Seol (27)

200 45 6
                                    




—Mmm... —gruñó Sylas contra el aire que le azotó la cara— el olor del pecado...

Un ramalazo de viento sacudió las plantas detrás de las cuales estaba agazapado; en círculos, una hoja descendió desde uno de los árboles y, posteriormente, se posó en el pasto, ya húmedo por la brisa que llevaba horas cayendo a su alrededor. Un aroma dulzón lo invitó a elevar el mentón y cerrar los ojos. 

Alex apareció a su lado como quien ha visto el infierno en carne propia. 

Bueno, en espíritu. 

—Ni te atrevas a decirlo —refunfuñó el ángel; había sacudido la cabeza como si quisiera deshacerse de algo dentro: Sylas sonrió—. Esto de que el tiempo para mí no es lineal... me resulta poco favorable si no controlo el lugar en el que entro. 

—Pues será que hay información valiosa en ese instante al que volviste —adujo, y enarcó una ceja—. No hay nada más inteligente que escuchar esa parte oculta en tu cerebro. Puede que ya no seas humano, pero estás en la Tierra... Aún. 

Escucharon el bramido del cielo y vieron cómo una nube dejaba caer, con profundo estrépito, su agua encima del cementerio abandonado.  Dentro de unos segundos, para no postergarlo, tendrían que intervenir a como diera lugar; ya no importaban los planes de Poppy, si se ponía a pensar mejor, tampoco creía que hubiera mucho qué hacer por los Swift. 

—Vamos —dijo. 

Alex se lo pensó un momento, pero acabó siguiendo sus pasos. Entre las lápidas, como había pensado antes, se percibía el olor no de un muerto viviente, sino de los vivos que están próximos a morir; desde su renacimiento, Sylas había aprendido a reconocer cada nota arómatica, de cada persona que formaba parte de su entorno. Especialmente el de Nazareth, todos tenían algo que los diferenciaba entre sí. 

Por si fuera poco, el que emanaban las tumbas de los duques olía también a la sangre de sus víctimas. Calculó que en el sepulcro principal, una capilla tétrica de estilo isabelino igual que el castillo, debía de haber por lo menos un centenar de almas en pena, atraídas por la justicia que clamaban sin proponérselo. 

El infierno y el cielo habían acudico al llamado. 

Sylas reconoció también el hedor de la ira que brotaba de alguna parte; supuso que Poppy, incapaz de separar el dolor por la pérdida de sus padres, y el de su amor frustrado por un pariente consanguíneo, había dado rienda suelta a todo el poder que, por lo regular, las médiums llevaban dentro. 

Se estremeció al imaginar que las puertas del Seol se abrieran cuando no lograra recoger las almas sin peso; los duques no merecían ningún tipo de misericordia, así que su tarea autoimpuesta, era la de arrastrarlos a lo más hondo del averno. No se lo había dicho a Alex todavía y, sin embargo, los entes que no podían entrar en la propiedad debido al maleficio arrojado, esperaban detrás del bosque. 

Si Poppy quitaba la maldición de los Swift, acostándose con su primo, aquella pauta también determinaría una batalla poco deseada. Por su lado, no tenía ganas de enfrentarse a Alex ni interponerse en su camino cuando intentara que Poppy no rompiera las reglas. Es decir, seguramente ya sabía quién había escrito las cartas de las mujeres impías. El trago debía de haber sido amargo. 

Otro estertor irrumpió en el silencio; Sylas vio que un río de sangre surgía desde la entrada del laberinto; la inclinación del terreno impedía que se detuviera y tampoco parecía tener final. Algunos segundos después, un hombre con la capucha echada atrás atravesó el arco de piedra. Se sujetaba el rostro como si quisiera contenerlo. 

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora