Alex (3)

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Alex era, a razón de sus actuales circunstancias, realmente malo para ser una persona de naturaleza buena. Aunque había descubierto hacía no mucho que el sistema de penitencia y castigo del Cielo no los requería con tanta habitualidad como impartían los cristianos. Todavía tenía pensamientos morbosos y sarcásticos sobre algunos temas. Y por esos días, el suicidio de Elmar era el más anguloso, al que no paraba de darle vueltas. 

—No quiero sonar romántica, pero simplemente no lo entiendo. 

—No suenas romántica. Suenas a una hija que aún no acepta la decisión que tomó su padre. 

Nazareth le dirigió una mirada de advertencia. Alex bajó la mirada a su té de hierbas y analizó profundamente las pequeñas boronas que habían permanecido allí pese a que la sirvienta colase muy bien la infución. 

Puso la taza en la mesa, sobre el mantel, mientras volvía los ojos a su anfitriona. 

—Quién diría que te vería así de preocupado por la niña —se rio Leibniz. Alex clavó la vista en él como quien quiere contenerse de un asesinato—. No me mires así, ángel de la guarda. Fuiste tú quien decidió no eliminarme. Aún no comprendo cómo se te pasó el detalle de que los demonios de mi clase estamos atados al conocimiento que damos. Ni que fuera Pentecostés para regalar información así, divina, a cualquier pelafustán. 

—Poppy dice que tengo que quemar el diccionario para que se marche. 

Alex suspiró. Tocar aquel tema era lo que me menos deseaba hacer. Si hubiera querido hacerlo, por principio, le habría contado a Elmar sobre ello, pero ahora su mentor y padre sustituto estaba muerto, sepultado, y su espíritu se había marchado más rápido de lo que hubiera creído. 

Por otra parte, tampoco necesitaba preguntas directas respecto al más allá. Gozaba de la fortuna de un desgraciado; las personas que lo rodeaban sabían quién era y, sin importar que ahora perteneciera a un plano distinto, su personalidad no había cambiado mucho sino es que nada. 

Todavía sentía un poco de repulsión al mirar a Nazareth. 

Todavía le ardía el pecho por el amor frustrado, aunque en el fondo no era lo mismo. Sabía que era como purgar el pecado de haber roto las promesas y de haber traicionado a tantas personas a la vez. 

—Tengo que pensar bien qué vamos a hacer —dijo, desconsolado—. Quemar las hojas puede producir una paradoja... 

—Poppy dice que sabe cómo hacerlo. 

—Imagino que sí —accedió él—. pero no es sobre ello acerca de lo que quiero indagar. 

—El amigo de Nazareth huele a podrido —dijo el demonio—. Ella está muy ciega como para notarlo. Su CI descendió varios puntos desde que el conde llegó. 

Alex hizo una mueca. El amor de Nazareth por Charlie no la tenía así, sino que había cambiado de forma radical. Ya no parecía inocente y frugal en sus modales. Ahora hablaba de lo que conocía perfectamente, como si estuviera parada arriba de un pódio, dando una clase. Él, en lo particular, jamás había visto tanta resolución en una persona que, hasta hacía unos años, era una niña dulce y de mirada tierna. 

Bajo su escrutinio, era como estar desnudo. 

Hacía lo posible por no permanecer demasiado tiempo a solas con ella, pero Charlie había ido a por Poppy, que desapareció tan pronto Sylas y el doctor Lavigne arribaron a la ceremonia de despedida del cuerpo de Elmar. 

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora