A tientas, buscó a tientas su reloj en el buró. La luz del baño estaba encendida; Dune palpó con la palma extendida el lugar en el que Janelle había estado todas esas noches sin faltar a ninguna, desde que llegaran al castillo materno de su familia en las hundidas y boscosas lindes de Argyle. Profundamente adormilado, se quitó las sábanas y el edredón de encima para desdoblar las piernas. En seguida, el frío le azotó la mitad del cuerpo que, por el tipo de pijama, llevaba descubierto y quedaba a la merced de una habitación que no habían calentado con anterioridad, y eso porque pensaban que aquella noche se quedarían en el pueblo, antes de partir a Londres.
Una extraña tormenta lo había impedido. Duncan Swift no creía en maleficios aunque entre el personal de la servidumbre se corrían ciertos chismes; en repetidas ocasiones había escuchado a las mucamas hablar sobre las banshees que lloraban en el techo de Winndoost. Era un efecto de la cúpula de la torre golpeada por los aires violentos del extremo norte, pero nunca las contradecía y en los paseos matutinos que daba Jan, solía repetir las historias para mantenerla entretenida.
Esa noche se sentía diferente; para empezar, porque era mayo, plena primavera, y una lluvia tan despiadada y repentina no se podía entender como algo más que un desajuste climatológico. Su padre, apostado junto a la gran chimenea del salón principal en la primera planta, los recibió con los brazos abiertos y una sonrisa de lado a lado.
Por principio, no había querido dejarlos marchar tan pronto, pero Janelle era su estudiante y estaban, por aquellos días, enfrascados en las peripecias de su tesis. Sin embargo, ella no se negó a la petición de su padre de que permanecieran unos cuantos días más, que Dios les había mandado una señal desde lo alto.
Al poner los pies sobre la alfombra del piso, recargó parte de su peso apoyando los codos en las piernas y frotándose el rostro con ambas manos; luego miró la luz que surgía a través del resquicio de la puerta, que chirrió por una ráfaga de aire que a saber de dónde venía.
—Janelle —susurró él con la voz adormilada y un repentino desconcierto—. Ven a la cama...
Duncan se paralizó.
Cada uno de sus músculos entró en una especie de entumecimiento provocado por la sorpresa; al empujar un poco la puerta con los dedos, lo primero que vio en los azulejos del baño fue una mancha enorme de sangre que, en proporciones y metros cúbicos, habría podido ser un charco. Pero eso no fue lo más atroz.
Conmocionado, buscó en la extensión de siete metros cuadrados de la habitación también dispuesta, además del inodoro, como una ducha con tina, agua caliente y grifo; ese tipo de comodidades lo suficientemente adecuadas y lujosas en un castillo al que solían hacerle pocas reformas para conservar su arquitectura imperial intacta.
Después de tragar saliva, volvió a mirar el charco, entrando, segundo a segundo, en la consciencia de que algo terrible había pasado; apretó los ojos al percatarse del cuajo de sangre que se esparcía entre el líquido; era más oscuro, en una figura deforme, pero Dune supo lo que era y sintió que la sangre escapaba de su rostro al tiempo que las extremidades se le acalambraban.
—Dios...
Janelle tenía la sospecha de haberse quedado encinta, pero no lo habían corroborado; lo sacudió un estremecimiento y al cabo de unos segundos no logró resistir las náuseas, de modo que se obligó a salir del baño y también de la habitación, sin calzarse, sin preocuparse porque iba vestido de pijama, porque la tormenta no había cesado.
Lo único que quería, pese a lo nublado que tenía el juicio, era encontrar a la que deseaba para ser la madre de sus hijos.
No provenía de una familia noble ni mucho menos, pero su padre era dueño de una productora de alimentos enlatados; le había pagado las mejores escuelas, y en general, era una de las mujeres más inteligentes y portentosas en la literatura que conocía. Había sido su tutor en varias ocasiones, desde que él diera su primera defensa de tesis frente a los académicos de Exeter, donde cursó el posgrado. Y se sentía muy orgulloso de ella.

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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...