Charlie (5)

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—Esta situación de desconfianza a mi alrededor se está tornando ridícula.

Nazareth abrió la puerta del despacho y entró sin detenerse a mirar si él iba o no a pararla. Afortunadamente todavía controlaba sus reflejos primarios y detuvo a tiempo el golpe. Suspiró. Charlie cerró con seguro y siguió los pasos de la mujer, que se sentó con pesadez detrás del escritorio, se colocó las gafas y empezó a leer... In Principio.

Con paciencia, tiró de una silla de caoba y la acomodó a un metro de distancia de ella, cruzando la pierna encima de la otra. Al cabo de unos minutos, se vio obligado a hacer lo mismo con los brazos.

—No creo que sean insultos y te lo estás tomando como uno. Empiezo a dudar de lo que es ese sujeto para ti, realmente.

—Ustedes pueden creer lo que quieran.

Charlie sacudió la cabeza y entornó la mirada.

—Mírame a los ojos cuando estemos hablando. No tienes cinco años. No deberías avergonzarte por estar molesta... Al contrario. Tienes derecho a momentos de susceptibilidad...

Ella sonrió con amargura e hizo lo que le pidió, aunque se arrepintió de haberla socavado de aquella forma. Durante un mes había optado por mantener una actitud regia para con ella. Pero apenas y podía tolerar el no estar juntos las veinticuatro horas del día. Si de verdad iban a visitar Winndoost... dudaba que tuviera la fuerza para dejarla volver a Norteamérica. Se aclaró la garganta y también los pensamientos.

Nazareth era apasionada y febril en cuanto a emociones se refería, pero la muerte de su padre no la hacía objetiva y él estaba muy preocupado de que su humor tuviera tantos hoyos.

Estaba convencido de que el sexo no aliviaría nada, y en su sano juicio jamás se atrevería a llevársela a la cama de esa manera, no cuando ella se encontraba en un negacionismo inconsciente. Alex decía que para Leibniz era muy difícil chupar su energía por la temperatura de su alma. Sin embargo, cosas ridículas habían ocurrido antes, que saltaban los márgenes médiums y oscurantistas. El genio alebrestado de Naza no podía deberse a otra cosa sino al acoso pertinente del demonio.

—Le llamas momentos de susceptibilidad al dolor —masculló, con el veneno de quien tiene mucho que reclamar—. Entiendo que estés tratando de ser responsable de mi casa y de mí en general, pero lo que yo quiero, ahora mismo, no es a un administrador. Si tenemos una relación quiero que lo demuestres, no necesito sermones, necesito que me digas directamente lo que estoy haciendo mal, ¿para qué me andas con rodeos?

—¿Qué, con exactitud, quieres oír de mí?

Los ojos de Naza ardían de rabia.

Se levantó, y dijo con firmeza—: Revisar el testamento de mi padre es innecesario.

—¿De verdad?

—No estoy de humor para que uses ese tono de superioridad conmigo... Te lo advierto.

Con un ademán sin afecto, Charlie se deshizo del botón superior de su abrigo y se levantó, al tiempo que se ponía las manos en la cadera. Agachó brevemente la cabeza, y suspiró.

Al cabo, dijo—: Yo tampoco estoy de humor para que desconfíes de mi juicio justo ahora. Lo que trato de hacer es protegerte. No quiero que salgas lastimada ni mucho menos que te veas involucrada en más aspectos de la horrible historia detrás de nuestras familias. —Él dio un paso más cera y Nazareth se cruzó de brazos, compungida pero sin cambiar de expresión—. Cuando lea el mensaje que me dejó tu padre sabré si todo está bien o no.

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora