Charlie (40)

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Aunque no pensaba decirlo en voz alta, Charles Mornay tenía la sospecha de que Poppy no iba a explicarle lo ocurrido. Su cara estaba envuelta en expresiones siniestras y lejanas a la dulzura de su personalidad previa. O quizá era que, de nuevo, había cometido el error de subestimar a una persona con toda la oscuridad de su interior. 

Tras mirarla tendidamente, agachó la cabeza, los brazos apoyados en las piernas. 

—Podría acostumbrarme a esta vida, pero en el fondo sé que me será aburrida apenas me traigan el primer desayuno a la cama. 

Charlie no recordaba que a su madre le hubieran llevado desayunos a la cama ni siquiera siendo la señora del condado. Probablemente eso trajera de vuelta a Poppy, pero prefirió aguardar a que Eco o Nazareth volvieran de la cocina, a donde habían ido por agua y té, pensando que, tal vez, la tila le quitaría al asunto un poco de la pesadez visiblemente arraigada en la chica pelirroja del frente. 

La susodicha lo sorprendió al acuclillarse a su lado. 

—No te estoy leyendo la mente, no debes asustarte, pero quiero que sepas que eres un caballero, Charlie. Nunca nadie me había incluido en estudios ni me había citado para hablar de mi carrera mundana. —Su sonrisa daba miedo pero Charlie la conocía de toda la vida, y a su abuela, que en determinadas ocasiones significó salud para su madre. 

De ahí que la hubieran enterrado en el panteón principal de Dunrose. 

Poppy era más familia suya que de Duncan, y se lo repitió internamente para no recordar que, en alguna vida, Dune Swift había sido su amigo, el mejor, y jamás se percató de que llevaba a cuestas secretos como aquellos. 

—Soy un ingenuo, ¿verdad?

Le puso las palmas extendidas a los costados de la cabeza. Tenía el pelo húmedo todavía y, cuando le besó la frente, percibió la heladez de diez inviernos juntos. 

—Es un síntoma del vacío —susurró, de nuevo metiéndose dentro de él. 

—Por favor, deja de hacer eso. 

—Es que tu cara habla por sí sola; y te conozco de maravilla: casi podría jurar que te estás echando la culpa por cada muerto en estas tierras, como si los pecados de mi tiíto también fueran los tuyos. 

Se atrevió a elevar la mirada, como si con el gesto pudiera purgar esa sensación de estigma en los brazos. Los ojos de Poppy eran profundamente rojos, como el interior de un animal abierto por las entrañas. Trató de concentrarse unos minutos y asintió, esperando que eso también pudiera leerlo: el cansancio. 

—Lo mejor —susurró Poppy, hablándole en el idioma de lo escondido— es que le digas a la corona que soy una bastarda. Tratarán de silenciarme, pero no podrán hacerlo, así que aceptaré, como pago, que no desconozcan el ducado del todo. 

—Lo sé —dijo. 

Poppy sonrió, levemente, apenas un atisbo, antes de espetarle—: Mis padres se amaron. Y creo que, si algo no es maldito en esta vida, es el amor que te llevas a la tumba. 

La puerta se abrió de un chasquido. Nazareth regañó a la chica con la mirada y esta la siguió a la cama para recostarse de nuevo. En el umbral, Eco le lanzó una señal hacia el pasillo. Con disimulo, se irguió para ir detrás de él, las manos dentro de los bolsillos del pantalón. 

—Ella tomó una decisión, supongo —soltó el hombre. 

Charlie se limitió a mirar una enorme pintura de algún Enrique al que no recordaba de ninguna obra Shakespereana. La contempló con el ahínco de quien no ha dormido en días e intenta mantenerse despierto en un colchón mullido, de plumas. 

—Quiere que denunciemos la bastardía del ducado y que no se haga pública. —Se miraron unos segundos en silencio—. Tiene razón, si la corona recupera las tierras sacarán de la historia incluso a Alistair. Se casó oficialmente, y oficialmente la madre de Poppy fue la duquesa de Argyle, así que... El escándalo muere si Poppy no reclama. 

—Y no quiere reclamar. 

Charlie cerró los ojos, solo un instante. 

—Quiere seguir siendo Poppy Adie. 

Al pestañear, se encontró de frente con un cuadro viejo de Duncan, de niño, en medio de sus cuatro hermanas. Ninguna había heredado los rasgos habituales de los Swift, y Duncan era demasiado parecido a su madre. 

Pero la mayoría de los antepasados tenían pelo rojizo, rizado y esa expresión de quien siempre tuvo magia en los ojos. 

Igual que Poppy. 

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora