalto me aqueja cuando veo a Adler sostener el vestido rasgado que yacía en el suelo. Lo observa haciendo una ligera mueca de perplejidad.

-Esto quedó arruinado, cariño, ya me queda claro que tiene afición por destrozar cosas -suelta la prenda con desdén y se gira hacia mí-. Buenas tardes, me tomé la molestia de traerte el almuerzo; temía que murieras deshidratada.

Queda expectante; me cuesta responder a todo lo que ha dicho. No sé que es peor, que tenga tan claro lo que ocurrió con Angelo, que ya sea de tarde, o que me le insinuara.

-Lo siento, dormí demasiado -musito yendo hacia el balcón.
La mesa se encuentra servida, no hay restos de los destrozos que el Carosi hizo, a no ser mis propios vestigios al evocar que allí bebió de mí.

-Tranquila, imagino que necesitabas un descanso reparador -acomoda la silla para que tome asiento.

-Sí... quería disculparme por lo de anoche.

-¿Cómo pretendes que perdone que te atraiga? Soy maravilloso, es obvio que ibas a caer ante mí -me rio de sus ocurrencias y comienzo a comer-. Me alegra que te cause gracia, porque Angelo no le encontró el chiste. Sinceramente, nunca lo había visto así por ninguna mujer.

Lo observo incrédula, por la forma en la que se expresa de él parecen ser buenos amigos.

-¿Hace cuánto lo conoces?

-Doce largos años -suspira.

-Eso es mucho tiempo, ¿siempre fue el mismo amargado?

-Digamos que su carácter ha evolucionado, como el de todos. Pero ya sabes lo que dicen: la verdadera esencia no se pierde por mucho que se manche o por las máscaras que se usen.

¿Manchas? Me resulta incierto, Angelo es un ser que irradia luminiscencia divina con solo andar. No puedo imaginarlo haciendo algo que opaque lo que en realidad es. Un Carosi nunca ensombrecería su legado. Aunque a veces me pregunto, si lo que él muestra ante todos es su realidad.

-¿Qué tipo de máscaras?

Adler desvía la mirada como si esa pregunta estuviera cargada de espinas; reacción que me provoca más curiosidad.

Atada a tu legado. (Cadenas de sangre y vino).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora