A través de la herida (39)

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Antes, su vida tenía sentido. Uno frío y solitario pero era agradable, como las comidas congeladas. Ahora Eco veía frente de sí a varias personas con el rostro curtido por la tristeza. Nadie quedaba en esa habitación que pudiera interpretar como humanizado, el dolor brillaba en las pupilas de todos. 

Nazareth le cambió la venda a Poppy para retirarse con lentitud. 

La había atendido lo mejor posible, pero intuyó que la propia energía de la bruja impedía que el daño fuera mayor. Su intuición lo advirtió de mostrar más interés del que fuera necesario. Y en ese instante Charlie, con las mangas hasta los codos y la parte baja de la camisa llena de sangre, se le aproximó lentamente. Una vez se hubo dejado caer a su lado en el canapé, Eco apoyó los brazos en las piernas y se frotó el rostro. 

El cansancio comenzaba a pasarle el cobro. La habitación olía a alcohol etílito y cada sombra en las esquinas tenía un rostro desfigurado. Las últimas palabras de su madre caminaban en su mente como en un desfilo de lo hórrido. A medida que las enlazaba con lo ocurrido esa noche, se vio enfrascado en una terrible culpa, en un océano de pecados. Finalmente, Eco vio que todo había terminado donde debía, con el secuestro de Kramer, la muerte del conde y Charlie y Naza conociéndose. 

—Va a estar bien —dijo Charles para llamar su atención. 

—La herida no es profunda —añadió Naza—. Duncan estará orgulloso de saber que al menos apuntó en un lugar que no era importante. 

—Todo es importante si a través de la herida brota sangre...

Sus palabras, espontáneas y cáusticas, resonaron en la habitación como si en lugar de rodeados por cuadros y las cortinas caras, estuvieran en una caverna oscura, con olores fétidos que a Eco le provocaban náuseas e inflamación. Estaba cansado del estrés, de los pensamientos incesantes, y sobre todo de las ganas que tenía de irse; ya que era imposible abandonar a los muchachos, al menos quería dejar de ser un sirviente. 

Pero su papel en la casa no era claro. 

Cargaba armas, golpeaba a personas e investigaba cosas demasiado bien, pero Eco, el cazador, también ofrecía otra cosa. 

Charlie pareció leer su mente cuando dijo—: Podríamos tomarnos unas vacaciones, después de saber qué carajos diremos sobre todo esto. 

—Vamos a decir la verdad —Nazareth soltó. 

Eco hizo una mueca. 

Charlie ladeó la cabeza y se cruzó de brazos. 

—Ilústreme, doctora, que en este momento no tengo cabeza para armar toda una trama de terror y describir cómo nuestras familias eran parte de esta secta del demonio... ¡Y Sylas desapareció!

Con los ojos cerrados, contuvo el aire para no pensar, para expulsar la recriminación interna que no se callaba. 

—Están los archivos del duque —se le oyó decir a Serena. 

—Demonios. ¡Toca antes de entrar!

Le lanzó una mirada filosa. 

La chica-demonio esbozó una sonrisa. 

—Pero tiene razón —Charlie dijo—. Si buscamos información en el despacho del duque, podemos apelar a la corona para que nos echen una mano. 

—Y que lo lapiden todo para que no se sepa. —Naza no iba a ceder tan fácil.

Charlie suspiró. 

—De igual manera querrán recuperar la propiedad, o bien hablar con Poppy para que su identidad sea remunerada. 

Eco miró a la cama, donde Poppy estaba sentada y los miraba, atenta. Sus ojos, enmarcados por sendas ojeras violáceas, apuntaban a cada uno con la introspección de quien no sabe dónde se encuentra. La vulnerabilidad que la rodeaba le era suficiente para zanjar cualquier tema con los Swift, y aunque le cayera tan bien Nazareth y su sentido de la justifica resultaba admirable, en esos momentos él solo podía añorar un poco de tranquilidad para todos. 

—Una vez apuñalaste a Charlie en el corazón sin saber cómo es la resurección carnal. —Ella lo miró a los ojos,  consciente del reto en ellos—. Nadie nunca te reprochó eso. 

Ella no se inmutó, aunque evitó responder. 

—Eco, no es lo mismo —atajó Charlie. 

—Es lo mismo porque somos amigos. Y ahora no se trata de proteger a Nazareth o a ti —clavó los ojos en su pupilo—. Es Poppy; es la historia de su familia la que quieres contar... Es ella la más inocente y también a la que más le han quitado. 

Solo entonces Nazareth bajó la vista. 

—Oigan, estoy despierta —se quejó la pelirroja, que intentaba erguirse sin mucho éxito. 

Naza soltó un aire pesado, y se giró. Fue a ayudarla para que caminara a tientas, pero riñéndola en el camino. 

—Hay mucha pasión en tus palabras —dijo Charlie. 

—Sí, me siento en familia —rio Serena. 

Eco la observó en silencio y espetó—: Tu ancestro solo escribía tragedias. 

Se encogió de hombros y los tres se quedaron mirando a una Poppy que a duras penas podía caminar, pero en cuyos ojos brillaba la audacia de siempre. 

Mujeres ImpíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora