Una vez que se hubo sentado en la cama, la habitación de huéspedes tuvo la apariencia no solo de un sitio totalmente abandonado, sino que, a medida que lo analizaba, cada rincón se había ido tornando escabroso; desde ese lugar escuchaba perfectamente las gotas de lluvia caer, golpeándose contra los cristales de las ventanas, en la sala. Charlie esperó unos minutos más porque deseaba hablar con Nazareth lo decidido y, aunque se sentía verdaderamente culpable por ello, no estaba seguro de si necesitaba contarle.
Por otro lado, la conocía demasiado como para pretender no hacerla partícipe de sus miedos. Y justo en ese instante ella atravesó la puerta del baño luego de abrirla de forma intempestiva; se fijó en la hinchazón que rodeaba sus ojos, inyectados en sangre. Había estado llorando. Se encontraron sus miradas al tiempo que ella se envolvía mejor en la bata de baño.
Charlie no perdió momento para estudiar la complexión delgada de su cuerpo. Si bien los estándares de belleza hablaban de que una esbeltez tan marcada debía tener límites, Nazareth parecía una figura de porcelana muy acentuada y fuerte, de constitución fina; hecha, quizás, con manos expertas que habían trazado una a una las curvas que, aunque no lo demostrara a menudo, lo ponían en un estado catatónico de deseo.
Con un suspiro, intentó sonreírle. Ella se limitó a mirarlo, tal vez confundida. Desde haberse separado en Dunross, y salvo los besos que se permitían, no había podido estar con ella de nuevo; y, en realidad, jamás habían consumado un acto en lo que mandaba y demandaba un encuentro sexual. Bajo ese pensamiento febril, se aclaró la garganta y se irguió, notando que Naza estaba incómoda y que, aparte de no haberlo esperado, no estaba en tesitura de diálogo.
A Charlie le supuso una particularidad que dijera, de la nada y en tono eufórico—: Vine directo a la habitación de huéspedes porque me quise evitar la congoja de que me mandases tú. —Miró a otra parte y se quitó la bata; hasta ese entonces se fijó en la ropa que descansaba en la cama. Naza estaba preciosa. Más bonita que nunca, a sus ojos, pese a las ojeras y la resequedad de su piel, por la falta de sueño y apetito—. Si quieres te puedes quedar, pero si no, no esperes a que te dé un beso de buenas noches.
Él aguardó a que terminara de ponerse la braga y también la miró colocarse una bata de satén. Era de color melón, y se confundía con la textura y tono de su piel. Aunque, se dijo, estaba bastante pálida.
—Necesitamos hablar respecto al diccionario y la herencia de tu padre —dijo.
Al instante, supo que ese juego de palabras era exquisitamente el peor que pudo haber elegido. Además, Naza lo miraba con algo extenso, tan profundo como una herida mortal.
Sus ojos comunicaban amor, sí, Charlie lo sabía, pero también sabía que se puso, en menos de un segundo, furibunda.
—Para eso sirven tus palabras nada más —señaló ella.
Había arrugado las cejas.
—A lo mejor supones lo que ves —se quejó él.
—A lo mejor supongo lo que me haces ver —musitó, y Charlie se maldijo internamente.
Dos gruesas lágrimas se resbalaron por sus mejillas hasta perderse debajo del mentón.
—Entonces dime qué ves; seguramente ves que soy un tipo aburrido, que no hablo con romantiscismo; vas a decir que no te he demostrado de ninguna forma cuánto te amo; no te bastará con que lo diga, mis palabras no valdrán nada, porque para ti, todo lo que hago es por mi posición, no porque me interee salvaguardar el futuro que quiero vivir a tu lado. Anda, háblame de tus suposiciones.

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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...