—El Eco Wallace del que me hablaron habría notado que, ese tipo de allá —Serena señaló un punto entre el gentío frente a ellos—, lleva veinte minutos siguiéndonos.
A través de sus gafas oscuras, pese a que el sol no despuntaba en las afueras del aeropuerto de Londres, Eco comprobó lo que le acababa de decir la mujer. O la niña demonio, como había empezado a llamarla. Por si fuera poco, estaba en lo correcto. El susodicho tenía un aspecto de transeúnte común y el único indicio que lo delataba se hallaba oculto entre el botón superior de su camisola, empapada por alguna extraña razón.
Con un regusto amargo en la boca, le dio un sorbo a su taza de té caliente.
—A mí no tienen por qué seguirme —señaló con aspereza.
—Si es a mí le enseñaré un par de trucos —dijo la muchacha a su lado.
A donde quiera que fuera, la niña demonio no paraba de decir cosas como aquellas. Desde que, dos semanas atrás, la hubiera acompañado a ver a su padre —en el Museo Británico—, sus días cotidianos eran una constante variable como el infierno. En otras circunstancias habría sido posible que Eco dudara de lo que había visto cuando lo guiaron a una especie de mansión en las afueras.
Vio, en persona, un culto formado por personas normales, humanos mortales como él; fue la primera vez en años que se sintió en peligro. De ese peligro del que su madre le había advertido con el tiempo y que, a medida que pasaban los años, le hacía doler el estómago.
—No hagas nada malo delante de todas estas personas —musitó.
Su tono podría haber sido suplicante, pero no era así. Le brotaba a través de la boca como algo robótico y ensayado. Y es que tenía los pensamientos embotados y aturdidos. Cada día que pasaba en compañía de Serena Shakespeare, su vida se tornaba más confusa.
—Que no me provoque entonces —susurró en defensa la muchacha.
Eco le dirigió una mirada que se convirtió en el primer desliz desde que la hubiera visto, en el culto, como realmente era: un demonio verdadero caminando sobre la tierra, un híbrido, un ente demoníaco que tenía permiso del mismísimo diablo para encargarse de ciertos asuntos en la Tierra.
—Si los ángeles pueden estar aquí, nosotros también —sonrió Serena tras explicarle qué tipo de demonio era.
—Solo he oído hablar de un demonio y la única vez que lo vi tenía forma de otra niña. Aunque era más bonita que tú.
Serena sonrió con una mueca aterradora que Eco juró no volver a provocar jamás. Si Dios se lo permitía, ese mismo año iba a retirarse a un lugar a donde no fueran proclives los engaños de ese tipo.
Todo por hacerle un favor a Charlie y a Dune.
Y ahora estaba condenado.
—Seguro los mandó tu duque —sentenció ella con una mirada sombría—. No le conviene que le digamos nada a Charlie o a tu bruja esa.
Con el ceño fruncido, Eco arrugó la frente y continuó mirando al tumulto de personas que atravesaban el andén para abordar cualquier vuelo. El tipo que los seguía abandonó el bar, casi cuando él decía—: No es mi bruja.
—Si quisieras saber tu futuro me lo preguntarías, pero si digo que es tu bruja, es porque sé cosas.
—Cosas que no me interesa saber —suspiró, ya hastiado del tono chillón en su voz—, ahora, cállate y déjame concentrarme.
—No tiene caso —Serena se rascó una uña—. Anda, pregúntame por qué digo que es tu bruja.
Eco entornó la mirada, se fijó en el auto que recogía al sujeto y luego rodó los ojos al resentir la mirada del demonio encima de él.
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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...