Dune (30)

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Cuando abrió los ojos y lo recibió una penumbra espesa, la primera duda que corrió por su mente fue si el cáncer se había ido. Pero se permitió saborear la saliva y se dio cuenta de que estaba amarga. Le ardía la lengua como cuando la última quimioterapia y sentía que en lugar de huesos tenía una especie de circuito de cuerdas. No pudo levantar la mano derecha y solo entonces escuchó un leve ruido. 

—No sería muy prudente que te muevas —masculló una voz femenina a su lado. 

La sombra surgió del alero de la ventana, alargada y esbelta al mismo tiempo. Duncan distinguió, aún en ese sopor de la enfermedad, el aroma de Poppy. Todos los recuerdos del cementerio volvieron a su mente cual torrente sanguíneo, como si de pronto se hubieran separado. 

La luz de la lámpara en el buró fue encendida y el rostro, enmarcado por una melena rojiza y alborotada, estaba empapado de energía. Aunque la reconoció muy bien, Dune se percató de que el recuerdo de la verdadera Poppy también había traído consigo un miedo vertigioso. 

Estaba tendido en la cama y sin posibilidades de huir de él...

—Pensaba dejar que te salieras con la tuya —murmuró—, verás, tu padre se merecía desaparecer de la faz de la tierra, pero ahora que lo pienso, alguien tiene que dar cuentas en en este plano. 

Su sonrisa, aunque hermosa, daba a pensar que nunca en su vida la habían amado. Dune no estaba seguro de que en algún momento sus sentimientos por ella llegaran a evolucionar, pero de lo que sí era consciente, era de sí mismo, del error que había cometido subestimando sus capacidades... y su corazón. 

Como le fue posible, se tragó su ácida saliva y tiró de su propio cuerpo, laxo y pesado, hacia arriba, para sentarse sobre la cama. Las cortinas seguían siendo las mismas en su habitación, pero el viento las batía al adentrarse con un soplido lento, sibilante, que no le heló la piel como lo hubiera hecho en otras circunstancias. 

Le quedaban muy pocos momentos de vida. 

Y solo ella podía salvarlo...

Apretó los ojos, evocando lo que le hubiera dicho si acaso su padre estuviera vivo y no hubiera intentado matarla de nuevo. La carga generacional sería una tormenta por el resto de sus días, pero no quería morir, no así, con esos pecados en su mente y corazón. 

Poppy se sentó a su lado, mirándolo no con desprecio, sino con algo que le atravesó la carne como el aire no pudo. 

—Dame una razón para desprenderte de esto. 

—Me casaré contigo —dijo, en un susurro—. Serás la duquesa, como lo hubiera sido tu madre. 

No quería levantar la mirada. En realidad, sabía que para Poppy aquel título y las riquezas no significaban nada absolutamente. Tendría que ofrecerle otra cosa, algo que la hiciera, por encima de todo, feliz. Lo que veía no era más que la consecuencia de las decisiones de su familia. 

Familia a la que ella también pertenece. 

—Una boda incestuosa. 

—Nadie lo sabe. 

—Mi padre se merece más que eso.

—Poppy, ni siquiera lo conociste. 

Había intentado sonreír. La ironía no pasó desapercibida para ella, así que miró al techo, concentrada en sus cavilaciones. De un momento a otro lo miró, como si Poppy tuviera en sus manos su alma, la llave de sus secretos. Dune soltó aire, riéndose de sí mismo. 

—Te voy a dar a escoger —suspiró. 

Parecía fatigada, pero no lo demostró más que de esa manera. 

Nunca había visto que tenía la piel cremosa y vibrante, y las ganas de tocarla lo tentaron. 

—Podríamos quedarnos aquí, juntos. 

—Para eso primero tendrías que sobrevivir. 

Con esfuerzo, consiguió sujetar su mano. Le temblaban los dedos y apenas podía sostener su mirada. Poppy pestañeó, la mirada aguda clavada sobre él, una sombra mecánica que no se asemejaba a la chica dulce que antes hubiera conocido. 

—Poppy...

—Puedo hacerlo —dijo y se levantó—. Puedo hacer una de esas cosas que se hacen con sangre de virgen para darte más vida... Eres muy joven y también la única familia que tengo.

Volvió el rostro, mirando por encima del hombro. Su cara tenía un aspecto diferente desde el alféizar, donde yacía de pie, con el largo vestido arrastrando hasta la alfombra. 

—Lo sé. 

—Podría darte de mi sangre para romper la maldición —prosiguió—. Yo perdería los poderes de mis ancestros, incluso podría irme a ese lugar donde no descansan las almas. Y si la vida es buena, el sacrificio únicamente me dejaría estéril. 

Por un momento, se dijo que no valía la pena. 

Sus días estaban contados. 

Poppy aguardaba sin apartar la mirada de su rostro. Finalmente, sintió el miedo reptar por su cuerpo y dijo—: Te haré feliz. Te daré el mundo. 

Estiró una mano tembleque. Poppy la miró también. 

Al elevar los ojos, el miedo se convirtió en terror. 


Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora