—Mi abuela me dijo que mi nombre, en algún país extinto, significa Edén. Me dijo que cuando sintiera miedo me llevara las puntas del cabello a la nariz para absorber su aroma. —Lo hizo, como repitiendo aquella promesa—. Y también me dijo que los hombres como tú son más espesos que la niebla de un invierno crudo, más helados que los lagos con cascos encima, más oscuros que la sombra del mismo universo.
Dune apenas pestañeó. Seguido a su discurso, intentó incorporarse y, con brazos tembleques, lo logró a medias. Su pecho ensangrentado quedó al descubierto y desde esa distancia Poppy alcanzó a distinguir perfectamente el colguije que colgaba de su cuello. No había rastro alguno del hombre arrogante en esa mirada vidriosa y sumamente dilatada.
Era como si se hubiera tragado un montón de alucinógenos que no le dejaban ver la realidad. Que Poppy estaba probándolo, hurgando en la humanidad que no quería emerger de su único pariente vivo. Duncan Swift puso los pies en la moqueta del suelo, la cabeza gacha, el pelo húmedo pegado a su frente. Los mechones en la nuca estaban largos y su semblante, al mirarlo de frente, era el de un ser que ya no se encontraba en el mundo de los vivos.
Sus primeros pasos se tornaron tan oscuros que Poppy se aturdió.
—Dame una razón para devolverte la salud.
—Podemos estar juntos —replicó Dune, otro paso más cerca—. Nada de lo que ha pasado aquí tendría que afectarnos. Seremos felices tú y yo, sin padres o sociedad que nos impidan nada.
—Pareces muy seguro de ello.
—Estoy seguro de que puedo... —hizo una mueca de dolor—. Poppy, no sé ni siquiera lo que ha ocurrido de verdad.
Se giró a mirar por la ventana, apoyando los dedos en el alféizar. Afuera había una cortina de niebla descendiendo por todos los jardines frontales. El pecho se le comprimió al comprender que Sylas había empezado a reclamar todos los sacrificios hechos en su nombre, por Occultus.
La madera de las ventanas crujió. Los brazos delgados de Dune le rodearon la cintura, y recargó el mentón en su hombro.
—Tú y yo —su voz se convirtió en una melodía— podemos hacerlo. Podemos reparar los años de separación, lo que hicieron nuestros padres.
Una vez, Poppy había leído una nota roja en la primera plana del periódico. Una muchacha había sido asesinada brutalmente, mientras que su cuerpo, profanado y masacrado, quedó ahí tendido en la mitad de un basurero. No sabían quién era el responsable, así que las autoridades peinaron todas las calles durante días. Nadie salió a dar pistas y, una tarde lluviosa, unas mujeres entraron discutiendo el tema. Una hablaba sobre el infortunio y la otra asentía a las opiniones de esta.
«La chica tenía mala fama», dijo. «La chica solía salir de noche con sus amigas, a veces se quedaba hasta el amanecer en el pub».
—Tu padre asesinó a su hermano —señaló Poppy, apretando los puños con furia—. Tu padre asesinó a mi madre cruelmente. Mis padres no cometieron ningún error... —Lo confrontó con una mirada recta, sin poder omitir la rabia en ella y la pasividad de Duncan sobre el hechizo para salvar su vida—. ¡Tú no eres el legítimo duque!
Duncan apretó los párpados y también las mandíbulas. En seguida, su piel pareció tomar color y de un momento a otro su cara cambió de semblante. Ya no se lo veía del todo moribundo, sino que su rostro tenía un aspecto demacrado, aunque no tan pálido como hacía unos minutos.
Se imaginó que era la misma rabia anidada en él. Quizá...
Todas sus suposiciones cambiaron. Una punta afilada le pincho la parte alta del abdomen, muy cerca del diafragma.
—Acuéstate en la cama —susurró su primo, el digno hijo de su padre—. Papá dijo que solo era necesario hacerlo hasta... poseerte.
Poppy torció una sonrisa.
—En otro tiempo me habría gustado edificar tu alma —dijo Poppy, triste pero feliz de ya no tener que tomar aquella decisión tan difícil—. Pero no tienes remedio.
—Acuéstate en la maldita cama, Poppy.
Las ventanas se abrieron de golpe. Él se impulsó hacia ella, y sintió el escozor de cuando la hoja se adentró en su piel, cortando tan profundo como le era posible. No se sentía como que tuviera una extensión tan amplia, pero el dolor fue igualmente sorpresivo.
Sujetándolo por los hombros, tiró de él en dirección del alféizar. Unos vidrios se rompieron al forcejear, Duncan halando sus cabellos, haciendo uso de las fuerzas que le quedaban para intentar desvirgarla. Pero Poppy, en esos momentos, estaba entera, quería deshacerse de aquel rencor, de la amargura en la lengua, del recuerdo de una traición.
Escuchó que se expandía el ruido por la habitación. Duncan se resbaló por el alféizar y cayó sin detenerse. Poppy apenas exhaló un suspiro, preguntándose si en algún momento tendría espacio para dormir.

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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...