Mojado de sangre (34)

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Duncan Swift colgó de la ventana por algunos quince segundos. No había seña alguna de la brujita y Sylas se acuclilló mientras entornaba los ojos, deseoso de encontrar en la oscuridad de aquella habitación la imagen esperada, o más bien la imagen tórridamente inesperada de Poppy Adie. 

Poppy, que no volvería a ser Swift. 

Echando un vistazo alrededor, se percató del silencio que por primera vez en siglos gobernaba sobre el terreno. Sin embargo, el olor, se parecía a un nuevo holocausto, menos poderoso, pero era el mismo aroma penetrante. Su cuerpo moribundo se estremeció como si tuviera una somera oportunidad de sentir otra vez. Sentir con emociones humanas, por muy reduntantes que estas se hubieran tornado con el paso de los años. 

Serena vino a sentarse en el pasto mojado de sangre. 

—Vaya espectáculo —dijo. 

Sylas habría preferido gruñirle pero se limitó a mirar en la misma dirección, consciente de que, a la caída del último Switf legalmente registrado, su trabajo terminaría para siempre. 

No le quedaban ganas de continuar, de cualquier manera. Su mente consciente deambulaba entre la tentación de poseer a la humana que le había devuelto, hasta cierto grado, la vida, y la otra en esa oscuridad densa y nauseabunda en la que se había convertido su verdadero ser. 

—Estás muy amistosa con el cazador. 

Serena no hizo ninguna mueca. 

—No es amistad, sino cacofonía. Eco se proyecta en lo que yo emano, supongo. 

—Entonces sí siente miedo. 

—Sí, por muy sangriento que sea su pasado y muy oscuro su linaje... Y tiene una especie de fijación con la bruja. Es como si quisiera, constantemente, protegerla de las cosas que los demás dicen. Ah, todos se preocupan por ella, pero Eco es distinto, no disimula. 

—La vio desnuda una vez. Las brujas hechizan a la gente, se te ha olvidado esa parte. 

Con las cejas parcialmente curvadas, Serena lo miraba atenta, curiosa y la pregunta surgía sola a través de sus ojos. La vio apretar las mandíbulas al tiempo que de su expresión brotaba el miedo que todos los entes sobre la tierra sentían hacia él. 

Pese a que fuera un mito, los embajadores en el planeta no dejaban de preguntarse bajo cuáles circunstancias los congratularía con su presencia y, no obstante, las situaciones nunca les daban la oportunidad de enfrentarlo a cuestiones. 

—Si quieres saberlo, los Argyle tenían que ser exterminados. La maldición de la madre de Poppy la incluía a ella, eso significa maldecir un linaje. 

—Lo hizo en extremas...

—El diablo no entiende de depresión, solo de venas cortadas, un corazón que deja de latir y... 

Duncan se soltó del alero en la cornisa y el cuerpo emitió un golpe sordo sobre el suelo de concreto. Alguien se había levantado en el interior del comedor, observó por los cristales. La gente se movilizó y Sylas sintió que una tarea más estaba completa, así que se irguió cual estandarte del infierno. Serena lo imitió y de un instante a otro desapareció del terreno. 

A solas, caminó rumbo al que no había podido ser duque, se sentó sobre los talones y examinó el resultado. Aun así, se inclinó para arrancarle una daga oscura que, embadurnada de sangre, todavía sostenía en la mano izquierda. 

—No podías irte con la frente en alto —exclamó. 

El cuerpo convulso del hombre se estremeció. Los ojos de Dune lo miraron. 

—E-Ellaa... 

—Ya lo sé, pero el deseo sexual y lo prohibido no son amor incondicional. Deberías saberlo. —Quería que le divirtiera el dolor aparente en el hombre pero apenas parecía ser humano—. Tendrían que haber aprendido algo después de intentar quemarlas. 

Duncan Swift dejó de convulsionar. No cerró los ojos al morir y Sylas se imaginó cómo los restos de su existencia se escurrían entre la sangre encharcada del ducado. 

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora