Ojalá yo mismo fuera un fantasma...
Turbado por sus pensamientos, Eco vislumbró la sombra que se había deslizado al interior de la cocina. Había cerrado la puerta con llave, para que todos entendieran que necesitaba un momento de soledad, o quizá necesitaba dormir. Pero estaba tan cansado que, cuando Serena se manisfestó a un lado suyo, lo único que hizo fue soltar el aire contenido.
Le importaba poco que viniera el diablo en persona, a esas alturas sentía que ya lo había visto todo.
Brujas, cementerios malditos, duques muertos, etcétera.
—Sé que no se te puede consolar pero todos aquí aprecian tus habilidades médicas de emergencia.
Eco alzó las cejas en un gesto de exasperación que no permitió brotar del todo.
—Por favor, cállate.
—No has visto suficientes películas de exorcismos.
—Ojalá pudiera exorcizarme de ti.
La chica demonio sacudió la cabeza, se estaba chupando un dedo y al cazador se le revolvió el estómago al notar que tenía las uñas embadurnadas de sangre. Era una mescolanza de fluidos de gente que había muerto hacía unas horas, no podía creer que...
Apretó los ojos.
Necesitaba dejar de atribuirles aptitudes humanas a entes de ese calibre.
Serena se dio cuenta de su retraimiento mental, así que dio un salto en la silla y se sentó sobre la mesa, la pierna cruzada y a la vista quedó la enorme daga que cargaba consigo. Era un demonio de oportunidades, con pergaminos para pactos a su merced, pero con regularidad presumía de una modestia oscura, como si el no decir a lo que se dedicaba dependiera únicamente de que tú no quisieras verlo. Porque estaba a la vista.
—Si tuviera alma que vender —dijo, cerrando los ojos— no te la vendería a ti.
—Ah, es que aquí no hay más almas puras. No me interesan. Lo que te quería decir es que de ahora en adelante tenemos una especie de armisticio activo, puedes vagar por el mundo y vernos, pero no te haremos daño... Siempre y cuando a Poppy no le pase nada malo.
Eco, curioso, buscó su mirada gélida, que lo observaba también.
—Eso no suena a un favor.
—Te gusta. No mientas.
—Pero no quiero ser su perro guardián.
—Hay cosas que queremos hacer pero no debemos, y cosas que debemos pero no queremos. —Su sonrisa se ensanchó en un gesto triunfal—. Pablo estaría orgulloso de mí.
Durante unos segundos no tuvo nada que decir, pero pensando en Poppy y en su abdomen herido, se dijo que gozar de ciertos contactos no era del todo mala idea, aunque no tenía idea de si en verdad deseaba quedarse al lado de todos aquellos seres. Al final, dejó escapar un suspiro y miró al techo, meditando en los pormenores de su vida.
Eran demasiados y ninguno tenía tanto sentido como el haberle dado puntos a una mujer como Poppy Adie.
—Bien, iré a ver cómo sigue.
Serena se lamió otro dedo. Intentó seguirlo, pero, por encima del hombro, Eco le lanzó una mirada que no admitía ni a su sombra ni a su presencia seguirlo escaleras arriba.
Demoró un par de pasos y se detuvo en la puerta. Solo Naza estaba en el interiior, y se había soltado el pelo. Miraba a Poppy dormir.
—Puedes ir a descansar si quieres —le ofreció.
Naza se levantó sin despegar la vista de la bruja.
—Ha estado soñando.
—No tenemos sedantes.
Naza lo miró por fin.
—No he tenido tiempo de agradecerte por todo lo que has hecho. —Apretó sus labios pero prosiguió como si nada—. Yo quisiera decir que sacamos algo bueno de todo esto, pero ningún libro ni ensayo sobre lo paranormal podrán resarcir el daño hecho.
Echó una rápida mirada a su reloj.
—Iré a ver si Charlie consiguió los diarios del duque.
Eco estuvo a punto de replicar, pero se tragó las palabras. Estaba un poco harto de que ellos, con su aire de investigadores, siguieran desenterrando huesos en las historias de esas familias.
Le cedió el paso y sintió la puerta cerrarse, pues miraba a un punto vacío en la alfombra roja del suelo. La atmósfera se sentía pesada, aunque no se olía maldad por ningún lado. Al fondo, al volverse, vio la ventana echa trizas, las cortinas caídas y rasgadas y la mitad del marco colgando afuera, bamboléandose con el aire.
Pretendió ocupar el sitio de Naza, pero estaba agotado, así que fue a ocupar el lugar restante en la cama enorme en la que una pálida Poppy descansaba, mientras hablaba en sueños.
Eco la miró así, consciente de su peso sobre el colchón, de la temperatura y de las fibras de tela.
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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...