Charlie (12)

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Un músculo se tensó en su cuello cuando la imprecación llegó hasta él. De espaldas junto a la chimenea, Charlie Mornay se frotó la parte del esternoclendo que le estaba punzando con tanto ahínco como si, de la nada, tuviera vida propia y muy ajena al resto de su cuerpo. Irritado, se hizo a un lado la solapa del saco americano y se la colocó en la cadera a la altura del cinturón. Luego cerró los ojos y, armado de valor y paciencia, se giró lentamente en los talones.

Alex lo miraba desde el otro lado de la estancia, circunspecto y al mismo tiempo airado.

—No me mires como si fuera mi responsabilidad directa —refunfuñó su amigo, que levantó las manos para liberarse de la culpa.

—Tenemos que decírselo a Nazareth —le espetó en una frase que, además de mucho veneno, contenía frustración y fatiga.

—Opino igual —suspiró Alexander—, pero se lo decimos cuando estemos en el avión, rumbo a Dunross. Quedé con Sylas para vernos allá.

Con una mueca de altanería, Charlie enarcó una ceja.

—No voy a dejar entrar a un... demonio de ese calibre en mi propiedad —dijo, resuelto y a la defensiva.

—Y de pronto te han surgido los celos —se mofó Alex, que cruzó una pierna encima de la otra.

Charlie rodó los ojos al cielo y echó la cabeza atrás. Minutos antes, habían terminado la cena y, acompañada por Poppy, Naza se había retirado a su despacho para intentar responder cartas que la alentaban luego del deceso del doctor Kramer... A quien, por si fuera poco, no quería recordar ni mucho menos, ya que, sus planes a corto plazo, se verían entorpecidos por la empresa que ahora se verían obligados a llevar a cabo.

Durante ese tiempo, Charlie no había querido presionar las cosas ni forzarlas. Quería ayudar a Poppy y resolver el caso del diccionario, pero a medida que los días pasaban, el momento de pedirle a Naza que se quedara con él en Escocia se le antojaba más utópico y, desgraciadamente, imposible. Con una contención frustrante, resopló todo el aire de los pulmones y fue a sentarse en el sillón frente a frente con Alex Ambrose, quien le acababa de contar la buena nueva acerca del... amiguito de Nazareth.

—Entonces... —dijo por lo bajo.

Alex entendió tanto el tono de su voz como su desalentado semblante.

—Al parecer —musitó rápidamente—, cuando un sujeto con alma fría comete suicidio, el envase queda libre para que un demonio mensajero lo ocupe. En el caso de nuestro amigo, su envase era tan importante que lo ocupó este ser de alta jerarquía.

—Imagino que no sabes su nombre.

—No hay nada que un demonio cele tanto como su nombre infernal.

—Pero tampoco quiere intervenir en nuestros asuntos.

Alex negó con la cabeza y, en tono alicaído, dijo—: Está muy interesado en que llegar a ver el lugar en el que cree que Alistair Swift murió realmente. Creo que Winndoost es lugar de reunión para los demonios por tanta sangre inocente derramada.

Con gesto aprensivo, Charlie entornó la mirada en dirección contraria del ahora ángel.

No paraba de sentirse extraño e incorrecto caminando al lado de él, pero, aunque quisiera acostumbrarse a ese estado suyo de etéreo caminar, siempre se mantenía consciente de que se iría al terminar el encargo. A menos de que lo dejaran quedarse como un embajador que, a ciencia cierta, no tenía más tarea que observar a quien le dijeran que observara.

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora