Nazareth (7)

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Nota importante: Es posible que algunas noten un detalle referente a lo que Naza dijo —y a lo que se narra aquí— sobre Sylas. No tendría que explicarlo, pero por si acaso, sucede que lo que Nazareth le contó a sus amigos sobre Sylas —que lo conoce de Harvard solamente— no es cierto. 

Entonces... ya pueden empezar a leer. 

***



Nazareth conocía dos profundas versiones de Sylas Rock. Iban al colegio católico juntos, antes de que su madre muriera y los padres adoptivos de él empezaran a estimularlo mentalmente para que tomara el hábito, ya que no parecía tener gusto por ninguna materia en específico. Eso hasta que cayera en el lago helado, en el que pasaría alrededor de diez minutos y tras lo cual permaneció sin respirar otros tres.

Dada la costumbre de los habitantes de Boston por ese entonces, tampoco practicaba ningún deporte y pasaba gran parte de su tiempo con la nariz enterrada en libros... libros que, bajo el criterio de sus padres —arcaico y ortodoxo—, un niño de siete años no tendría que estar leyendo.

—Es muy raro —le señaló Sus, la prima a la que Naza tanto quería.

Era su cumpleaños número diez y su padre había organizado una especie de fiesta cristiana. Especie. En el fondo Nazareth siempre había intuido que llevaba esos eventos a cabo para que hombres de sospechosa carrera laboral acudieran al país con un pretexto; antes, cuando era una niña, no se preocupaba por esos deslices, sino que los tomaba con diversión, justo como hacía su padre, y en esos momentos de criticismo, en los que su única parienta mujer, de las pocas genuinas alrededor de ella, se mostraba incómoda frente a otro amigo al que le tenía un inmenso aprecio, resultaban pesadas y ominosas.

A Naza no le gustaba que criticaran a Sylas; a eso se debían sus mentiras respecto a él; era verdad que, de alguna manera, se había dado cuenta de la especial tertulia de la que el hombre hacía gala mientras estaban juntos. Pero era consciente de quién ocupaba sus pensamientos día y noche, aunque no fuera un sentimiento real y enteramente correspondido.

—Quizás —dijo Sylas al tiempo que le abría la verja; daba paso a un jardín enorme, cubierto de nieve y custodiado por arces en vela cuya copa se había quemado con el frío— lleva los modales en la sangre. Por eso está esperando a volver a Escocia.

—Si me pide que me case con él una vez allá tomaré el primer objeto que se me cruce y se lo arrojaré a la cabeza.

Sylas era más alto que Charlie e incluso un poco más alto que Alex. Si tenía que compararlo en complexión, no se parecía a ninguno de sus amigos. Tenía el pelo negro azabache, lacio y dócil, como un gatito. Las mandíbulas destacaban en su rostro anguloso y serio, del que sobresalían un par de ojos de color azul profundo, penetrante, como una noche de tormenta eléctrica.

Solía vestir a la moda, era verdad, pero cuando lo veía, Nazareth solo podía recordar al niño al que todos acusaban de no sentir nada en lo absoluto. El niño que no la recordaba de antes de Harvard, que había perdido la memoria y pasado cerca de cinco años encerrado en un psiquiátrico debido a la ignorancia de sus padres.

—Creo que te estás precipitando —señaló con sobriedad—. Los nobles son así. Supongo que nada ganas con imaginarte cosas por el estilo. Deberías enfocarte en el diccionario ese que encontraste.

Llegaron a un banco de madera que estaba cubierto de escarcha; Sylas usó su pañuelo rojo para quitar los restos y le hizo una señal cuando hubo terminado. Al cabo de un rato, Naza le contó qué quería hacer después de que leyeran el testamento. No mencionó la insistencia de Poppy o de Alex referente a él, ni mucho menos le dijo que ninguno de sus amigos confiaba.

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora